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(Blancas: Caballo e5)



Vicente Espinó s aparcó el coche sobre la acera directamente, y bajó de é l sin prisa. No cerró la puerta con llave. Só lo un idiota se lo robarí a, a pesar de no llevar ningú n distintivo que indicase que era un coche policial. Luego salvó la breve distancia que le separaba de la entrada de la pensió n Á gata.

No habí a nadie dentro, pero no tuvo que esperar demasiado. Un hombre calvo, bajito, con una camiseta sudada, apareció de detrá s de una cortina hecha con clips unidos unos a otros. Su á nimo decreció al verlo y reconocerlo.

– Hola, Benito ‑ le saludó el policí a.

– Hola, inspector, ¿ qué le trae por aquí?

No habí a alegrí a ni efusividad en su voz, só lo respeto, y un vano intento de parecer tranquilo, distendido.

– Busco al Mosca.

– Moscas tenemos muchas…

– Benito, que no tengo el dí a.

– Perdone, inspector.

Por la cortina apareció alguien má s, una mujer, entrada en añ os, pero aú n carnosa y sugestiva. Iba muy ceñ ida, luciendo sus caducos encantos. Le sacaba toda la cabeza al calvo.

– ¡ Inspector! ‑ cantó con apariencia feliz.

– Hola, Á gata ‑ la saludó é l.

– Está buscando al Mosca ‑ la informó Benito.

– El bueno de Policarpo ‑ suspiró la mujer‑. ¿ En qué lí o se ha metido ahora, inspector?

– Só lo quiero hablarle de un par de cosas, nada importante.

– Pues tendrá que buscar en otra parte ‑ dijo Á gata.

– Se marchó hace dos meses ‑ concluyó Benito.

– ¿ Adó nde?

– ¿ Quié n lo sabe? ‑ fingió indiferencia ella‑. É sta es una pensió n familiar, y barata. Cuando algunos ganan un poco de dinero, siempre intentan buscar algo que creen que es mejor.

– El mundo está lleno de desagradecidos ‑ apostilló el hombre.

– ¿ Trincó pasta el Mosca?

– Yo no he dicho eso ‑ se defendió Á gata‑, pero como se marchó de aquí …

– Haced memoria o llamo a Sanidad o a alguien parecido.

– ¡ Hombre, inspector!

– ¡ Que tampoco es eso!

No lo conmovieron, así que decidieron lo má s prá ctico.

– Lo ú nico que sabemos es que se veí a con la Loles, ¿ la conoce? Una del Laberinto.

– Sé quié n es ‑ asintió Vicente Espinó s.

– Bueno, pues me alegro ‑ manifestó la mujer.

El policí a los miró de hito en hito. Formaban una extrañ a pareja. Y llevaban treinta añ os casados. Otros se divorciaban a la má s mí nima. Luego se dio media vuelta.

– Si lo veis…

– Lo llamamos, inspector, descuide. No faltarí a má s.

No lo harí an, pero eso era lo de menos.

 

 

 



  

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