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OTRO ANFITRION 1 страница



OTRO ANFITRION

Basado en “Anfitrió n” de Plauto

De Paco Obregó n

 

 

JÚ PITER. - Así pues, yo el má s sabio entre los dioses, el dios de dioses, ni má s ni menos que Jú piter, solo puedo lamerme por los confines del Olimpo, las dolorosí simas heridas que me causa esta pasió n por esa pequeñ a pero hermosí sima mortal.

 

MERCURIO. - Pues sí que está s “touché ”.

 

JÚ PITER. - ¿ O sea que no te habí as dado cuenta de mi estado?

 

MERCURIO. - No, papá. He tenido un dí a muy duro, todo el tiempo de aquí para allá. ¿ Y te enamoraste hace mucho de ella?

 

JÚ PITER. - No lo sé hijo mí o, estoy muy confuso, quizá fue ayer, quizá hace unas horas. El apretó n creo que me dio, al enterarme de que su marido se acercaba a puerto.

 

MERCURIO. - Joder, pues sí que eres oportuno.

 

JÚ PITER. - En esta vida el amor no es fá cil ni para dios.

 

Jú piter suspira unas cuantas veces ruidosamente.

 

MERCURIO. - Jú piter, si es Almena por la que suspiras como me has contado, creo que sé como puedes conseguir sus “cositas”

 

JÚ PITER. - ¿ Có mo, Mercurio? Recuerda que está enamoradí sima de su marido y es la esposa má s fiel de Tebas

 

MERCURIO. - Pero es que ademá s te gusta lo difí cil...

 

JÚ PITER. - Ya, pero me siento vivo.

 

MERCURIO. - Toma la forma de Anfitró n, el marido de Almena, que ha regresado de la guerra con los teleboas. Mientras é l se acicala en el puerto, quitá ndose el polvo, sudor y hierro con que la guerra le ha cubierto, para acercarse a su mujercita, tú con su misma figura, esta misma noche,  engañ as a Almena y le suplantas en su casa y en su cama.

 

JÚ PITER. - ¡ Qué coco tienes Mercurio, el mejor del Olimpo! Yo soy el má s sabio, pero tú eres el má s inteligente. (le besa la cabeza) De todas formas, no cuentes a nadie en el Olimpo, que haya tenido que camuflarme en la figura de su vulgar marido porque una mortal tebana no me acepta a mí su dios má s poderoso como amante...

 

MERCURIO. -  Peor es lo mí o Jú piter, que por ayudarte en la faena tendré que disfrazarme de Sosia que es su esclavo y ademá s feo y patá n.

 

JÚ PITER. - Te agradezco el esfuerzo de alcahuete y no lo olvidaré. Promesa de dios.

 

MERCURIO. - Te lo recordaré en la pró xima bronca, papá.

 

JÚ PITER. - Estoy enamorado de esa jovencita hasta las cachas. Solo pienso en ella. Ningú n otro placer me atrae ni interesa. Me marchito. Puede que hasta la eternidad pierda. Siento que agonizo.

 

MERCURIO. - ¡ Vamos allá! Entretengá monos haciendo tú el amor y yo el payaso.

 

JÚ PITER. - Esperemos que sea como dices y no al revé s.

 

MERCURIO. - ¡ Papá, confí a en mi! ¡ Y deté n a la noche que acaba de llegar!

 

JÚ PITER. - ¡ Tú, noche, ayuda a Jú piter en esta empresa y asienta tu negro culo sobre la ciudad de Tebas hasta que se derrame y estalle el fruto de mi pasió n!

 

 

Escena 2

 

BROMIA. - ¡ Qué bonita está Tebas! ¡ Qué bonita la noche! ¡ Y qué bonita la vida, señ orita Almena!

 

ALMENA. - Ay, Anfitrió n querido que te han apartado de mi amor y te han entregado en brazos de la guerra...

 

BROMIA. - Señ ora Almena, como siga así, en dos dí as estirará la pata.

 

ALMENA. - Yo Bromia, no soy como tú, que en ausencia de tu marido Sosia no has derramado una sola lá grima.

