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Cuarta parte 1 страница



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Del i de julio al 7 de octubre

 

A pesar de la rica flora de leyendas que circula sobre las amazonas de la Grecia antigua, de Amйrica del sur, de Бfrica y de otros lugares, tan sуlo existe un ъnico ejemplo histуrico de mujeres guerreras que estй documentado. Se trata del ejйrcito del pueblo fon, en Dahomey, al oeste de Бfrica, la actual Benнn.

Estas mujeres guerreras nunca han sido mencionadas en la historia militar oficial. Tampoco se ha rodado ninguna pelнcula romбntica sobre ellas, y si hoy en dнa aparecen en algъn lugar lo hacen, como mucho, en forma de histуricas y borradas notas a pie de pбgina. El ъnico trabajo cientнfico que se ha hecho sobre estas mujeres esAmazons ofBlac\ Sparta, del historiador Stanley B. Alpern (Hurst & Co Ltd, Londres, 1998). Aun asн, se trataba de un ejйrcito que se podнa medir con cualquiera de los ejйrcitos de soldados de йlite que las fuerzas invasoras tuvieran.

No ha quedado del todo claro cuбndo se creу el ejйrcito femenino del pueblo fon, pero ciertas fuentes lo fechan en el siglo XVII. En un principio era una guardia real, pero evolucionу hasta convertirse en un colectivo militar compuesto por seis mil soldados mujeres que tenнan un estatus semidivino. Su objetivo no era decorativo. Durante mбs de doscientos aсos constituyeron la punta de lanza que los fon utilizaron contra los colonizadores europeos que los invadieron. Eran temidas por los militares franceses, que fueron derrotados en varias batallas campales. El ejйrcito femenino no pudo ser vencido hasta 1892, cuando Francia enviу por mar tropas modernas compuestas por artilleros, legionarios, un regimiento de la infanterнa de marina y la caballerнa.

Se desconoce cuбntas de esas guerreras cayeron en el campo de batalla. Durante varios aсos las supervivientes continuaron haciendo su particular guerrilla y algunas veteranas de ese ejйrcito fueron entrevistadas y fotografiadas en una dйcada tan reciente como la de los aсos cuarenta.


Capнtulo 23

Viernes, ide julio -Domingo, 10 de julio

 

Dos semanas antes del juicio contra Lisbeth Salander, Christer Malm terminу la maquetaciуn del libro de trescientas sesenta y cuatro pбginas que llevaba el austero tнtulo de La Secciуn. El fondo de la portada era a base de tonos azules. Las letras en amarillo. En la parte baja, Christer Malm habнa colocado los retratos —en blanco y negro y del tamaсo de un sello— de siete primeros ministros suecos. Sobre ellos flotaba la imagen de Zalachenko. Christer habнa usado la foto de pasaporte de йste como ilustraciуn y le habнa aumentado el contraste, de modo que las partes mбs oscuras se veнan como una especie de sombra que cubrнa toda la portada. No se trataba de ningъn sofisticado diseсo, pero resultaba eficaz. Como autores, figuraban Mikael Blomkvist, Henry Cortez y Malin Eriksson.

Eran las cinco y media de la maсana y Christer Malm llevaba toda la noche trabajando. Estaba algo mareado y sentнa una imperiosa necesidad de irse a casa y dormir. Malin Eriksson lo acompaсу en todo momento corrigiendo, una por una, las pбginas que Christer iba aprobando e imprimiendo. Ella ya se encontraba durmiendo en el sofб de la redacciуn.

Christer Malm metiу en una carpeta el documento, las fotos y los tipos de letra. Iniciу el programa Toast y grabу dos cedes. Uno lo puso en el armario de seguridad de la redacciуn. El otro lo recogiу un somnoliento Mikael Blomkvist poco antes de las siete.

—Vete a casa a dormir —dijo.

—Eso es lo que voy a hacer —contestу Christer.

Dejaron que Malin Eriksson continuara durmiendo y conectaron la alarma de la puerta. Henry Cortez entrarнa a las ocho, en el siguiente turno. Se despidieron ante el portal levantando las manos y chocбndolas en un high five.

