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Cuarta parte 12 страница



Cuando se quiso dar cuenta ya era otoсo y йl seguнa sin moverse de allн. Como empezaba a hacer mбs frнo se comprу un radiador elйctrico en la gasolinera. No podнa explicar por quй no dejaba la vieja fбbrica.

En alguna que otra ocasiуn, unos jуvenes se habнan acercado con el coche y llegaron a aparcar en la explanada delantera, pero ninguno de ellos alterу su apacible existencia ni entrу en el edificio. En septiembre, un vehнculo aparcу justo delante de la fбbrica y un hombre con una cazadora azul intentу abrir las puertas y anduvo husmeando por los alrededores. Niedermann lo observaba desde la ventana de la segunda planta. De vez en cuando, el hombre tomaba apuntes en un cuaderno. Se quedу rondando por allн unos veinte minutos antes de volver a subir al coche y abandonar la zona. Niedermann respirу aliviado. Ignoraba por completo quiйn era aquel hombre y quй lo habrнa traнdo por allн, pero le dio la impresiуn de que habнa venido a realizar algъn tipo de inspecciуn del edificio. No se le ocurriу pensar que la muerte de Zalachenko hubiera dado lugar a que se inventariaran sus bienes para repartirlos.

Pensу mucho en Lisbeth Salander. No esperaba volver a verla nunca mбs, pero le fascinaba y le daba miedo. A Ronald Niedermann no le daban miedo las personas vivas. Sin embargo, su hermana —o hermanastra— le habнa causado una curiosa impresiуn. Nadie lo habнa vencido nunca como lo hizo ella. Y habнa vuelto a pesar de haberla enterrado. Habнa vuelto para perseguirlo. Soсу con ella todas las noches. Se despertу empapado en un sudor frнo y fue consciente de que ella habнa sustituido a sus habituales fantasmas.

En octubre se decidiу: no dejarнa Suecia hasta encontrar a su hermana y eliminarla. Carecнa de plan, pero su vida tenнa de nuevo sentido. No sabнa dуnde estaba ni cуmo dar con ella. Se quedу sentado en la habitaciуn de la segunda planta mirando fijamente por la ventana, dнa tras dнa y semana tras semana.

Hasta que de pronto el Honda Burdeos aparcу delante del edificio y, para su inmenso asombro, vio a Lisbeth Salander bajar del coche. Dios es misericordioso, pensу. Lisbeth Salander harнa compaснa a esas dos mujeres —cuyos nombres ya no recordaba— que se encontraban en la piscina de la planta baja. Su espera habнa terminado y por fin iba a poder continuar con su vida.

Lisbeth Salander evaluу la situaciуn y pensу que distaba mucho de tenerla controlada. Su cerebro trabajaba a toda mбquina. Clic, clic, clic. Seguнa llevando la palanqueta en la mano, pero tenнa claro que resultaba un arma muy frбgil para un hombre que era incapaz de sentir dolor. Se hallaba encerrada en un edificio de unos mil metros cuadrados junto con un robot asesino salido del infierno.

Cuando de repente Niedermann se moviу, ella le tirу la palanqueta. El la esquivу con toda tranquilidad. Lisbeth Salander saliу disparada: puso el pie en un palй, se encaramу a una caja de embalaje y, trepando como una araсa, subiу dos cajas mбs. Se detuvo en lo alto y mirу a Niedermann, que habнa quedado a unos cuatro metros por debajo de ella. Йl se habнa detenido y aguardaba.

—Bбjate —le dijo con toda tranquilidad—. No puedes escapar. El final es inevitable.

Ella se preguntу si йl tendrнa algъn arma de fuego. Eso serнa un problema.

Йl se agachу, levantу una silla y se la tirу. Ella la esquivу.

De sъbito, Niedermann pareciу irritado. Puso el pie en el palй y empezу a subir trepando tras ella. Lisbeth esperу a que йl estuviese casi arriba para coger impulso —dando dos rбpidas zancadas— y saltar por encima del pasillo central. Aterrizу sobre una caja, unos cuantos metros mбs allб. Se bajу de un salto y buscу la palanqueta.