 

BROMIA. - Es un disparate que yo me derrita llorando, mientras Sosia quizá esté de cuchipanda con sus amigotes allí en la guerra.

 

ALMENA. - Mira necia, en la guerra se está má s cerca de la tumba que de la mesa.

 

BROMIA. - Estoy segura de que mi Sosia no morirá en la guerra. Es capaz de zamparse a la guerra entre pan y pan, antes de que la guerra le devore a é l.

 

ALMENA. - ¡ Está s loca! Tu corazó n no debe producir latidos sino ronquidos, porque lo debes tener tumbado y dormido.

 

BROMIA. - Pero si todo lo digo por arrancaros de los brazos de la tristeza.

 

ALMENA. Este mal no se cura con teatros.

 

BROMIA. - Bueno, pues llore señ ora, llore hasta reventar. (se va) (vuelve corriendo) ¡ señ ora, señ ora!

 

ALMENA. - ¿ Qué pasa, Bromia?

 

BROMIA. - ¿ Qué va a pasar, señ ora?

 

ALMENA. - ¿ Qué?

 

BROMIA. - ¿ Qué ee?

 

ALMENA. - Sí, ¿ qué?

 

BROMIA. - Que por ahí viene mi marido, Sosia.

 

ALMENA. - ¿ Tanta locura por eso?

 

BROMIA. - Es que tambié n viene el señ or Anfitrió n.

 

ALMENA. - ¡ Qué dices! ¡ No puede ser! ¡ Está s loca! ¡ Te burlas de mí! ¡ Me engañ as! ¡ Es imposible!

 

JÚ PITER. - (entrando) Los imposibles se han creado para que los destrocen los enamorados.

 

ALMENA. - Ahora siento que muero de alegrí a.

 

MERCURIO. - ¡ Está claro que ambas se han tragado el cambiazo!

 

ALMENA. - Temí a por tu vida, entre todos esos energú menos que te has echado por enemigos.

 

JÚ PITER. - Má s que todas las lanzas y flechas de los enemigos, me herí a la distancia que me separaba de tu corazó n

 

ALMENA. - No sé si creerte.

 

JÚ PITER. - Por Jú piter te juro que ni la distancia que hay desde el cielo a la tierra es suficiente para olvidarme de ti.

 

MERCURIO. - Eso que ha dicho es cabal, señ ora.

 

ALMENA. - Pensaba que la guerra te harí a menos tierno y te ha hecho má s amante.

 

JÚ PITER. - El amor tambié n vive y crece entre el estré pito de las armas. Ya no soy aquel Anfitrió n pasado, sino este Anfitrió n presente.

 

MERCURIO. - ¡ Qué buen “feeling” tiene Jú piter con las mortales!

 

BROMIA. - Concé dame permiso para abrazar a mi señ or que mi cuerpo lo está pidiendo a chorros. Sosia, nosotros hablaremos luego a solas.

 

ALMENA. - Dime Anfitrió n, ¿ qué tal ha ido la guerra?

 

JÚ PITER. - ¡ Bah! Hemos vencido por goleada. Pero mi má s importante batalla espero ganarla esta noche. Vamos, aprovechemos el tiempo, que esta madrugada debo volver al puerto donde me esperan, para mañ ana encabezar el desfile que para celebrar la victoria, recorrerá la ciudad.

 

ALMENA. - Vamos, Anfitrió n, vamos, por favor.

 

JÚ PITER. - Vamos, Almena, amor. Sosia, vigila que no nos moleste nadie.

 

BROMIA. - ¡ Ahora sí! Te voy a romper un par de huesos en el primer abrazo, maridito

 

MERCURIO. - Mejor dedí cate a prepararme algo de cenar.

 

BROMIA. - Tambié n nuestro amo traerí a hambre y antes de meter nada en la boca, mira la de cosas bonitas que han salido de ella dirigidas a su mujer.

 

MERCURIO. - Ellos se quieren, y nosotros, o al menos yo, no.

 

BROMIA. - ¿ No me quieres?

 

MERCURIO. - Bueno, es que te quiero tanto, tanto, tanto,... que me parece que no.

