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(Negras: de4)



El exterior del after hour era un hervidero de chicos y chicas no precisamente dispuestos a disfrutar de los primeros rayos del recié n nacido sol de la mañ ana. Unos hablaban, excitados, tomá ndose un respiro para seguir bailando. Otros descansaban, agotados aunque no rendidos. Algunos seguí an bebiendo de sus botellas, bá sicamente agua. Y los menos echaban una cabezada en los coches ubicados en el amplio aparcamiento. Pero la mayorí a reí an y planeaban la continuidad de la fiesta, allí o en cualquier otra parte. Cerca de la puerta del local, la mú sica atronaba el espacio con su machacona insistencia, puro ritmo, sin melodí as ni suavidades que nadie querí a.

El ú nico que parecí a no participar de la esencia de todo aquello era é l.

Se moví a por entre los chicos y las chicas, la mayorí a muy jó venes, casi adolescentes. Y lo hací a con meticulosa cautela, igual que un pescador entre un banco de peces, só lo que é l no tení a que extender la mano para atrapar a ninguno. Eran los peces los que le buscaban si querí an.

Como aquella muñ eca pelirroja.

– ¡ Eh!, tú eres Poli, ¿ verdad?

– Podrí a ser.

– ¿ Aú n te queda algo?

– El almacé n de Poli siempre está lleno.

– ¿ Cuá nto?

– Dos mil quinientas.

– ¡ Joder! ¿ No eran dos mil?

– ¿ Quieres algo bueno o simplemente una aspirina?

La pelirroja sacó el dinero del bolsillo de su pantaló n verde, chilló n. Parecí a imposible que allí dentro cupiera algo má s, por lo ajustado que le quedaba. Poli la contempló. Diecisiete, tal vez dieciocho añ os, aunque con lo que se maquillaban y lo bien alimentadas que estaban, igual podí a tener diecisé is. Era atractiva y exuberante.

– Con esto te mantienes en pie veinticuatro horas má s, ya verá s. No hace falta que te tomes dos o tres.

Le tendió una pastilla, blanca, redonda, con una media luna dibujada en su superficie. Ella la cogió y é l recibió su dinero. Ya no hablaron má s. La vio alejarse en direcció n a ninguna parte, porque pronto la perdió de vista por entre la marea humana.

Siguió su camino.

Apenas una decena de metros.

– ¡ Poli!

Giró la cabeza y le reconoció. Se llamaba Né stor y no era un cliente, sino un ex camello. Se habí a ligado a una cuarentona con pasta. Suerte. Dejó que se le acercara, curioso.

– Né stor, ¿ có mo te va?

– Bien. Oye, ¿ el Pandora's sigue siendo zona tuya?

– Sí.

– ¿ Estuviste anoche vendiendo allí?

– Sí.

– Pues alguien tuvo una subida de calor, yo me andarí a con ojo.

– ¿ Qué?

– Mario vio la movida. Una crí a. Se la llevaron en una ambulancia.

Poli frunció el ceñ o.

– Vaya ‑ suspiró.

– Ya sabes có mo son estas cosas. Como pase algo, habrá un buen marró n. ¿ Qué vendí as?

– Lo de siempre.

– Ya, pero ¿ era é xtasis…?

– Oye, yo vendo, no fabrico. Hay lo que hay y punto. Por mí, como si se llama Margarita.

– Bueno ‑ Né stor se encogió de hombros‑. Yo te he avisado y ya está. Ahora allá tú.

– Te lo agradezco, en serio.

– Chao, tí o.

Se alejó de é l dejá ndole solo.

Realmente solo por primera vez en toda la noche.

 

 

 



  

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