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(Negras: Caballo gf6)



Cinta miraba las rendijas de la persiana, los segmentos horizontales por los cuales se filtraba la luz del sol. No tení a sueñ o, ni pizca de sueñ o, aunque agradecí a el hecho de poder estar tumbada, en silencio. Lo ú nico malo del silencio era oí r el eco de sus propios pensamientos. Un eco cargado de reverberaciones que la aturdí an.

Y no podí a escapar de las mismas. Eran como ondas que se dilataban y se contraí an en la superficie quieta de un lago.

Ella y Luciana habí an sido las má s reacias a tomar la pastilla. Una cosa eran las anfetas o alguna bebida fuerte, y otra muy distinta una pastilla de é xtasis. Raú l, y Má ximo, y tambié n Santi en el fondo, incluso la misma Ana, fueron los motores. Raú l y Má ximo estaban habituados. En realidad, ni Ana ni Paco formaban parte del grupo, pero los conocí an. Ella parecí a estar de vuelta de todo. Demasiado.

Una simple pastilla blanca, redonda, del tamañ o de una uñ a, o tal vez má s pequeñ a.

¿ Có mo era posible que…?

– Oye, ¿ no dices que quieres probar nuevas experiencias, y que le has dicho a Eloy que vas a tomá rtelo con calma? Pues empieza.

– Creo que soy idiota.

– Bueno, mañ ana le llamas y le dices que eres idiota. Pero esta noche vamos a soltarnos el pelo.

– La verdad es que pagar dos mil del ala por esto…

– A mí no me irá mal dejar de pensar un rato. Tengo los exá menes metidos en el tarro.

– Seguro que me mareo y vomito.

– ¡ Jo, qué moral, tí a! ¡ Tó matela ya y calla de una vez!

Ojalá hubiera vomitado. Cuando la vio caer al suelo, y se dio cuenta de lo mal que estaba… Y todo lo que ocurrió despué s, cuando la sacaron fuera, y empezaron los gritos, y la espera de la ambulancia, y todo lo demá s…

Santi tal vez tuviera razó n: necesitaba un poco de cariñ o, amor, ternura, tal vez sexo. Pero no se movió.

Recordaba cuando se conocieron. Hací an cola para comprar dos entradas del concierto de su grupo preferido, y de pronto cerraron la taquilla y anunciaron que se habí an agotado. Luciana se echó a llorar, y ella empezó a gritar, dispuesta a saltar sobre la taquilla y abrirla a golpes. Sin saber có mo, se vieron una junto a la otra, llorando desconsoladas, y abrazá ndose. No sabí an nada la una de la otra, pero compartí an su amor infinito por ellos, los cinco chicos má s guapos de la creació n, los que mejor cantaban, los que mejor bailaban, los que mejor se moví an…

No pudieron ir a ese concierto, pero desde entonces fueron como hermanas. Luego, Luciana le presentó a Loreto. Eran í ntimas, pero a Loreto la mú sica le importaba menos, así que Luciana y ella tení an muchas má s cosas en comú n.

Incluso tení an planes. Se querí an ir a vivir juntas. Y solas.

De pronto todo parecí a increí ble, lejano, y sobre todo, ¡ tan absurdo!

Una simple noche, una simple pastilla que se suponí a iba a disparar…

Sí, disparar era la palabra exacta.

Como todas las armas, el disparo podí a llegar a ser mortal.

 

 

 



  

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