En realidad, Niedermann no era nada torpe. Pero sabнa que no se podнa arriesgar a saltar de las cajas y tal vez fracturarse un pie. No le quedaba mбs remedio que bajar con mucho cuidado. No le quedaba mбs remedio que moverse lenta y metуdicamente. Habнa dedicado toda una vida a aprender a controlar su cuerpo. Casi habнa llegado al suelo cuando oyу unos pasos a sus espaldas y tuvo el tiempo justo de girar el cuerpo para poder parar el golpe de la palanqueta con el hombro. Se le cayу la bayoneta.

Lisbeth soltу la palanqueta en el mismo instante en el que le asestу el golpe. No le dio tiempo a recoger la bayoneta, pero sн a pegarle un puntapiй para alejarla de Niedermann. Esquivу el revйs de la enorme mano de Niedermann y se batiу en retirada encaramбndose a las cajas que habнa al otro lado del pasillo central. Por el rabillo del ojo vio cуmo Niedermann se estiraba para cogerla. Subiу los pies a la velocidad del rayo. Las cajas estaban colocadas en dos filas y apiladas de tres en tres, las que daban al pasillo central, y de dos en dos las que daban al otro lado. Lisbeth pegу un salto y bajу hasta la fila de las que estaban distribuidas en dos niveles, apoyу la espalda en una caja y ejerciу toda la fuerza que sus piernas le permitieron. Aquello debнa de pesar por lo menos doscientos kilos. Sintiу cуmo se movнa y se volcaba sobre el pasillo central.

Niedermann vio cуmo la caja se le venнa encima y tuvo el tiempo justo para echarse a un lado. Una de las esquinas le golpeу el pecho, pero se zafу sin lesionarse. Se detuvo. Opone realmente resistencia. Trepу tras ella. Acababa de asomar la cabeza por el tercer nivel cuando ella le pegу una patada. La bota impactу en toda la frente. El gruсу y, ayudбndose con los brazos, se encaramу sobre la superficie de la caja. Lisbeth Salander huyу dando un salto y regresу a las cajas del otro lado del pasillo central. Acto seguido, se bajу dando otro salto y desapareciу del campo de visiуn de Niedermann. Йl oyу sus pasos y la divisу cuando ella cruzу la puerta que daba a la sala interior.

Lisbeth Salander echу una escrutadora mirada a su alrededor. Clic. Sabнa que no tenнa nada que hacer con йl. Mientras consiguiera evitar las enormes manos de Niedermann y mantenerse alejada de йl podrнa sobrevivir, pero en cuanto cometiera un error —algo que ocurrirнa tarde o temprano— estarнa muerta. Tenнa que evitarle: a йl sуlo le harнa falta ponerle la mano encima una sola vez para terminar la batalla. Necesitaba un arma.

Una pistola. Una ametralladora. Un proyectil HEAT. Una mina antipersona.

El arma que fuera, joder. Pero allн no habнa armas. Mirу a su alrededor. No habнa nada.

Sуlo herramientas. Clic. Depositу la mirada en la sierra, pero no iba a ser muy fбcil que digamos hacer que йl se tumbara sobre el banco. Clic. Vio una pica de hierro que podrнa funcionar como jabalina, pero le resultaba demasiado pesada para manejarla de modo eficaz. Clic. Echу un vistazo a travйs de la puerta y vio que Niedermann se habнa bajado de las cajas, que quedaban a unos quince metros de distancia. Se dirigнa de nuevo hacia ella. Lisbeth empezу a alejarse. Quizб tendrнa unos cinco segundos antes de que Niedermann llegara. Les echу un ъltimo vistazo a las herramientas.

Un arma... o un escondite. De repente se detuvo.

Niedermann no se dio ninguna prisa. Sabнa que no habнa ninguna salida y que tarde o temprano conseguirнa atrapar a su hermana. Pero estaba claro que era peligrosa; no en vano era hija de Zalachenko. Y йl no querнa lesionarse. Asн que era mejor dejar que ella agotara sus fuerzas corriendo de un lado para otro.