Mikael Blomkvist se fue andando hasta Lundagatan, donde, una vez mбs, cogiу prestado sin permiso el olvidado Honda de Lisbeth Salander. Le llevу personalmente el disco a Jan Kуbin, el jefe de Hallvigs Reklamtryckeri, cuya sede se hallaba en un discreto edificio de ladrillo situado junto a la estaciуn de trenes de Morgongбva, a las afueras de Sala. La entrega era una misiуn que no deseaba confiarle a Correos.

Condujo despacio y sin agobios y se quedу un rato mientras los de la imprenta comprobaban que el disco funcionaba. Confirmу con ellos una vez mбs que el libro estarнa para el dнa en que empezaba el juicio. El problema no era la impresiуn sino la encuademaciуn, que podнa llevarles mбs tiempo. Pero Jan Kуbin le dio su palabra de que al menos quinientos ejemplares de una primera ediciуn de diez mil se entregarнan en la fecha prometida. El libro saldrнa en formato bolsillo aunque un poco mбs grande del habitual.

Mikael tambiйn se asegurу de que todos entendieran que la confidencialidad debнa ser total. Cosa que, a decir verdad, resultaba innecesaria: dos aсos antes y bajo circunstancias similares, Hallvigs imprimiу el libro de Mikael sobre el financiero Hans-Erik Wennerstrцm. De modo que ya sabнan que los libros que venнan de la pequeсa editorial de Millennium prometнan algo fuera de lo normal.

Luego Mikael regresу a Estocolmo conduciendo sin ninguna prisa. Aparcу delante de su vivienda de Bellmansgatan y subiу un momento a su casa para coger una bolsa en la que metiу una muda de ropa, la maquinilla de afeitar y el cepillo de dientes. Continuу hasta el embarcadero de Stavsnas, en Vбrmdу, donde aparcу y cogiу el ferri hasta Sandhamn.

Era la primera vez desde Navidad que pisaba la casita. Abriу los postigos de las ventanas, dejу entrar aire fresco y se tomу una botella de Ramlуsa. Como le sucedнa siempre que terminaba un trabajo y enviaba el texto a la imprenta —cuando ya nada se podнa cambiar—, se sintiу vacнo.

Luego se pasу una hora barriendo, quitando el polvo, limpiando la ducha, poniendo en marcha la nevera, controlando que el agua funcionara y cambiando las sбbanas del loft dormitorio. Fue al supermercado ICA y comprу todo lo que iba a necesitar para el fin de semana. Luego encendiу la cafetera y se sentу en el embarcadero de delante de la casa a fumarse un cigarrillo sin pensar en nada concreto.

Poco antes de las cinco bajу al embarcadero del barco de vapor para ir a buscar a Monica Figuerola.

—No creнa que pudieras cogerte el dнa libre —le dijo antes de besarla en la mejilla.

—Yo tampoco. Pero le contй a Edklinth la verdad. Durante las ъltimas semanas he estado trabajando dнa y noche, y ya empiezo a ser ineficaz. Necesito dos dнas libres para recargar las pilas.

—їEn Sandhamn?

—No le he dicho adonde pensaba ir —dijo ella, sonriendo.

Monica Figuerola dedicу un rato a husmear por la casita de veinticinco metros cuadrados de Mikael Blomkvist. El rincуn de la cocina, el espacio para la higiene y el loft dormitorio fueron objeto de un examen crнtico antes de dar su aprobaciуn con un movimiento de cabeza. Se lavу un poco y se puso un fino vestido de verano mientras Mikael Blomkvist preparaba unas chuletas de cordero en salsa de vino tinto y ponнa la mesa en el embarcadero. Cenaron en silencio mientras contemplaban el trasiego de barcos de vela que iban al puerto deportivo de Sandhamn o venнan de йl. Compartieron una botella de vino.

—Es una casita maravillosa. їEs aquн adonde traes a todas tus amiguitas? —preguntу Monica Figuerola de repente.

—A todas no. Sуlo a las mбs importantes.

—їErika Berger ha estado aquн?

—Muchas veces.

—їY Lisbeth Salander?