 

BROMIA. - O sea que me cambias por un plato de lentejas.

 

SOSIA. - Incluso por unas sopas de ajo.

 

BROMIA. - La culpa la tengo yo por no aceptar las insinuaciones que me ofrecí an otros.

 

MERCURIO. - Pues fuiste bien tonta no aceptando los placeres que tan a mano tení as.

 

BROMIA. - ¿ Dices con eso, que no te importarí a que me entregase a otro?

 

MERCURIO. - Incluso a otros, incluso a muchos, incluso a todos, no me importarí a.

 

BROMIA. - Si está s bromeando, está s bromeando con fuego.

 

MERCURIO. - Dé jate de amenazas. A mí dame de comer como esposa y de todo lo demá s, nada quiero saber. Y si cuando llego a la cama otro la ha calentado antes, pues eso que gano,

 

BROMIA. - Vete, que no quiero armar alborotos y solo tengo ganas de arrancarte la lengua y tirarla a la basura. Pero ya nos encontraremos, cerdo. ¡ Ah, y de mi mano vas a comer, asado cocido o frito, lo que habitualmente depositas en tu orinal!

 

MERCURIO. - ¡ Qué mujer má s turbia! ¿ no? Ya veis los lí os en que me veo envuelto, por este cabeza loca de Jú piter. Espero que no nos volvamos a encontrar porque las amenazas de esta Bromia yo no me las tomo a bromia.

 

 

Escena 3

 

 

SOSIA. -Ay qué miedo. Os estaré is preguntando có mo es que un hombre razonable y juicioso como yo y que conoce las costumbres de la juventud de hoy en dí a, anda a estas horas de la noche por las calles de la ciudad. Pues toda la responsabilidad es de la impaciencia de mi amo Anfitrió n, que en contra de mi voluntad y de la razó n me ha hecho abandonar la seguridad del puerto y adentrarme en este embravecido océ ano de calles repletas de peligros y piratas. ¡ Qué duro es ser esclavo de alguien rico y poderoso! Todo el dí a trajinando de aquí para allá sin que puedas tomarte un respiro. El amo, solo por ser rico, cree que todo lo que se le antoja es posible. Nunca se plantea si su orden es justa o injusta.

 

MERCURIO. - Yo sí que podrí a quejarme.

 

SOSIA. -Lo cierto, amigo Sosia, es que regresamos sanos y salvos a nuestra casa. Volvemos victoriosos. Hemos vencido a nuestros enemigos en la mayor de las guerras conocida en la historia gracias a la fuerza, el valor y la inteligencia de mi amo Anfitrió n.

 

MERCURIO. - Todo es cierto. Yo lo vi y mi padre tambié n estuvo presente.

 

SOSIA. - A mí me envió de avanzadilla afrontando todos los peligros de la noche, para que comunique a su esposa que ha llegado. Y no amanece. El sol debe estar durmiendo la mona. Habrá bebido má s de la cuenta en la cena. Nunca habí a vivido una noche má s larga. Y la luna no se mueve desde que ha salido. Esta es la mejor noche para disfrutar como dios de una putita a la que has pagado bien.

 

MERCURIO. - No, si mi padre no es tonto. Y gratis. Y gracias a mi.

 

SOSIA. - ¿ Quié n es ese tipo que veo delante de la puerta de nuestra casa? No me gusta. Vamos, no me gusta nada. Pero nada de nada.

 

MERCURIO. - Mis mú sculos está n enmoheciendo. Llevo, por lo menos tres dí as, sin romper los huesos a nadie. Necesito pronto, un tipo en el que descargar mi furia.

 

SOSIA. - Me temí a lo peor y lo peor me ha tocado. Ese no es hombre sino diablo. ¡ Me cago en la leche que he mamado! ¡ Pero si ese soy yo! ¡ Qué bestia es la naturaleza! ¡ Có mo puede hacer a un ser tan desgraciado como yo, por duplicado!

 

MERCURIO. - ¿ Quié n molesta por ahí?

 

SOSIA. - Yo, pero...

 

MERCURIO. - ¿ Quié n eres tú?

 

SOSIA. - Con un par..., Sosia.