Se detuvo en el umbral de la puerta que daba a la sala interior y paseу la mirada por todos aquellos trastos: herramientas, tablas de madera a medio colocar en el suelo y muebles. Ni rastro de ella.

—Sй que estбs aquн dentro. Te voy a encontrar.

Ronald Niedermann permaneciу quieto escuchando.

Lo ъnico que oyу fue su propia respiraciуn. Ella seguнa escondida. El sonriу. Ella lo estaba desafiando. Su visita se habнa convertido de pronto en un juego entre hermanos.

Luego oyу un imprudente crujido que procedнa de algъn lugar central de la vieja sala. Volviу la cabeza pero en un principio no pudo determinar de dуnde provenнa aquel ruido. Luego volviу a sonreнr: en medio del suelo, algo alejado del resto de los trastos, habнa un banco de trabajo de madera, de cinco metros de largo, que tenнa una fila de cajones en la parte superior y unos armarios con puertas corredizas por debajo.

Se acercу al mueble por uno de los lados y le echу un vistazo por detrбs para asegurarse de que ella no lo intentaba engaсar. Ni rastro.

Se ha escondido en uno de los armarios. Quй estъpida.

De un tirуn, abriу la primera puerta de la parte izquierda del armario.

Oyу en el acto que alguien se movнa dentro. El ruido procedнa de la parte central. Pegу dos rбpidas zancadas y, dando un tirуn, abriу la puerta con cara de triunfo.

ЎVacнo!

Luego oyу una serie de agudos impactos que sonaron como los tiros de una pistola. El sonido fue tan repentino que al principio le costу advertir su procedencia. Volviу la cabeza. Luego sintiу una extraсa presiуn en el pie izquierdo. No percibiу ningъn dolor. Bajу la mirada hasta el suelo justo a tiempo para ver cуmo la mano de Lisbeth llevaba la pistola de clavos al pie derecho.

ЎEstaba debajo del armario!

Se quedу como paralizado durante los segundos que ella tardу en poner la boca de la pistola encima de su bota y dispararle otros cinco clavos de siete pulgadas en el pie.

El intentу moverse.

Le llevу otros preciosos segundos darse cuenta de que sus pies estaban clavados a las tablas de madera del nuevo suelo. La mano de Lisbeth Salander regresу al pie izquiйrelo. Sonу como si un arma automбtica disparara tiros sueltos en rбpida sucesiуn. Le dio tiempo a clavarle otros cuatro clavos de siete pulgadas antes de que a йl se le ocurriera actuar.

Quiso agacharse para agarrar la mano de Lisbeth Salander, pero perdiу el equilibrio en el acto. Consiguiу recuperarlo apoyбndose contra el armario mientras una y otra vez oнa los disparos de la pistola de clavos, taclam, taclam, taclam. Ahora la tenнa de nuevo en el pie derecho. Vio cуmo le clavaba los clavos en oblicuo, atravesбndole el talуn.

De repente, Ronald Niedermann aullу de pura rabia. Volviу a intentar coger la mano de Lisbeth Salander.

Desde debajo del armario, Lisbeth Salander vio subir la pernera del pantalуn en seсal de que йl se estaba agachando. Soltу la pistola de clavos. Ronald Niedermann vio cуmo la mano desaparecнa por debajo del armario con la velocidad de un reptil sin que йl pudiera alcanzarla.

Quiso hacerse con la pistola pero, en el mismo momento en que la tocу con la punta del dedo, Lisbeth Salander la metiу bajo el armario tirando del cable.

El espacio que habнa entre el suelo y el armario era de poco mбs de veinte centнmetros. Niedermann volcу el mueble con todas sus fuerzas. Lisbeth Salander alzу la vista mirбndolo con unos enormes ojos y con cara de ofendida. Girу la pistola y disparу desde una distancia de medio metro. El clavo le dio a Ronald en medio de la tibia.