—Ella estuvo aquн unas cuantas semanas cuando escribн el libro sobre Wennerstrцm. Y tambiйn durante las fiestas de Navidad de hace dos aсos.

—їAsн que tanto Berger como Salander son importantes en tu vida?

—Erika es mi mejor amiga. Llevamos mбs de veinticinco aсos siendo amigos. Lisbeth es una historia completamente distinta. Ella es muy especial y la persona mбs asocial que he conocido jamбs. Se puede decir que la primera vez que la vi me causу una profunda impresiуn. La quiero mucho. Es una amiga.

—їTe da pena?

—No. Una buena parte de todo ese montуn de mierda que le ha caнdo encima se lo ha buscado ella. Pero siento una gran simpatнa hacia ella. Sintonizamos.

—Pero їno estбs enamorado de ella ni de Erika Berger?

Mikael se encogiу de hombros. Monica Figuerola se quedу contemplando a un tardнo fueraborda Amigo 23 que, con las luces encendidas, pasу ronroneando de camino al puerto deportivo.

—Si amor significa querer mucho a alguien, entonces supongo que estoy enamorado de varias personas —dijo.

—їY ahora de mн?

Mikael asintiу. Monica Figuerola frunciу el ceсo y lo mirу.

—їTe molesta? —preguntу Mikael.

—їQue hayas traнdo a otras mujeres antes? No. Pero me molesta no saber muy bien quй es lo que estб pasando entre nosotros. Y no creo que pueda mantener una relaciуn con un hombre que va por ahн tirбndose a quien le da la gana...

—No pienso pedir disculpas por mi vida.

—Y yo supongo que, en cierto modo, me gustas porque eres como eres. Me gusta acostarme contigo porque no hay malos rollos ni complicaciones y me siento segura. Pero todo esto empezу porque cedн a un impulso loco. No me ocurre muy a menudo y no lo tenнa planeado. Y ahora hemos llegado a esa fase en la que yo soy una de las mujeres a las que traes aquн.

Mikael permaneciу callado un instante.

—No estabas obligada a venir.

—Sн. Tenнa que venir. Joder, Mikael...

—Ya lo sй.

—ЎQuй desdichada soy! No quiero enamorarme de ti. Me va a doler demasiado cuando termine.

—Esta casita la heredй cuando muriу mi padre y mi madre volviу a Norrland. Lo repartimos todo de manera que mi hermana se quedу con el piso y yo con esto. Hace ya casi veinticinco aсos...

—Aja.

—Aparte de unos cuantos conocidos ocasionales a principios de los aсos ochenta, son exactamente cinco las chicas que han estado aquн antes que tъ. Erika, Lisbeth, mi ex esposa, con la que estuve casado en los aсos ochenta, una chica con la que salн en plan serio a finales de los noventa, y una mujer algo mayor que yo que conocн hace dos aсos y a la que veo de vez en cuando. Son unas circunstancias un poco especiales... —їAh, sн?

—Tengo esta casita para escaparme de la ciudad y estar tranquilo. Casi siempre vengo solo. Leo libros, escribo y me relajo sentado en el muelle mirando los barcos. No se trata del secreto nido de amor de un soltero.

Se levantу y fue a buscar la botella de vino que habнa puesto a la sombra, junto a la puerta de la casita.

—No pienso prometerte nada —dijo—. Mi matrimonio se rompiу porque Erika y yo no podнamos mantenernos alejados el uno del otro. Been there, done that, got the tshirt.

Llenу las copas.

—Pero tъ eres la persona mбs interesante que he conocido en mucho tiempo. Es como si nuestra relaciуn hubiese ido a toda mбquina desde el primer dнa. Creo que me gustas desde que te vi en mi escalera, cuando fuiste a buscarme. Mбs de una vez, de las pocas que he ido a dormir a mi casa desde entonces, me he despertado en plena noche con ganas de hacerte el amor. No sй si lo que deseo es una relaciуn estable pero me da un miedo enorme perderte.

Mikael la mirу.

-—Asн que... їquй quieres que hagamos?

—Habrб que pararse a pensarlo —dijo Monica Figuerola—. Yo tambiйn me siento tremendamente atraнda por ti.