 

MERCURIO. - Con que Sosia, ¿ eh?. ¿ Señ or o esclavo?

 

SOSIA. - ¿ Y a ti qué te importa?

 

MERCURIO. - Veo que quieres pelea. Me gusta.

 

SOSIA. - Y a mí me encanta.

 

MERCURIO. - (tras darle un bofetó n) ¡ Qué a gusto me he quedado!

 

SOSIA. - ¿ Pero có mo te atreves? ¿ Quié n eres tú?

 

MERCURIO. - Me llamo Sosia.

 

SOSIA. - Me vas a decir que tu eres Sosia, el esclavo con cuerpo de cucaracha, cara de limó n exprimido y piernas de simio desnutrido, que pertenece a esta casa?

 

MERCURIO. - (TRAS DARLE OTRA BOFETADA) Si vuelves a burlarte de mí, te moleré a palos.

 

SOSIA. - Pero si ese al que describí a era yo.

 

MERCURIO. - Aquí no hay má s yo que yo.

 

SOSIA. - De acuerdo yo no soy yo. Pero soy el esclavo del dueñ o de esta casa, el general Anfitrió n.

 

MERCURIO. - ¿ Tú?

 

SOSIA. - Si yo no soy yo, al menos seré Sosia su criado.

 

MERCURIO. - (tras propinarle otra bofetada) ¿ Continú as diciendo que eres Sosia?

 

SOSIA. - Sí, pero ahora soy Sosia abofeteado.

 

MERCURIO. - Voy a cruzar toda la ciudad dá ndote patadas en tu inmundo trasero hasta conseguir echarte al mar. ¿ Có mo te llamas?

 

SOSIA. - Pude ser que no me llame, pero hasta hoy todos me han llamado Sosia.

 

MERCURIO. - Maldito embustero, Sosia soy yo.

 

SOSIA. - Pues sino soy Sosia ni soy yo, ya nos soy nada ni nadie en esta vida.

 

MERCURIO. - Allá tú. A mí la filosofí a me trae sin cuidado.

 

SOSIA. - No me extrañ a porque yo me quedo con las bofetadas y usted con mi nombre y conmigo.

 

MERCURIO. - Sosia soy yo, todo el mundo en esta casa y en Tebas lo sabe.

 

SOSIA. - Si yo fuera má s fuerte y no tan cobarde, quizá s Sosia fuese yo.

 

MERCURIO. - ¿ Qué rezongas?

 

SOSIA. - Te suplico que me dejes hablar un momento sin recibir una paliza.

 

MERCURIO. - Está bien. Declaro una tregua.

 

SOSIA. - ¿ Seguro?

 

MERCURIO. - Habla.

 

SOSIA. - ¿ Y si me engañ as?

 

MERCURIO. - Entonces la mala leche de Mercurio se derramará sobre Sosia.

 

SOSIA. - Nada me gustarí a má s en este momento que no ser Sosia, sobre todo por complacerte. Pero yo soy Sosia el criado de Anfitrió n.

 

MERCURIO. - Tú está s loco.

 

SOSIA. - ¿ Loco yo? ¿ No he llegado esta noche en nuestra nave al puerto? ¿ No me envió aquí mi amo? ¿ No estoy ahora delante de nuestra casa? ¿ No estoy hablando? ¿ No estoy despierto? No me acabas de golpear tú, que dices que eres yo, con tus puñ os que deben ser los mí os? Entonces...

 

MERCURIO. - ¡ Entonces, mientes! Nosotros conquistamos la ciudad del rey Terelao e hicimos prisioneros a lo teleboas y el propio general Anfitrió n degolló a Terelao en el combate.

 

SOSIA. - Pero dime, ¿ qué regalo le hicieron los Teleboas al general anfitrió n por su victoria?

 

MERCURIO. - La copa de oro en que solí a beber el rey Terelao.

 

SOSIA. - Lo que yo mismo hice no podrá s saberlo. ¡ Ahí te he pillado! En mitad del combate qué hací a yo escondido en la tienda? Si lo sabes me has ganado.