A continuaciуn, soltу la pistola y, rбpida como un rayo, se alejу de йl rodando y se puso de pie fuera de su alcance. Luego retrocediу dos metros y se detuvo.

Ronald Niedermann intentу moverse, pero volviу a perder el equilibrio y se tambaleу de un lado para otro agitando los brazos en el aire. Recuperу el equilibrio y, lleno de rabia, se agachу.

Esta vez logrу hacerse con la pistola de clavos. La levantу y apuntу con ella a Lisbeth Salander. Apretу el gatillo.

No pasу nada. Desconcertado, se quedу contemplando la pistola. Luego volviу a dirigir la mirada hacia Lisbeth Salander, quien, sin la menor expresiуn en el rostro, sostenнa la clavija en la mano. Preso de un ataque de rabia, йl le lanzу la pistola. Ella lo esquivу rauda como un rayo.

Acto seguido, Lisbeth enchufу la clavija y se acercу la pistola tirando del cable.

Los ojos de Ronald Niedermann se toparon con la inexpresiva mirada de Lisbeth Salander. Le invadiу un repentino estupor: acababa de comprender que ella lo habнa vencido. Es sobrenatural. Por puro instinto, intentу soltar el pie del suelo. Es un monstruo. Consiguiу reunir fuerzas para elevar el pie unos milнmetros antes de que las cabezas de los clavos le impidieran levantarlo mбs. Los clavos le habнan penetrado los pies en distintos бngulos, de forma que, para poder liberarse, tendrнa literalmente que destrozarse los pies. Ni siquiera con sus fuerzas casi sobrehumanas pudo liberarse. Se tambaleу unos cuantos segundos de un lado para otro como si estuviese a punto de desmayarse. No se soltу. Vio cуmo, poco a poco, un charco de sangre se iba formando bajo sus pies.

Lisbeth Salander se sentу frente a Niedermann en una silla que no tenнa respaldo y permaneciу atenta en todo momento a que йl no diera seсales de ser capaz de arrancar sus pies del suelo. Como no podнa sentir dolor, era tan sуlo una cuestiуn de tiempo que йl arrancara sus pies pasбndolos a travйs de las cabezas de los clavos. Sin mover un solo mъsculo, ella estuvo contemplando su lucha durante diez minutos. Los ojos de Lisbeth no mostraron en ningъn instante expresiуn alguna.

Luego se levantу, lo rodeу y le puso la pistola en la espina dorsal, un poco por debajo de la nuca.

Lisbeth Salander reflexionу profundamente. El hombre que ahora tenнa ante sн no sуlo habнa importado mujeres; tambiйn las habнa drogado, maltratado y vendido a diestro y siniestro. Incluyendo a aquel policнa de Gosseberga y a un miembro de Svavelsjц MC, habнa asesinado como mнnimo a ocho personas. No tenнa ni idea de cuбntas vidas mбs pesarнan sobre la conciencia de su medio hermano, pero por su culpa a ella la acusaron de tres de los asesinatos que йl cometiу y la persiguieron por toda Suecia como a un perro rabioso.

Lisbeth tenнa el dedo puesto en el gatillo.

Йl matу a Dag Svensson y a Mia Bergman.

Y, con la ayuda de Zalachenko, tambiйn la matу a ella. Y a ella fue a la que enterrу en Gosseberga. Y ahora habнa vuelto para matarla otra vez.

Era para cabrearse.

No veнa ninguna razуn para dejarlo con vida. Йl la odiaba con una pasiуn que ella no entendнa. їQuй pasarнa si se lo entregara a la policнa? їUn juicio? їCadena perpetua? їCuбndo empezarнan a darle permisos? їCuбndo se fugarнa? Y ahora que su padre por fin se habнa ido, їdurante cuбntos aсos tendrнa que vigilar sus espaldas en espera de que un dнa su hermanastro volviese a aparecer? Sintiу el peso de la pistola de clavos. Podнa terminar con aquello de una vez por todas.

Anбlisis de consecuencias.

