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(Negras: Reina c7). (Blancas: 0‑0‑0)(Negras: Reina c7) Cinta sintió la mano de Santi en su muslo desnudo, y rá pidamente movió la suya para detener su avance. – Ya vale ‑ dijo con escueta sequedad. Santi no le hizo caso. Siguió recorriendo su piel, en sentido ascendente, tratando de vencer la oposició n de la mano de ella. – ¡ Está te quieto!, ¿ quieres? ‑ acabó gritando Cinta mientras se daba la vuelta en la cama, furiosa. – Mujer… ‑ se defendió é l. – ¡ Has dicho que só lo querí as echarte un rato! – Es que al verte así … – ¡ Pues cierra los ojos, o date la vuelta! – Ya. Cinta se acodó con un brazo y le miró presa de una fuerte rabia. – ¿ Serí as capaz de hacerlo, ahora? ‑ le preguntó. – ¿ Por qué no? – ¿ Con Luciana en el hospital, en coma? – Precisamente por eso necesito… – Eres un cerdo ‑ le espetó su novia. – No soy un cerdo. Cinta volvió a darle la espalda. Hizo algo má s: se apartó de é l, colocá ndose prá cticamente en el filo de la cama. A travé s de la penumbra Santi vio sus formas suaves, su belleza juvenil, todo cuanto encerraba en su cuerpo. Tan cerca, y, de pronto, tan lejos. – Vale, perdona ‑ dijo. No hubo respuesta. ‑ He dicho que lo siento. El mismo silencio. Roto apenas unos segundos despué s por el ahogado llanto de ella. Aunque sabí a que no era por é l. Era como si Luciana estuviese allí, entre ellos, y tambié n en sus mentes.
(Blancas: 0‑ 0‑ 0) Al principio, precisamente, la que le habí a gustado era Luciana. Las conoció a las dos al mismo tiempo, inseparables, sin olvidar a Loreto, que iba má s a su bola y apareció despué s. Las llamó las destroyers, porque arrasaban. Tení an toda la marcha del mundo, eran fans de casi todos los grupos de guaperas habidos y por haber. Pero en sus rostros y en sus cuerpos anidaba un á ngel, algo especial. Cuando comprendió que Luciana era diferente, má s inaccesible, y que ademá s se inclinaba por Eloy, entonces se fijó en Cinta, y ella en é l. Desde ese momento todo fue muy rá pido. Enamorados como tontos. Jamá s pensó que pudiera liarse tan pronto, pero con Cinta habí a encontrado algo que no conocí a: la paz. Por otra parte, primero todo fue un juego adolescente. Despué s ya no. Ahora Cinta no era fan de ningú n grupo de guaperas. Era una mujer. Una mujer de dieciocho añ os. ¿ Por qué habí a tenido que meter la pata? La oyó llorar má s y má s, hasta que el viento huracanado de ese sentimiento menguó y cesó. Tuvo deseos de cogerla, abrazarla, ya sin deseo sexual, só lo porque ella lo necesitaba, pero no se atrevió siquiera a tocarla. Cinta tení a cará cter. Mucho cará cter. Cerró los ojos, y, entonces, se vio a sí mismo, y a los demá s, la pasada noche, bailando. Luciana, Má ximo, Cinta, Raú l, Ana, Paco, é l… Oí a sus voces. – Vamos, total… a ver qué pasa. – Oye, esto no será muy fuerte, ¿ verdad? – A mí me da por reí rme. – ¡ Ya, que te voy a creer! – En serio. – Mirad que como mañ ana me despierte en una cama ajena y no recuerde nada… Os mato, ¿ vale? – Todo depende de có mo sea é l. – ¡ Pero si no es má s fuerte que una anfeta, cagada! – Por eso vale dos mil cucas, ¿ no? – ¡ Có mo te enrollas! – Venga, tí a, va. – Que no, en serio. – Será s… – ¿ Vas a ser la ú nica que pase? – En fin… pero no se lo digá is a Eloy. – A ver si es que vas a tener que pedirle permiso para todo, tú. – Venga, venga, que vamos a arrasar. – ¿ Habé is oí do hablar del Special K? – No, ¿ qué es? – ¡ Huy, lo má s fuerte! ¡ Y lo ú ltimo! – No tomé is alcohol con esto, ¿ eh? Te deshidratas. Y bebed agua cada hora, pero sin pasarse. – Muy enterado está s tú. – Hombre, hay que saber de qué va la pelí cula. – ¿ Qué tal? ¿ Flipa o no flipa? – Yo no siento nada. – ¡ Venga, vamos a bailar! ¡ Que circule! Santi volvió a abrir los ojos. Jadeaba, y el corazó n le latí a con mucha fuerza en el pecho. No era Cinta, sino é l, quien necesitaba que le abrazaran ahora. – Cinta… ‑ susurró. No hubo respuesta.
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