 

MERCURIO. - Me bebí una jarra entera de vino tinto a la salud de los nuestros.

 

SOSIA. - Es cierto, pero te juro que soy Sosia, y que no miento.

 

MERCURIO. - Y yo te juro que Sosia soy yo, y te juro tambié n que tanto Jú piter como Mercurio aprobarí an mis palabras.

 

SOSIA. - ¿ Y entonces quié n soy yo?

 

MERCURIO. - ¡ Amigo! Esa es la eterna pregunta del ser humano. Ahora lá rgate.

 

SOSIA. - Antes debo comunicar a mi ama lo que me comunicó mi amo.

 

MERCURIO. Como te atrevas a dar un solo paso hacia esta mi casa, te parto la columna. Está dicho.

 

SOSIA. Desde luego se parece a mí tanto como yo mismo. El pelo, los pies, las piernas, el mentó n, el cuello, la frente, la nariz, los ojos. ¿ Dó nde me he perdido? ¿ Dó nde me he transformado? Volveré al puerto a contarle a mi amo lo sucedido. Espero que é l sí me reconozca. Adió s señ or Sosia.

 

MERCURIO. - Adió s señ or quié n sabe.

 

 

Escena 4

 

 

ALMENA. - Pero, ¿ por qué me abandonas así, tan rá pido?

 

JÚ PITER. - Por que cuando un general no está con sus tropas, pronto surge el cachondeo entre los soldados,  y aú n los má s aguerridos se envician de vino, baile y mujeres.

 

MERCURIO. - (AL PÚ BLICO) Voy a echarle una manita. Señ or, es tarde, sus hombres le esperan.

 

ALMENA. - Ya veo lo que me quieres.

 

JÚ PITER. - Te quiero má s que a ninguna.

 

ALMENA. - Vete.

 

JÚ PITER. - Piensa que me voy solo un momento.

 

ALMENA. - Un momento que será eterno.

 

JÚ PITER. - Eso sí.

 

ALMENA. - Adió s esposo mí o.

 

JÚ PITER. - Preferirí a que me recordaras como amante.

 

ALMENA. - Amante y esposo, para mí son lo mismo.

 

JÚ PITER. - Hombre,... en este caso...

 

BROMIA. - Entre amante y esposo, en casos que yo conozco, hay mucha diferencia.

(refirié ndose a Mercurio) Por ejemplo, estas distancias, estas miradas torvas y estos morros, son propias de marido sin amor.

 

JÚ PITER. - ¿ Por qué me retienes? Yo tambié n sufro por separarme. (a Sosia) El regalo. Toma. Es la copa en que bebí a el rey Terelao, me la dieron los teleboas en recompensa por mi valor. Es mi regalo en prueba de agradecimiento por tu amor.

 

ALMENA. - Gracias, amor. La guardaré hasta tu regreso, para que bebamos juntos en ella, el má s dulce licor.

 

MERCURIO. - (al pú blico)Deberí amos concluir ya esta escena porque tiene un serio peligro de empalago... ¿ o no?

 

JÚ PITER. - ¡ No farfulles sarnoso! Mira que agarro esa lengua pestilente que tienes y no dejo de estirá rtela hasta que te la pises con tus propios pies.

 

ALMENA. - No te enfades Anfitrió n que no es momento. (Le besa)

 

MERCURIO. - A mi papá el amor le avinagra la existencia. O quizá esté haciendo teatro

 

ALMENA. - (separá ndose) Anfitrió n, cuando no esté a tu lado, quié reme, por que soy siempre tuya.

 

MERCURIO. - ¡ Papaaaá

 

BROMIA. - ¿ Papá?

 

MERCURIO. -!.. Padre, amo, general, benefactor mí o, amanece, o algo!

 

JÚ PITER. - Lá rgate, ve delante, yo te sigo. Estaré de vuelta pronto, muy pronto. Piensa en mí. (Almena y Bromia entran en casa) Y ahora, tú noche que me has ayudado tanto, levanta el culo de Tebas y da paso al dí a, para que ilumine a estos mortales, alguno de ellos tan apetitoso. Que el dí a reemplace a la noche. Yo voy volando tras Mercurio.