Se mordiу el labio inferior.

Lisbeth Salander no temнa ni a las personas ni a las cosas. Se dio cuenta de que carecнa de la imaginaciуn que serнa necesaria para eso: una prueba como cualquier otra de que algo no andaba bien en su cerebro.

Ronald Niedermann la odiaba y ella le correspondнa con un odio igual de irreconciliable. Йl habнa pasado a engrosar la lista de hombres que, como Magge Lundin, Martin Vanger, Alexander Zalachenko y una docena mбs de hijos de puta, no tenнan en absoluto ninguna excusa para ocupar el mundo de los vivos. Si ella pudiera llevбrselos a todos a una isla desierta y dispararles un arma nuclear, se quedarнa mбs que satisfecha.

Pero їcometer un asesinato? їMerecнa la pena? їQuй pasarнa con ella si lo matara? їQuй oportunidades tenнa de evitar que la descubrieran? їQuй estaba dispuesta a sacrificar por darse el gusto de apretar el gatillo de la pistola de clavos una ъltima vez?

Podrнa alegar defensa propia y el derecho de legнtima defensa. .. No, serнa difнcil con los pies de Niedermann clavados en el suelo.

De pronto, acudiу a su mente Harriet Vanger, que tambiйn habнa sido torturada por su padre y su hermano. Se acordу de las duras palabras que ella misma le dijo a Mikael Blomkvist y con las que condenaba a Harriet Vanger: era culpa de Harriet que su hermano, Martin Vanger, continuara matando aсo tras aсo.

—їQuйharнas tъ? —le habнa preguntado Mikael.

—Matar a ese hijo de puta —habнa contestado Lisbeth con una convicciуn que le saliу desde lo mбs profundo de su frнa alma.

Y ahora ella se hallaba exactamente en la misma situaciуn en la que se habнa encontrado Harriet Vanger. їA cuбntas mujeres mбs matarнa Ronald Niedermann si lo dejaba huir? Ella ya era mayor de edad y responsable de sus actos. їCuбntos aсos de su vida querнa sacrificar? їCuбntos aсos habrнa querido sacrificar Harriet Vanger?

Luego la pistola de clavos le resultу demasiado pesada como para poder sostenerla en alto contra su espalda, incluso utilizando las dos manos.

Bajarla fue como volver a la realidad: descubriу que Ronald Niedermann murmuraba de forma inconexa. Hablaba en alemбn. Y decнa algo de un diablo que habнa venido a buscarlo.

De pronto, Lisbeth fue consciente de que sus palabras no iban dirigidas a ella. Era como si viera a alguien al fondo de la sala. Volviу la cabeza y siguiу la mirada de Niedermann. Allн no habнa nadie. Sintiу que los pelos se le ponнan de punta.

Se dio la vuelta, fue a buscar la pica de hierro y entrу en la sala exterior para coger su bandolera. Al agacharse descubriу la bayoneta en el suelo. Como todavнa llevaba puestos los guantes, cogiу el arma.

Vacilу un instante y la colocу de modo bien visible en el pasillo central. Valiйndose de la pica de hierro se empleу durante tres minutos en intentar forzar el candado que cerraba la puerta de salida.

Lisbeth Salander permaneciу quieta en su coche reflexionando un largo rato. Al final abriу su mуvil. Le llevу dos minutos localizar el nъmero de telйfono de la sede de Svavelsjц MC.

—їSн? —oyу decir al otro lado de la lнnea.

—Nieminen —dijo ella.

—Un momento.

Esperу tres minutos a que Sonny Nieminen, acting president de Svavelsjц MC, contestara. —їQuiйn es?

—Eso a ti no te importa —contestу Lisbeth con un tono de voz tan bajo que йl apenas pudo distinguir las palabras. Ni siquiera fue capaz de determinar si se trataba de un hombre o de una mujer.

—Bueno. їY quй quieres?

—Sй que andas buscando informaciуn sobre Ronald Niedermann. —їAh, sн?

—Dйjate de historias. їQuieres saber dуnde estб o no? —Soy todo oнdos.

