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Capнtulo 32 Jueves, 7 de abril



Capнtulo 32 Jueves, 7 de abril

Mikael Blomkvist llegу a la estaciуn central de Gotemburgo a las nueve y pico de la noche. Aunque el X2000 habнa recuperado parte del tiempo perdido, llegу con retraso. Mikael habнa dedicado la ъltima hora del viaje a llamar a unas cuantas empresas de alquiler de vehнculos. Intentу encontrar un coche en Alingsеs, con la idea de bajarse allн, pero, a esa hora de la noche, resultу imposible. Al final se rindiу, y consiguiу un Volkswagen reservando tambiйn una habitaciуn en un hotel de Gotemburgo. Podнa recoger el coche en Jдrntorget. Decidiу pasar del confuso transporte pъblico de Gotemburgo y su ininteligible sistema de billetes; para comprenderlo habнa que ser, como poco, ingeniero aeronбutico. Cogiу un taxi.

Cuando finalmente le dieron el coche, no habнa ningъn mapa de carreteras en la guantera. Se dirigiу a una gasolinera que abrнa por la noche para comprar uno. Tras una breve reflexiуn, tambiйn se hizo con una linterna, una botella de agua Ramlцsa y un cafй para llevar que colocу en el soporte de bebidas, junto al cuadro de mandos. Al pasar Partille, de camino al norte, eran ya las diez y media. Cogiу la carretera de Alingsеs.

 

 

A las nueve y media, un zorro pasу por la tumba de Lisbeth Salander. Se detuvo e, inquieto, mirу a su alrededor. El olfato le indicaba que habнa algo enterrado en el lugar, pero juzgу que la presa quedaba demasiado inaccesible y no merecнa la pena excavar. Habнa otras presas mбs sencillas.

En algъn lugar de las inmediaciones, algъn imprudente animal nocturno hizo un ruido y el zorro aguzу el oнdo en el acto. Dio un paso cauteloso. Sin embargo, antes de continuar la caza, levantу la pata trasera y marcу el territorio con un chorrito de orina.

 

 

Bublanski no solнa hacer llamadas de servicio tan tarde, pero esta vez no lo pudo evitar. Cogiу el telйfono y marcу el nъmero de Sonja Modig.

—Perdona las horas, їestбs despierta?

—No te preocupes.

—Acabo de terminar de leer el informe de la investigaciуn de 1991.

—Entiendo que te haya costado soltarlo; a mн me pasу lo mismo.

—Sonja, їquй interpretaciуn das tъ a lo que estб pasando?

—A mн me parece que Gunnar Bjцrck, que, dicho sea de paso, ocupa un puesto destacado en la lista de puteros, metiу a Lisbeth Salander en el manicomio despuйs de que ella intentara protegerse a sн misma, y a su madre, de un asesino loco que trabajaba para la Sдpo. En eso colaborу, entre otros, Peter Teleborian, en cuya evaluaciуn, por cierto, hemos basado gran parte de nuestro juicio sobre el estado psнquico de Lisbeth Salander.

—Este informe cambia por completo la imagen que tenemos de ella.

—Aclara bastantes cosas, sн.

—Sonja, їpuedes pasar a recogerme maсana a las ocho?

—Sн, claro.

—Vamos a ir a Smеdalarц para hablar con Gunnar Bjцrck. Lo he comprobado, estб de baja por reumatismo.

—No veo la hora de que llegue el momento.

—Creo que vamos a tener que reconsiderar a fondo el perfil de Lisbeth Salander.

 

 

Greger Backman mirу de reojo a su esposa. Erika Berger estaba delante de la ventana del salуn contemplando la bahнa. Tenнa el mуvil en la mano; йl sabнa que ella esperaba una llamada de Mikael Blomkvist. Parecнa sentirse tan desgraciada que se acercу y le pasу un brazo alrededor de los hombros.

—Blomkvist ya es mayorcito —dijo—. Aunque si estбs tan preocupada, deberнas llamar al policнa ese.

Erika Berger suspirу.

—Es lo que deberнa haber hecho hace ya muchas horas. Pero no es eso lo que me pasa.

—їEs algo que yo deberнa saber? —preguntу Greger.

Erika asintiу con la cabeza.

—Cuйntame.

—Te he ocultado algo. A ti y a Mikael. Y a todos los de la redacciуn.

—їOcultado?