—Esto empieza a ponerse serio —contestу Mikael.

Ella asintiу y, de repente, una gran melancolнa se apoderу de ella. Luego, apenas hablaron durante un largo rato. Cuando oscureciу, recogieron la mesa, entraron y cerraron la puerta tras de sн.

El viernes de la semana anterior al juicio, Mikael se detuvo delante de Pressbyrеn y les echу un vistazo a las portadas de los periуdicos matutinos. El presidente de la junta directiva del Svenska Morgуn-Posten, Magnus Borgsjу, se habнa rendido y anunciaba su dimisiуn. Comprу los diarios, se fue andando hasta el Java de Hornsgatan y se tomу un desayuno tardнo. Borgsjу alegaba razones familiares como causa de su repentina dimisiуn. No querнa comentar las afirmaciones que la atribuнan al hecho de que Erika Berger se hubiese visto obligada a dimitir desde que йl le ordenу silenciar la historia de su implicaciуn en la empresa de venta al por mayor Vitavara AB. Sin embargo, en una pequeсa columna se anunciaba que el presidente de Svenskt Naringsliv habнa decidido designar una comisiуn para que se investigara quй relaciуn tenнan las empresas suecas con las del sureste asiбtico que utilizaban mano de obra infantil.

Mikael Blomkvist soltу una carcajada.

Luego doblу los periуdicos, abriу su Ericsson Tнo y llamу a la de TV4, a la que pillу comiйndose un sandwich.

—Hola, cariсo —dijo Mikael Blomkvist—. Supongo que seguirбs sin querer salir conmigo una noche de йstas.

—Hola, Mikael —contestу riendo la de TV4—•. Lo siento, pero no creo que haya otra persona en el mundo que se aleje mбs de mi tipo de hombre. Aunque te quiero mucho.

—їPodrнas, por lo menos, aceptar una invitaciуn para cenar esta noche conmigo y hablar de un trabajo? —їQuй estбs tramando?

—Hace dos aсos, Erika Berger hizo un trato contigo sobre el asunto Wennerstrцm. Funcionу muy bien. Y ahora yo quiero hacer otro parecido.

—Cuйntame.

—Hasta que no hayamos acordado las condiciones, no. Al igual que en el caso Wennerstrцm, vamos a publicar un libro que saldrб con un nъmero temбtico de la revista. Y esta historia va a hacer mucho ruido. Te ofrezco acceso en exclusiva y por anticipado a todo el material, con la condiciуn de que no filtres nada antes de que lo publiquemos. Y esta vez la publicaciуn serб especialmente complicada ya que tiene que hacerse en un dнa determinado.

—їCuбnto ruido va a hacer la historia?

—Mucho mбs que el de Wennerstrцm —dijo Mikael Blomkvist—. їTe interesa?

—їBromeas? їDуnde quedamos?

—їQuй te parece en Samirs gryta? Erika Berger tambiйn asistirб.

—їQuй pasa con Berger? їHa vuelto a Millennium despuйs de que la echaran del SMP?

—No la echaron. Dimitiу en el acto despuйs de tener un desacuerdo con Borgsjу.

—Tiene pinta de ser un autйntico imbйcil.

—Tъ lo has dicho —dijo Mikael Blomkvist.

Fredrik Clinton escuchaba a Verdi con los auriculares puestos. La mъsica era prбcticamente lo ъnico que le quedaba en la vida para transportarlo lejos de los aparatos de diбlisis y de su creciente dolor en la regiуn sacra de la espalda. No tarareaba. Cerraba los ojos y seguнa los compases con la mano derecha, que volaba en el aire y parecнa tener vida propia junto a su cuerpo, que se iba apagando poco a poco.

Asн es. Nacemos. Vivimos. Envejecemos. Morimos. El ya habнa hecho lo suyo. Lo ъnico que le quedaba era apagarse del todo.

Se sentнa extraсamente a gusto con la vida.

Tocaba para su amigo Evert Gullberg.