Lisbeth le hizo una descripciуn de la ruta que habнa que seguir para llegar hasta la vieja fбbrica de ladrillos situada en las afueras de Norrtбlje. Le dijo que Niedermann permanecerнa allн lo suficiente como para que a йl le diera tiempo a llegar si se apresuraba.

Colgу, arrancу el coche y subiу hasta la gasolinera OK, al otro lado de la carretera. Aparcу mirando a la fбbrica.

Tuvo que esperar mбs de dos horas. Era poco menos de la una y media de la tarde cuando advirtiу la presencia de una furgoneta que pasaba lentamente por la carretera que quedaba por debajo de donde ella se encontraba. Se detuvo en el arcйn, aguardу cinco minutos, dio la vuelta y enfilу el desvнo que conducнa a la vieja fбbrica. Empezaba a hacerse de noche.

Abriу la guantera, sacу unos prismбticos Minolta 2x8 y vio aparcar a la furgoneta. Identificу a Sonny Nieminen y Hans-Ake Waltari acompaсados de otras tres personas que no conocнa. Prospects. Tienen que reconstruir el club.

Cuando Sonny Nieminen y sus cуmplices descubrieron que habнa una puerta abierta en la fachada lateral, ella volviу a coger su mуvil. Escribiу un mensaje y lo enviу a la central de la policнa de Norrtбlje:

EL ASESINO DE POLICНAS R. NIEDERMANN SE ENCUENTRA EN LA VJA FБBRICA DE LADRILLOS CERCA DE LA GASOLINERA OK AFUERAS DE SKEDERID. ESTБ A PUNTO DE SER ASESINADO POR S. NIEMINEN & MMBROS DE SVAVELSJЦ MC. MUJER MUERTA EN PISCINA DE PLNTA BJA.

No pudo ver ningъn movimiento en la fбbrica. Cronometrу el tiempo.

Mientras esperaba, sacу la tarjeta SIM del mуvil y la destruyу cortбndola por la mitad con unas tijeras para las uсas. Bajу la ventanilla y tirу los trozos al suelo. Luego sacу de la cartera una tarjeta SIM nueva y la introdujo en el telйfono. Utilizaba tarjetas prepago de Comviq que resultaban casi imposibles de rastrear. Llamу a Comviq y recargу quinientas coronas.

Pasaron once minutos antes de que apareciera un furgуn —con las luces azules de la sirena puestas pero sin hacer ruido— que avanzaba hacia la fбbrica procedente de Norrtбlje. El vehнculo aparcу junto al camino de acceso. Un par de minutos mбs tarde se le unieron dos coches patrulla. Los agentes hablaron un rato entre ellos y luego avanzaron hacia la fбbrica todos juntos y aparcaron junto a la furgoneta de Nieminen. Lisbeth alzу los prismбticos. Vio cуmo uno de ellos cogнa una radio para comunicar la matrнcula de la furgoneta a la central. Los policнas miraron a su alrededor, pero aguardaron. Dos minutos mбs tarde, Lisbeth vio cуmo otro furgуn se aproximaba a toda velocidad.

De repente se dio cuenta de que, por fin, todo habнa pasado.

Aquella historia que empezу cuando ella naciу acababa de terminar allн, en la vieja fбbrica de ladrillos. Era libre.

Cuando los policнas sacaron las armas de refuerzo del furgуn, se pusieron los chalecos antibalas y empezaron a distribuirse por las inmediaciones de la fбbrica, Lisbeth Salander entrу en la gasolinera y comprу un coffee togo y un sandwich envasado. Se los tomу de pie en una pequeсa mesa de la zona de cafeterнa.

Cuando volviу al coche ya era noche cerrada. Justo cuando abriу la puerta oyу dos lejanos impactos de algo que ella supuso que eran armas de fuego portбtiles y que procedнan del otro lado de la carretera. Vio varias siluetas negras que no resultaron ser sino policнas pegados a la pared cerca de la entrada de la fachada lateral. Oyу la sirena de otro furgуn que se acercaba por la carretera que venнa de Uppsala. Algunos coches se habнan parado en el arcйn, justo por debajo de donde se encontraba Lisbeth observando el espectбculo.