Erika se volviу hacia su marido y le contу que le habнan dado el trabajo de redactora jefe del Svenska Morgon-Posten. Greger Backman arqueу las cejas.

—No entiendo por quй no se lo has contado a nadie —dijo йl—. Es una noticia fantбstica para ti. Enhorabuena.

—Ya, es sуlo que me siento como una traidora. Supongo.

—Mikael lo entenderб. Todo el mundo tiene que aprovechar las oportunidades cuando se le presentan. Y ahora te toca a ti.

—Ya lo sй.

—їEstбs realmente decidida?

—Sн, lo estoy. Pero no he tenido el coraje de contбrselo a nadie. Y me da la sensaciуn de que les abandono en medio de un gigantesco caos.

Greger abrazу a su mujer.

 

 

Dragan Armanskij se frotу los ojos y dirigiу la mirada a la oscuridad, al otro lado de la ventana de la residencia de Ersta.

—Deberнamos llamar a Bublanski —comentу.

—No —dijo Holger Palmgren—. Ni Bublanski ni ninguna otra persona de las autoridades han movido nunca ni un solo dedo por ella. Deja que siga adelante con lo que tenga que hacer.

Armanskij observу al antiguo administrador de Lisbeth Salander. Continuaba sorprendido por la manifiesta mejorнa del estado de salud de Palmgren desde que le hiciera la ъltima visita, por Navidad. Todavнa seguнa balbuceando; no obstante, en los ojos de Palmgren habнa una vitalidad renacida. Tambiйn habнa una rabia en йl que nunca antes habнa visto. Durante la tarde, Palmgren le habнa contado la historia del rompecabezas que Mikael Blomkvist habнa ido componiendo. Armanskij estaba en estado de shock.

—Va a intentar matar a su padre.

—Es posible —dijo Palmgren tranquilamente.

—Eso si Zalachenko no la mata antes.

—Tambiйn es posible.

—їY nos vamos a quedar de brazos cruzados?

—Dragan, tъ eres una buena persona. Lo que Lisbeth Salander haga o deje de hacer, si sobrevive o muere, no es responsabilidad tuya.

Palmgren hizo un gesto con el brazo. De repente, mostrу una capacidad de coordinaciуn que llevaba mucho tiempo sin tener. Era como si los acontecimientos de las ъltimas semanas hubiesen aguzado sus adormecidos sentidos.

—Nunca me ha despertado simpatнa la gente que se toma la justicia por su mano. Por otra parte, nunca he conocido a nadie que tuviera tan buenas razones para hacerlo. Aun a riesgo de parecer cнnico, lo que ocurra esta noche ocurrirб al margen de lo que tъ o yo pensemos. Estб escrito en las estrellas desde que ella naciу. Y todo lo que nos queda es decidir quй actitud adoptar hacia Lisbeth. Si es que vuelve.

Armanskij suspirу lleno de tristeza, mientras miraba de reojo al viejo abogado.

—Y si se pasa los prуximos diez aсos en la cбrcel de Hinseberg, serб ella misma quien se lo haya buscado. Yo seguirй siendo su amigo.

—No tenнa ni idea de que tuvieras una visiуn tan libertaria del ser humano.

—Yo tampoco.

 

 

Miriam Wu miraba fijamente el techo. Tenнa la lamparita encendida y una radio con la mъsica a bajo volumen en cuya programaciуn nocturna se oнa On a Slow Boat to China. Se habнa despertado el dнa antes en el hospital al que Paolo Roberto la llevу. Se dormнa y se despertaba inquieta para volver a dormirse sin orden ni concierto. Los mйdicos decнan que habнa sufrido una conmociуn cerebral. En cualquier caso, necesitaba descansar. Tambiйn tenнa la nariz fracturada, tres costillas rotas y diversas heridas y magulladuras por todo el cuerpo. Su ceja izquierda estaba tan hinchada, que el ojo no era mбs que una fina abertura en el pбrpado. En cuanto intentaba cambiar de postura le dolнa todo, y cada vez que cogнa aire se resentнa. Asimismo, le dolнa el cuello; como medida preventiva, le habнan puesto un collarнn. Los mйdicos le aseguraron que se recuperarнa por completo.

Cuando se despertу por la noche, Paolo Roberto estaba allн. Le mostrу una sonrisa y quiso saber cуmo se encontraba. Miriam se preguntу si ella tambiйn tendrнa un aspecto tan lamentable como el que йl ofrecнa.