Era sбbado, nueve de julio. Quedaba menos de una semana para que comenzara el juicio y la Secciуn pudiera archivar de una vez por todas esa miserable historia. Se lo habнan comunicado esa misma maсana. Gullberg fue fuerte como pocos. Cuando uno se dispara una bala revestida de nueve milнmetros contra la sien espera morir. El cuerpo de Gullberg, en cambio, habнa tardado tres meses en rendirse, algo que sin duda se debнa mбs a la suerte que a esa insistencia con la que el doctor Anders Jonasson se habнa negado a dar la batalla por perdida. Fue el cбncer, no la bala, lo que al final determinу su destino.

Sin embargo, habнa sido una muerte no exenta de dolor, cosa que entristeciу a Clinton. Gullberg habнa sido incapaz de comunicarse con su entorno, pero a ratos se hallaba en una especie de estado consciente. Podнa percibir la presencia de cuanto lo rodeaba. Los empleados del hospital advirtieron que sonreнa cuando alguien le acariciaba la mejilla y que gruснa cuando, aparentemente, sufrнa. A veces intentaba comunicarse con el personal formulando palabras que nadie entendнa muy bien.

No tenнa familia y ninguno de sus amigos lo visitу en su lecho de muerte. Su ъltima imagen de la vida fue la de una enfermera de Eritrea llamada Sara Kitama que estuvo junto a йl en los momentos finales y que le cogiу la mano cuando se durmiу para siempre.

Fredrik Clinton se dio cuenta de que pronto seguirнa el camino de su anterior compaсero de armas. De eso no cabнa duda. La probabilidad de que le trasplantaran el riсon que con tanta desesperaciуn necesitaba se reducнa a medida que pasaban los dнas y la descomposiciуn de su cuerpo seguнa su curso. Segъn los anбlisis, tanto el hнgado como los intestinos iban deteriorбndose y reduciendo sus funciones.

Esperaba poder llegar a Navidad.

Pero estaba contento. Experimentу una excitante y casi extrasensorial satisfacciуn por el hecho de que en sus ъltimos dнas se le hubiera brindado la ocasiуn —de esa inesperada y repentina forma— de volver al servicio.

Era un privilegio que nunca se habrнa esperado.

Los ъltimos compases de Verdi terminaron justo cuando Birger Wadensjуу abriу la puerta del pequeсo cuarto de descanso que Clinton tenнa en el cuartel general de la Secciуn de Artillerigatan.

Clinton abriу los ojos.

Habнa llegado a la conclusiуn de que Wadensjуу era una carga. Resultaba, sencillamente, inapropiado como jefe de la punta de lanza mбs importante de la Defensa sueca. No le entraba en la cabeza cуmo йl mismo y Hans von Rottinger podнan haber juzgado tan mal a Wadensjуу como para considerarlo el claro heredero.

Wadensjуу era un guerrero que necesitaba que el viento soplara a favor. En los momentos de crisis se mostraba dйbil e incapaz de tomar decisiones. Un marinero de agua dulce. Una asustadiza carga sin agallas que, si hubiese dependido de йl, no habrнa movido un dedo y habrнa dejado que la Secciуn se hundiera.

Era asн de sencillo.

Unos tenнan el don. Otros fallarнan siempre llegada la hora de la verdad.

—їQuerнas hablar conmigo? —preguntу Wadensjуу. —Siйntate —dijo Clinton. Wadensjуу se sentу.

—Me encuentro ya en una edad en la que no tengo demasiado tiempo para andarme con rodeos. Asн que irй directo al grano: cuando esto haya acabado quiero que dejes la direcciуn de la Secciуn.

—їAh, sн?

Clinton suavizу el tono.

•—Eres una buena persona, Wadensjуу. Pero, por desgracia, resultas completamente inapropiado para suceder a Gullberg y asumir la responsabilidad. Nunca deberнamos habйrtela dado. Fue un error mнo y de Rottinger que, cuando yo me puse enfermo, no nos planteбramos la sucesiуn de un modo mбs serio. —Nunca te he gustado.

—Te equivocas. Fuiste un excelente administrador cuando Rottinger y yo dirigimos la Secciуn. Habrнamos estado perdidos sin ti, y tengo una gran confianza en tu patriotismo. Pero desconfнo de tu capacidad de tomar decisiones.