Arrancу el Honda Burdeos, bajу hasta la E18 y regresу a Estocolmo.

Eran las siete cuando Lisbeth Salander, para su inmensa irritaciуn, oyу cуmo tocaban el timbre de la puerta. Estaba metida en la baсera con el agua todavнa humeante. Lo cierto era que sуlo existнa una persona que pudiera tener una razуn para llamar a su puerta.

Al principio habнa pensado ignorar el timbre, pero la tercera vez que sonу, suspirу y se envolviу en una toalla. Se mordiу el labio inferior y fue mojando el suelo hasta llegar a la entrada.

—Hola —dijo Mikael Blomkvist en cuanto ella abriу.

Lisbeth no contestу.

—їHas oнdo las noticias?

Ella negу con la cabeza.

—Pensй que quizб te gustarнa saber que Ronald Niedermann ha muerto. Ha sido asesinado esta tarde en Norrtбlje por unos cuantos miembros de Svavelsjц MC.

-—їDe verdad? —dijo Lisbeth Salander con un contenido tono de voz.

—He hablado con el oficial de guardia de Norrtбlje. Al parecer ha sido una especie de ajuste de cuentas interno. Por lo visto, lo han torturado y luego lo han destripado con una bayoneta. En el lugar han encontrado ademбs una bolsa con varios cientos de miles de coronas.

—їAh, sн?

—Detuvieron a la banda de Svavelsjц allн mismo. Encima opusieron resistencia. Aquello acabу en tiroteo y la policнa tuvo que llamar a la fuerza nacional de intervenciуn de Estocolmo. Svavelsjц se rindiу a eso de las seis de esta tarde.

—Aja.

—Tu viejo amigo Sonny Nieminen de Stallarholmen ha acabado mordiendo el polvo. Flipу por completo e intentу escapar pegando tiros a diestro y siniestro.

Mikael Blomkvist permaneciу callado unos segundos. Los dos se miraron de reojo a travйs de la rendija de la puerta.

—їMolesto?

Ella se encogiу de hombros. —Estaba en la baсera. —Ya lo veo. їQuieres compaснa? Ella le lanzу una dura mirada.

—No me referнa a acompaсarte en la baсera. Traigo bagels —dijo, levantando una bolsa—. Ademбs he comprado cafй para preparar un espresso. Si tienes una Jura Impressa X7 en la cocina, por lo menos debes aprender a usarla.

Ella arqueу una ceja. No sabнa si deberнa estar decepcionada o aliviada.

—їSуlo compaснa? —preguntу.

—Sуlo compaснa —le confirmу йl—. Soy un buen amigo que le hace una visita a una buena amiga. Bueno, si es que soy bienvenido.

Ella dudу unos segundos. Llevaba dos aсos manteniйndose a la mayor distancia posible de Mikael Blomkvist. Aun asн, le dio la sensaciуn de que —bien a travйs de la red o bien en la vida real— йl siempre acababa pegбndose a su vida igual que se pega un chicle a la suela de un zapato. En la red todo le parecнa bien. Allн йl no era mбs que electrones y letras. En la vida real, delante de su puerta, seguнa siendo ese maldito hombre tan jodidamente atractivo. Y que conocнa sus secretos de la misma manera que ella conocнa los de йl.

Lo contemplу y constatу que ya no albergaba ningъn sentimiento hacia йl. O al menos no ese tipo de sentimientos.

Lo cierto era que durante el aсo que acababa de pasar йl habнa sido un amigo.

Confiaba en йl. Quizб. Le irritaba que una de las pocas personas en las que confiaba fuera un hombre al que evitaba ver constantemente.

Al final se decidiу. Era ridнculo hacer como si йl no existiera. Ya no le dolнa verlo.

Abriу la puerta y lo dejу entrar de nuevo en su vida.



  

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