 

 

Escena 5

 

ANFITRIÓ N. - Mira Sosia, eres el dios de los payasos.

 

SOSIA. - Pero, ¿ por qué?

 

ANFITRIÓ N. - ¿ Por qué? Ahora mismo te voy a cortar esa lengua borracha.

 

SOSIA. - Puedes hacerlo, pero eso no impedirá que las cosas sean tal como han sido.

 

ANFITRIÓ N. - Pero, ¿ có mo te atreves, bribó n a decirme que está s en casa cuando te veo aquí?

 

SOSIA. - Como me atrevo a decirte, que cuando llegué a la casa yo ya estaba allí.

 

ANFITRIÓ N. - Este tí o está borracho de los pies a la cabeza.

 

SOSIA. - Ojalá lo estuviera.

 

ANFITRIÓ N. - ¿ Qué y dó nde has bebido?

 

SOSIA. - Nada y en ninguna parte.

 

ANFITRIÓ N. - ¡ Sosia!

 

SOSIA. - Ya no soy Sosia.

 

ANFITRIÓ N. - ¿ Quié n eres, entonces?

 

SOSIA. - Soy, quié n sabe, o nadie u otro o algo así.

 

ANFITRIÓ N. - Pero, ¿ qué le ha ocurrido a este hombre?

 

SOSIA. - Pues ni má s ni menos, que al querer entrar en nuestra casa me lo impedí yo.

 

ANFITRIÓ N. - ¿ Tú, majadero? Pero no ves que eso que dices no puede ser.

 

SOSIA. Si puede ser. Por que el yo de nuestra casa es fuerte, valiente y divertido y mi yo de aquí, triste, miedoso y canijo.

 

ANFITRIÓ N. - ¿ Y te ha pegado?

 

SOSIA. - Y de qué manera.

 

ANFITRIÓ N. - ¿ Y quié n ha sido?

 

SOSIA. - Yo. Y me he atizado de lo lindo.

 

ANFITRIÓ N. - ¿ Qué te has pegado tú?

 

SOSIA. Y no veas qué a gusto me quedaba, cada vez que me atizaba.

 

ANFITRIÓ N. - Eres un perro, un mequetrefe, una sabandija.

 

SOSIA. - Hasta aquí tienes razó n y no lo discuto.

 

ANFITRIÓ N. - Y ladró n, bribó n, usurpador....

 

SOSIA. - En esto no hay acuerdo.

 

ANFITRIÓ N. - Es que ahora pensaba en tu otro yo.

 

SOSIA. - ¡ Ah!, entonces...

 

ANFITRIÓ N. - Entonces, mequetrefe, vas a cobrar por dos y nunca mejor dicho. De mí nadie se burla.

 

SOSIA. - Pero si estoy diciendo la verdad. Y ademá s como noticia es acojonante.

 

ANFITRIÓ N. - ¿ O sea que es acojonante que tú tengas el don de la ubicuidad, eh? Segú n tú, está s aquí junto a mí y tambié n en mi casa en este momento.

 

SOSIA. - ¿ No te parece una noticia acojonante? Pues a mí cada vez má s.

 

ANFITRIÓ N. - ¡ Qué palos te voy a dar, qué palos!

 

SOSIA. - Ande con cuidado con eso de los palos, que en la anterior escena ya he recibido muchos. No vaya a haber un hartazgo en el pú blico. Aviso.

 

ANFITRIÓ N. - ¿ Y no viste a mi mujer?

 

SOSIA. - De acuerdo, tres veces han de repetirse las cosas en teatro para que queden claras, pero cien veces lo mismo....

 

ANFITRIÓ N. - Dirí gete a mí, que me parece que hablas má s para el pú blico que conmigo. Contesta, te digo, ¿ viste a mi mujer?

 

SOSIA. - Ese otro yo terrible que soy en nuestra casa, ese yo que pretende ser el ú nico yo, ese Sosia que me desosia no me lo ha permitido.