De repente Wadensjуу mostrу una amarga sonrisa. —Despuйs de esto no sй si me apetece quedarme en la Secciуn.

—Ahora que ya no estбn ni Gullberg ni Rottinger, soy yo y sуlo yo el que toma las decisiones definitivas. Y durante los ъltimos meses tъ me las has obstruido todas.

—No es la primera vez que te digo que las decisiones que tomas son disparatadas. Todo esto nos llevarб a la ruina.

—Puede. Pero tu falta de decisiуn habrнa sido una ruina segura. Ahora, por lo menos, tenemos una oportunidad, y parece que va a salir bien. Millennium estб paralizado. Tal vez sospechen que no andamos lejos, pero carecen de pruebas y no cuentan con ninguna posibilidad de encontrarlas. Ni a nosotros tampoco. Hemos establecido un control fйrreo sobre todo lo que hacen.

Wadensjуу mirу por la ventana. Vio los tejados de algunos edificios del vecindario.

—-Lo ъnico que queda es la hija de Zalachenko. Si alguien empezara a hurgar en su historia y escuchara todo lo que tiene que decir, podrнa ocurrir cualquier cosa. Pero el juicio se celebrarб dentro de unos dнas y luego todo habrб pasado. Esta vez hay que enterrarla muy hondo, para que no vuelva a aparecer nunca jamбs.

Wadensjуу negу con la cabeza.

—No entiendo tu actitud —dijo Clinton.

-—їNo? Bueno, es lуgico. Acabas de cumplir sesenta y ocho aсos. Te estбs muriendo. Tus decisiones no son racionales, pero, aun asн, pareces haber conseguido hechizar a Georg Nystrуm y Joсas Sandberg. Te obedecen como si fueses Dios todopoderoso.

—Soy Dios todopoderoso en todo lo que se refiere a la Secciуn. Trabajamos segъn un plan. Nuestra firmeza le ha dado una oportunidad a la Secciуn. Y te digo con la mбs absoluta convicciуn que la Secciуn nunca mбs volverб a pasar por una situaciуn tan delicada. Cuando esto haya acabado, realizaremos una completa revisiуn de nuestra actividad.

—Entiendo.

—El nuevo jefe va a ser Georg Nystrуm. En realidad es demasiado viejo, pero es el ъnico capacitado y ha prometido quedarse al menos seis aсos mбs. Sandberg es demasiado joven y, al haberte tenido a ti como director, muy poco experimentado. A estas alturas ya deberнa haber terminado su aprendizaje.

—Clinton, їno te das cuenta de lo que has hecho? Has asesinado a una persona. Bjцrck trabajу para la Secciуn durante treinta y cinco aсos y tъ diste la orden para que lo mataran. їNo entiendes... ?

—Sabes perfectamente que resultaba necesario. Nos habrнa traicionado. No habrнa soportado la presiуn cuando la policнa hubiera empezado a apretarle las clavijas.

Wadensjуу se levantу. —Aъn no he terminado.

—Entonces tendremos que seguir mбs tarde. Tengo cosas que hacer mientras tъ estбs ahн tumbado fantaseando con ser el Todopoderoso.

Wadensjуу se acercу a la puerta.

—Si estбs tan moralmente indignado, їpor quй no vas a ver a Bublanski y le confiesas tus delitos?

Wadensjуу se volviу hacia el enfermo.

—No creas que no se me ha pasado por la cabeza.

Pero, lo creas o no, defiendo a la Secciуn con todas mis fuerzas.

Justo cuando abriу la puerta se encontrу con Georg Nystrуm y Joсas Sandberg.

—Hola, Clinton —dijo Nystrуm—. Tenemos que hablar de unos cuantos asuntos.

—Pasa. Wadensjуу ya se iba...

Nystrуm esperу a que la puerta estuviera cerrada.

—Fredrik, siento una gran inquietud —le comunicу Nystrуm.

—їPor quй?

—Sandberg y yo hemos estado pensando. Estбn ocurriendo cosas que no entendemos. Esta maсana, la abogada de Salander le ha entregado su autobiografнa al fiscal.

