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(Blancas: d4)



Lo despertó el timbre del telé fono y al levantar la cabeza de la mesa, el cuello le envió una punzada de dolor al cerebro. La brusquedad del despertar fue paralela a ese dolor.

– ¡ Ay, ay! ‑ se quejó tratando de flexionar el cuello para liberarse del anquilosamiento.

Casi no lo logró, así que se levantó y fue hacia el telé fono, movié ndose lo mismo que un muñ eco articulado que iniciase su andadura. No só lo era el cuello, a causa de haberse quedado dormido sobre la mesa, sino los mú sculos, agarrotados, y la sensació n de mareo producto del sú bito despertar, unido a la larga noche de estudio a base de café s y colas.

En quien primero pensó fue en Luciana, Cinta, Santi y Má ximo.

Sus padres no podí an ser. Nunca llamaban, y mucho menos a una hora como aquella. ¿ Para qué? Así que só lo podí an ser ellos. Los muy…

Levantó el auricular, pero antes de poder decir nada escuchó el zumbido de la lí nea al cortarse.

Encima.

Volvió a dejar el telé fono sobre la mesa y bufó lleno de cansancio. Esperó un par de segundos, luego se desperezó. Tení a la boca pastosa, los ojos espesos y la lengua pegada al paladar. Debí a haberse quedado dormido aproximadamente hací a tres horas. Las primeras luces del amanecer asomaban ya al otro lado de la ventana. Miró los libros.

É l estudiando y los demá s de marcha. Genial.

Claro que a Má ximo le importaban un pito los estudios, y Santi ya habí a dejado de darle al callo. Pero en cambio, Luciana y Cinta…

El telé fono no volví a a sonar, así que se apartó de é l y fue al cuarto de bañ o, para lavarse la cara. Todaví a tení a todo el sá bado y todo el domingo por delante antes del dichoso examen del lunes. Sus padres habí an hecho bien yé ndose de fin de semana. Y é l habí a hecho bien negá ndose a escuchar los cantos de sirenas de los otros para que al menos saliera el viernes por la noche.

A pesar de lo mucho que deseaba estar con Luciana.

La llamada se repitió cuando se echaba agua a la cara por segunda vez. ¿ Por qué sus padres no compraban un maldito inalá mbrico? Cogió la toalla y se secó mientras se dirigí a hacia el telé fono. En esta ocasió n se dejó caer en una butaca antes de levantar el auricular. Sí, tení an que ser ellos. ¿ Quié n si no?

– Secció n de Voluntarios Estudiosos y Futuros Empresarios ‑ anunció ‑. ¿ Qué clase de zá ngano y pará sito nocturno osa?

Nadie le rió la broma al otro lado.

– Eloy ‑ escuchó la voz de Má ximo.

Una voz nada alegre.

– ¿ Qué pasa? ‑ frunció el ceñ o instintivamente.

– Oye, antes de que esto pueda cortarse de nuevo… Estamos en… bueno… Es que…

– ¡ Dí selo! ‑ escuchó claramente la voz de Cinta por el hilo telefó nico.

– Má ximo, ¿ qué ha ocurrido? ‑ gritó alarmado Eloy.

– Luci se tomó una pastilla, y le ha sentado mal.

– ¿ Una…? ‑ se despejó de golpe‑. ¡ Mierda! ¿ Qué clase de pastilla?

La pausa fue muy breve.

– É xtasis.

Fue un mazazo. Una conmoció n.

¿ Luciana? ¿ Un é xtasis? Aquello no tení a sentido. Estaba en medio de una pesadilla.

– ¿ Qué le ha pasado? ¿ Dó nde está is?

– En el Clí nico. La hemos traí do porque… bueno, no sabemos qué le ha pasado, pero se ha puesto muy mal de pronto y…

– Deberí as venir, Eloy ‑ escuchó de nuevo la voz de la mejor amiga de Luciana por el auricular.

– Los mé dicos está n con ella ‑ continuó Má ximo‑. Pensamos que deberí as saberlo y estar aquí.

Se puso en pie.

– Salgo ahora mismo ‑ fue lo ú ltimo que dijo antes de colgar.

 

 

 



  

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