Ella le hizo varias preguntas y йl se las contestу. Por alguna razуn, no le pareciу nada descabellado que Paolo fuera amigo de Lisbeth Salander. Era un chulo. Lisbeth solнa mostrar simpatнa por los tipos chulos y odiar a los idiotas engreнdos. La diferencia era muy sutil, pero Paolo Roberto pertenecнa a la primera categorнa.

Paolo le explicу por quй habнa aparecido sъbitamente de la nada en el almacйn de Nykvarn. Miriam se asombrу de que йl se hubiera empeсado con tanta obstinaciуn en darle caza a la furgoneta. Y le asustу la noticia de que la policнa estaba desenterrando cadбveres en los alrededores del almacйn.

—Gracias —dijo—. Me has salvado la vida.

Йl negу con la cabeza y permaneciу callado durante un buen rato.

—Intentй explicбrselo a Blomkvist, pero йl no acabу de entenderlo. Creo que tъ sн puedes. Porque tъ boxeas.

Ella sabнa a quй se referнa. Nadie que no hubiera estado allн, en el almacйn de Nykvarn, serнa capaz de comprender cуmo era pelear con un monstruo que no experimentaba dolor. Pensу en lo desamparada que se habнa sentido. Luego, ella cogiу la mano vendada de Paolo Roberto. No hablaron. Ya estaba todo dicho. Cuando volviу a despertarse, йl ya se habнa ido. Miriam deseaba que Lisbeth Salander diera seсales de vida.

Era a ella a quien buscaba Niedermann.

Miriam Wu temнa que hubiese conseguido encontrarla.

 

 

Lisbeth Salander no podнa respirar. Habнa perdido la nociуn del tiempo; sin embargo, era consciente de que le habнan disparado, y se dio cuenta —mбs por intuiciуn que por raciocinio— de que estaba enterrada. Su brazo izquierdo habнa quedado inutilizado. No podнa mover ni un solo mъsculo sin que las oleadas de dolor le recorriesen el hombro. Su mente iba a la deriva, entraba y salнa de una nublada conciencia. «Necesito aire.» Sentнa un dolor palpitante que nunca antes habнa experimentado, y estaba a punto de hacer estallar su cabeza.

La mano derecha habнa quedado bajo su cara; instintivamente, comenzу a rascar la tierra que tenнa frente a la nariz y la boca. La tierra era bastante arenosa y estaba bastante seca. Consiguiу hacer una pequeсa cavidad del tamaсo de un puсo.

Ignoraba cuбnto tiempo llevaba en la fosa, pero comprendiу que su situaciуn podнa resultar mortal. Al final, consiguiу formular un pensamiento racional.

«Me ha enterrado viva.»

El descubrimiento le hizo sucumbir al pбnico. No podнa respirar. No podнa moverse. Una tonelada de tierra la mantenнa encadenada a la primitiva roca madre.

Intentу mover una pierna y apenas pudo tensar el mъsculo. Luego cometiу el error de tratar de levantarse. Presionу con la cabeza hacia arriba y, al instante, el dolor le penetrу las sienes como una descarga elйctrica. «No debo vomitar.» Volviу a sumergirse en una confusa semi-inconsciencia.

Cuando recuperу la capacidad de pensar, comprobу con mucha cautela quй partes del cuerpo tenнa utilizables. Lo ъnico que podнa mover era la mano derecha, que se hallaba ante su cara. «Necesito aire.» El aire estaba por encima de ella, por encima de la tumba.

Lisbeth Salander empezу a escarbar. Hizo presiуn con el codo y consiguiу crear un pequeсo espacio para maniobrar. Empujando la tierra con el dorso de la mano agrandу la cavidad que tenнa delante de la cara. «Tengo que cavar.»

Acabу cayendo en la cuenta de que en el бngulo muerto que habнa quedado por debajo de su cuerpo en posiciуn fetal, entre sus piernas, habнa una cavidad. Allн se encontraba gran parte del aire que habнa utilizado y que la mantenнa con vida. Desesperada, empezу a girar de un lado a otro la parte superior del cuerpo y sintiу cуmo la tierra empezу a caer hacia abajo. La presiуn del pecho disminuyу ligeramente. De golpe, pudo mover el brazo unos cuantos centнmetros.