—їQuй?

El inspector Hans Faste contemplу a Annika Giannini mientras el fiscal Richard Ekstrцm servнa cafй de una cafetera termo. Ekstrцm se habнa quedado perplejo por el documento con el que se desayunу nada mбs llegar al trabajo esa maсana. Acompaсado de Faste, habнa leнdo las cuarenta pбginas que conformaban la exposiciуn redactada por Lisbeth Salander. Hablaron del extraсo documento durante un largo rato. Al final se vio obligado a pedirle a Annika Giannini que viniera para mantener una conversaciуn informal sobre el tema.

Se sentaron en torno a una pequeсa mesa de reuniones del despacho de Ekstrцm.

—Gracias por venir —empezу manifestando Ekstrцm—. He leнdo la... mmm, la declaraciуn que ha entregado esta maсana y siento la necesidad de aclarar algunas cuestiones...

—їSн? —preguntу Annika Giannini, solнcita.

-—La verdad es que no sй por dуnde empezar. Quizб deberнa empezar diciendo que tanto el inspector Hans Faste como yo estamos absolutamente perplejos. —їAh, sн?

—Intento comprender sus intenciones. —їQuй quiere usted decir?

—Esta autobiografнa, o lo que sea. їCuбl es el objetivo?

—Creo que resulta obvio. Mi dienta quiere exponer su versiуn de los hechos.

Ekstrцm soltу una bonachona carcajada. Se pasу la mano por la barba en un gesto familiar que a Annika, por alguna razуn, ya habнa empezado a irritarle.

—Ya, pero su dienta ha tenido a su disposiciуn unos cuantos meses para explicarse. Y, sin embargo, en todos los interrogatorios que Faste ha intentado hacerle no ha pronunciado palabra.

—Que yo sepa, no hay ninguna legislaciуn que obligue a mi dienta a hablar cuando le venga bien al inspector Faste.

—No, pero quiero decir que... dentro de dos dнas empieza el juicio contra Salander y a ъltima hora nos sale con йstas. En cierto modo siento una responsabilidad en todo esto que va un poco mбs allб de mi deber como fiscal.

—їAh, sн?

—Bajo ninguna circunstancia desearнa expresarme de una manera que pueda usted intepretar como una falta de respeto. No es mi intenciуn. En este paнs contamos con una ley de enjuiciamiento criminal. Pero, seсora Giannini, usted es abogada de temas relacionados con los derechos de la mujer y nunca jamбs ha defendido a un cliente en un proceso penal. Yo no he dictado auto de procesamiento contra Lisbeth Salander porque sea mujer, sino porque ha cometido graves delitos violentos. Creo que usted tambiйn se ha dado cuenta de que sufre un considerable trastorno psнquico y de que necesita los cuidados y la asistencia que el Estado le pueda facilitar.

—Permнtame que le ayude —se ofreciу, amable, Annika Giannini—: tiene usted miedo de que yo no sea capaz de ofrecerle una defensa satisfactoria a mi dienta.

—No hay ninguna intenciуn despectiva en mis palabras —le explicу Ekstrцm—. No estoy cuestionando su competencia; tan sуlo he seсalado que usted carece de experiencia.

—Entiendo. Dйjeme que le diga que estoy completamente de acuerdo con usted: tengo muy poca experiencia en procesos penales.

—Y, aun asн, ha rechazado sistemбticamente la ayuda que le han ofrecido otros abogados mucho mбs duchos en la materia.

—Cumplo los deseos de mi dienta. Lisbeth Salander quiere que yo sea su abogada, asн que dentro de dos dнas la representarй en el juicio.

Annika mostrу una educada sonrisa.

—De acuerdo. Pero me pregunto si de verdad piensa usted presentar el contenido de este documento ante el tribunal.

—Por supuesto: es la historia de Lisbeth Salander.

Ekstrцm y Faste se miraron de reojo. Faste arqueу las cejas. En realidad, no entendнa cuбl era el problema: si la abogada Giannini no se daba cuenta de que iba a hundir por completo a su dienta, que la dejara, joder; eso no era asunto suyo. No tenнa mбs que darle las gracias y archivar el caso.

