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Eloy tuvo suerte. No se vio obligado a llamar desde el interfono. Un hombre, llevando de la mano a un niñ o, salí a del portal, y é l se coló dentro sin necesidad de llamar. Ni siquiera esperó el ascensor. Total, só lo eran tres pisos. Los subió dando zancadas que devoraron los peldañ os de dos en dos y se detuvo ante la puerta el tiempo justo para coger aire. Luego llamó.

Le abrió Julia. La conocí a. Era una preciosidad de catorce añ os, que darí a mucho que hablar cuando se formara un poco má s, si es que ya no lo hací a ahora. Rubia, de pecho pequeñ o y puntiagudo, ojos grises, piernas largas que ella resaltaba con ajustadas minifaldas de tubo…

– Vaya ‑ le sonrió ‑. Es toda una sorpresa. ¿ Có mo está s?

– Bien ‑ mintió ‑. ¿ Está Raú l?

Su hermana pareció sorprenderse por la pregunta.

– ¿ Es un chiste? ‑ sonrió ‑. Pasa.

– No, tengo prisa.

Ella no ocultó su disgusto.

– ¿ No conoces a Raú l? El fin de semana no aparece por casa. ¿ Por qué iba a estar aquí un sá bado por la mañ ana habiendo after hours?

– ¿ Sabes dó nde podrí a encontrarlo?

– No es de los que dicen dó nde va, ni tampoco de los que hacen planes previos. Si tú no lo sabes, menos lo sé yo. ¿ Por qué lo buscas?

– Necesito una informació n urgente.

– Pues hasta el lunes…

Se dio cuenta de que ella aú n pensaba que era una excusa, así que se rindió definitivamente.

– Vale, gracias.

Julia se encogió de hombros.

– Estoy sola ‑ le dijo‑. Y aburrida.

– Y yo de exá menes.

Ya estaba en la escalera.

La hermana de Raú l cerró la puerta sin darle tiempo a despedirse.

 

 

 



  

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