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7 de enero. 8 de enero



7 de enero

 

El departamento de Adler le enví a dos semanas a San Francisco. Se marcha mañ ana. Habrá que posponer nuestra conversació n.

 

8 de enero

 

John Pearl me escribe acerca de una exposició n de sus cuadros en un club femenino de Nueva York. No ha sido un é xito. Por falta de espacio amontonaron sus obras en el comedor, y entonces celebraron tantos almuerzos de la Cruz Roja que nadie podí a entrar a ver los cuadros. No vendió ninguno. Una señ ora que admiraba una naturaleza muerta querí a encargar una pintura de flores para el dormitorio de su hija, tres flores en un florero azul. «¿ Solo tres? Una cuarta flor solo le costará veinticinco dó lares má s, y llenará el cuadro. Es algo muy razonable. » Ella reflexionó en la oferta, pero al final decidió que tres serí a suficiente. Su marido cultivaba peoní as: ella le enviarí a las flores y un florero como modelos. «Lo siento», le dijo Johnny. «Creí a que hablá bamos de rosas. Las peoní as son demasiado grandes para ese precio. Tendré que cobrarle diez dó lares má s por cada flor. Es la tarifa habitual por flores de unos siete centí metros de diá metro. Un limó n le costará diez dó lares má s, sin pelar. Pelado a medias, quince dó lares. » «¿ Es que hay tarifas para todo? », preguntó ella. Se habí a vuelto suspicaz. «En cierto modo, sí. Son un poco má s bajas que las que acabo de citarle. La Convenció n de Jones Street de 1930 las rebajó, pero con la inflació n... » Entonces la mujer le dio la espalda. «Ethel me dijo que habí a sido una maldad por mi parte, pero la mujer hablaba tan en serio que no pude resistirme a bromear. No pensé que me harí a perder el encargo. »

John aú n tiene su empleo en la agencia publicitaria, donde dibuja «caricaturas de los rostros de hombres biliosos y chicas de oficina con jaqueca». Y ese, sigue diciendo, de repente muy serio, «es el mundo adulto, rebosante de sentido comú n y juicioso. Me llena de jú bilo la enorme insignificancia de mi trabajo. Es una tonterí a. Mis patronos son absurdos. Así pues, el trabajo me proporciona libertad. No tiene ningú n secreto. En cierto modo es como si un niñ o te diera un trozo de pan a cambio de menear las orejas. Es infantil. Soy el ú nico en este edificio de cincuenta y tres pisos que sabe lo infantil que es. Todos los demá s se lo toman en serio. Como es un edificio de cincuenta y tres pisos, piensan que debe de ser serio. “¡ Esto es vida! ”, digo yo, ¡ esto es despreciable, necio, nada! El mundo real es el mundo del arte y del pensamiento. Solo hay una clase de trabajo que merezca la pena, el de la imaginació n».

Es una idea atractiva, le confiere una vida peculiar, lo separa del tedio envilecido de esos cincuenta y tres pisos. No se inventa esto. Le conozco. No tiene ningú n motivo para mentirme. Me está diciendo lo que siente: que se ha escapado de una trampa. Desde luego, eso es una victoria a celebrar. Me fascina, y hace que me sienta un poco celoso. É l puede sostener esa actitud. ¿ Puede hacerlo porque es un artista? Creo que sí. Esos actos de la imaginació n le salvan. Pero ¿ qué decir de mí? No tengo talento para eso. Mi talento, si alguno tengo, es para ser un ciudadano, o eso a lo que hoy se llama, en un tono muy apenado, un hombre bueno. ¿ Existe alguna clase de esfuerzo personal con el que pueda sustituir a la imaginació n?

Soy incapaz de responder a ese interrogante. Pero, desde luego, é l se encuentra en una situació n mejor. Está en Nueva York, pintando; y, a pesar de la calamidad, las mentiras y la mierda moral, el odio, el detrito de mal y de congoja dejado caer sobre cada corazó n, a pesar de todo eso, é l puede mantener cierta medida de limpieza y libertad. Ademá s, esos actos de la imaginació n, en el sentido má s estricto, no son personales. A travé s de ellos se vincula a la mejor parte de la humanidad. El lo siente así y nunca puede estar aislado, abandonado. Tiene una comunidad. Yo tengo esta caja de seis lados. Y la bondad se alcanza no en un vací o, sino en compañ í a de otros hombres, junto con el amor. Yo, en esta habitació n, separado, alienado, desconfiado, no tengo en mi meta un mundo abierto, sino una cá rcel cerrada y sin esperanza. Mis perspectivas terminan en las paredes. Nada del futuro viene a mi encuentro. Solo el pasado, con su ruina y su inocencia. Algunos hombres parecen saber exactamente dó nde está n sus oportunidades; se fugan de prisiones y cruzan Siberias enteras en su busca. Una habitació n me retiene.

 

Cuando capturaron en Libia al general italiano Bergonzoli (creo que era Bergonzoli), se negó a hablar de asuntos militares o de la estrategia que condujo a su derrota, pero dijo: «¡ Por favor! No soy un soldado. ¡ Ante todo soy un poeta! ». ¿ Quié n no reconoce la ventaja del artista en estos tiempos?

 



  

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