A Faste no le cabнa la menor duda de que Salander estaba loca de atar. Valiйndose de todos sus recursos, habнa intentado que, por lo menos, le dijera dуnde vivнa. Pero, interrogatorio tras interrogatorio, la maldita tнa permaneciу totalmente callada mirando a la pared. No se moviу ni un milнmetro. Se negу a aceptar los cigarrillos que le ofreciу, y los cafйs, y los refrescos... Ni siquiera se inmutу cuando йl se lo implorу o cuando, en momentos de gran irritaciуn, le levantу la voz.

Habнan sido, sin lugar a dudas, los interrogatorios mбs frustrantes que el inspector Hans Faste habнa realizado en su vida.

Faste suspirу.

—Seсora Giannini —dijo Ekstrцm finalmente—: considero que su dienta deberнa ser eximida de este juicio. Estб enferma. Tengo una evaluaciуn psiquiбtrica muy cualificada en la que basarme. Deberнa recibir la asistencia psiquiбtrica que ha estado necesitando durante todos estos aсos.

—En ese caso, supongo que presentarб usted todo este material en el juicio.

—Sн, asн es. No es asunto mнo decirle cуmo realizar la defensa de su dienta. Pero si йsta es la lнnea que va usted a seguir, la situaciуn es absurda a mбs no poder. Esta autobiografнa contiene acusaciones descabelladas, carentes de todo fundamento, contra una serie de personas... sobre todo contra su ex administrador, el letrado Bjurman, y contra el doctor Peter Teleborian. Espero que no crea en serio que el tribunal vaya a aceptar unas alegaciones que, sin el menor atisbo de pruebas, ponen en tela de juicio la credibilidad de Teleborian. Este documento constituirб el ъltimo clavo del ataъd de su dienta, si me perdona la metбfora.

—Entiendo.

—Durante el juicio podrб usted negar que estб enferma y pedir una evaluaciуn psiquiбtrica forense complementaria, y el asunto se remitirб a la Direcciуn Nacional de Medicina Forense. Pero, si he de serle honesto, con ese documento que va a presentar Salander no cabe duda de que cualquier otro psiquiatra forense llegarб a la misma conclusiуn que Peter Teleborian, pues su propia historia no hace mбs que confirmar que se trata de una paranoica esquizofrйnica.

Annika Giannini mostrу una educada sonrisa.

—Pues hay una alternativa —dijo ella.

—їCuбl? —preguntу Ekstrцm.

—Bueno, pues que su historia sea ciento por ciento verdadera y que el tribunal opte por creer a Lisbeth.

El fiscal Ekstrцm puso cara de asombro. Acto seguido, y pasбndose la mano por la barba, mostrу igualmente una educada sonrisa.

Fredrik Clinton se habнa sentado en su despacho en la pequeсa mesa que estaba junto a la ventana. Escuchу con mucha atenciуn a Georg Nystrуm y a Joсas Sandberg. Tenнa la cara llena de arrugas, pero sus ojos eran dos granos de pimienta reconcentrados y vigilantes.

—Hemos controlado las llamadas y los correos electrуnicos recibidos por los colaboradores mбs importantes de Millennium desde el mes de abril —dijo Clinton—. Hemos podido constatar que Blomkvist, Malin Eriksson y ese tal Cortez estбn prбcticamente resignados. Hemos leнdo la versiуn maquetada del prуximo nъmero de Millennium. Parece ser que el propio Blomkvist ha retrocedido a una posiciуn en la que reconoce que, a pesar de todo, Lisbeth Salander estб loca. Ha escrito una defensa de carбcter social a favor de ella; argumenta que no ha recibido el apoyo de la sociedad que, en realidad, deberнa haber recibido y que por eso, en cierto sentido, no es culpa suya que haya intentado matar a su padre... pero es una simple opiniуn que no quiere decir nada. No menciona ni una palabra sobre el robo que se produjo en su apartamento, ni sobre el ataque que sufriу su hermana en Gotemburgo, ni sobre informes desaparecidos. Sabe que no puede probar nada.



  

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