 

ANFITRIÓ N. - ¡ Está s tarumba Sosia, tarumba Sosia, tarumba!. ¡ Joder qué bien suena! Esta pesadilla solo tiene una solució n. Vamos a casa. Veremos si ese yo tuyo tan belicoso, se atreve a negarme a mí la entrada en casa. Eso sí que va a ser Troya. (al pú blico) Imaginadlo por un momento. ¡ Alta literatura!

 

SOSIA. - ¡ Qué vida! Los asuntos de criados, canapé s de comedia. Pero los mismos asuntos vividos por los amos se convierten en suculentos platos de tragedia.

 

 

Escena 6

 

 

ALMENA. - ¡ Ay, Bromia, qué poco dura la alegrí a! Una sola noche he conseguido retener a mi marido a mi lado. No pude conseguir verle con la luz del dí a. Y ahora le siento lejos de nuevo, muy lejos, aunque sé que está aquí mismo, en la ciudad.

 

BROMIA. - ¡ Mire señ ora, el señ or Anfitrió n y el mequetrefe de mi marido!

 

ANFITRIÓ N. - Señ ora, es veros despué s de tanto tiempo y sentir que mi corazó n reverdece y empuja con un furor que...

 

ALMENA. - ¿ Pero, có mo regresas tan pronto?

 

ANFITRIÓ N. - ¿ Me has echado mucho de menos? ¿ Te alegras de mi llegada?

 

ALMENA. -   ¿ Te burlas? Me hablas como si no me vieras hace mucho tiempo.

 

ANFITRIÓ N. - Te veo tan hermosa, tan saludable...

 

ALMENA. - ¡ Anfitrió n! Por qué te comportas como si volvieras ahora por primera vez a casa de la guerra?

 

ANFITRIÓ N. - ¿ Có mo dices, Almena?

 

SOSIA. - Esto empieza mal.

 

ALMENA. - ¿ Por qué me saludas como si no nos hubié ramos visto hace mucho tiempo?

 

ANFITRIÓ N. - ¿ Es que no es así?

 

ALMENA. - Pero si hace un momento que te has ido de aquí.

 

ANFITRIÓ N. - ¿ Yo? Esta mujer delira.

 

ALMENA. - Esto ya me cansa. ¿ Te está s burlando de mí?

 

SOSIA. - Esto va de mal en peor.

 

ANFITRIÓ N. - Pero si desde que partí a la guerra, no te habí a visto hasta ahora mismo.

 

ALMENA. - ¿ Pero por qué lo niegas, si ya me disgusta?

 

ANFITRIÓ N. - Por que es la verdad monda y lironda.

 

ALMENA. - La guerra te ha hecho enloquecer. Pasas conmigo toda la noche y ahora no solo no lo recuerdas, que ya serí a un sí ntoma, sino que lo niegas. ¿ Y dando cabezadas, incluso? No, si me hará s llorar...

 

ANFITRIÓ N. - Almena, piensa un poco antes de hablar, por que estas palabras pueden traer consecuencias.

 

ALMENA. - Está claro que me toca llorar.

 

ANFITRIÓ N. - Ya lo entiendo. Es una nueva manera de seducirme.

 

ALMENA. - En la guerra, ademá s de enloquecer, te has vuelto idiota.

 

ANFITRIÓ N. - Entonces insistes en que he pasado la noche contigo?

 

ALMENA. - Toda la noche, varias veces y en distintas posiciones.

 

ANFITRIÓ N. - ¡ Maldita sea la noche! ¿ Tú qué dices Sosia?

 

SOSIA. - Si hay otro Sosia, tambié n puede haber otro Anfitrió n.

 

ALMENA. - ¿ Y tú qué dices, Bromia?

 

BROMIA. - Que estas no deben ser cosas de hablar, por que no me salen las palabras. Y mejor que no me salgan, por que las que podrí a dirigirle a ese, (por Sosia) lograrí an ruborizar hasta al mar, que no tiene culpa alguna.

 

ALMENA. - Bromia, vale. ¡ Anda que si te llegan a salir las palabras!

 

BROMIA. - Perdone señ ora, yo no querí a hablar de esto, pero es que si contara las muchas atrocidades que para el gusto de una mujer en su ser y naturaleza....



  

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