Trabajу minuto a minuto en un estado de semiinconsciencia. Araсando con las manos, quitу la tierra arenosa que tenнa ante la cara y, puсado a puсado, la empujу hacia abajo hasta el hueco que habнa por debajo de su cuerpo. Unos instantes despuйs, consiguiу mover tanto el brazo que fue capaz de quitar la tierra que quedaba sobre su cabeza. Centнmetro a centнmetro, logrу liberar la cabeza. Sintiу algo duro. De pronto, se vio con una ramita o un trozo de raнz en la mano. Rascу hacia arriba. La tierra seguнa siendo esponjosa y no demasiado compacta.

 

 

A las diez y pico, el zorro, de camino a su madriguera, volviу a pasar por la tumba de Lisbeth Salander. Acababa de comerse un ratуn y estaba satisfecho cuando, de repente, percibiу la presencia de otro ser. Se quedу inmуvil, como congelado, y aguzу el oнdo. Los bigotes y el hocico le vibraron.

De repente, los dedos de Lisbeth Salander salieron a la superficie como si un muerto viviente surgiera de las entraсas de la tierra. Si alguna persona se hubiese encontrado allн, lo mбs seguro es que hubiera reaccionado como el zorro, poniendo pies en polvorosa.

Lisbeth notу cуmo el aire frнo le recorrнa el brazo. Volviу a respirar.

Le costу media hora mбs salir de la tumba. No guardaba un recuerdo claro del proceso. Le pareciу extraсo no poder mover la mano izquierda, pero continuу rascando mecбnicamente con la derecha.

Necesitaba algo con lo que escarbar. Le llevу un rato pensar en algo que pudiera usar. Bajу el brazo y logrу llegar al bolsillo del pecho y sacar la pitillera que le habнa regalado Miriam Wu. La abriу y la usу a modo de pala. Poco a poco quitу la tierra y la apartу con un movimiento de muсeca. De pronto, recuperу la movilidad del hombro izquierdo y consiguiу empujarlo hacia arriba a travйs de la capa de tierra. Luego, sacу arena y tierra y consiguiу erguir la cabeza. Con eso, ya habнa asomado el brazo derecho y la cabeza a la superficie. Una vez liberado parte del torso, pudo empezar a contonearse hacia arriba, centнmetro a centнmetro, hasta que la tierra, de golpe, dejу de aprisionarle las piernas.

Se alejу de la tumba arrastrбndose con los ojos cerrados y no se detuvo hasta que su hombro se topу con el tronco de un бrbol. Girу lentamente el cuerpo hasta que tuvo el бrbol como respaldo y, antes de abrir los ojos, se limpiу los pбrpados con el dorso de la mano. A su alrededor, reinaba la mбs absoluta oscuridad y el aire era gйlido. Estaba sudando. Sintiу un apagado dolor en la cabeza, el hombro izquierdo y la cadera, pero no gastу energнas en reflexionar sobre ello. Se quedу quieta durante diez minutos, tomando aire. Despuйs se dio cuenta de que no podнa permanecer allн.

Luchу por levantarse mientras el mundo se tambaleaba a sus pies.

Sintiу un mareo instantбneo, se inclinу hacia delante y vomitу.

Luego, echу a andar. No sabнa quй camino tomar ni adonde dirigirse. Tenнa problemas para mover la pierna izquierda, de modo que cada cierto tiempo tropezaba y caнa de rodillas. En cada ocasiуn, un intenso dolor le penetraba la cabeza.

No tenнa ni idea del tiempo que llevaba andando cuando, de repente, percibiу una luz por el rabillo del ojo. Cambiу de direcciуn y avanzу a trompicones. Hasta que no se encontrу junto a la caseta del patio, no se dio cuenta de que habнa ido derecha a la casa de Zalachenko. Se detuvo y fue dando tumbos como un borracho.

Las cйlulas fotoelйctricas en el camino de acceso y en la zona deforestada. Ella habнa venido desde el otro lado. No la habнan visto.

El descubrimiento la desconcertу. Se dio cuenta de que no estaba en forma para afrontar otro asalto con Niedermann y Zalachenko. Contemplу la casa blanca.

Clic. Madera. Clic. Fuego.

Fantaseу con una cerilla y un bidуn de gasolina.

Se volviу, con mucho esfuerzo, hacia la caseta y, tambaleбndose, llegу hasta una puerta que estaba cerrada con un travesaсo. Consiguiу levantarlo con el hombro derecho. Oyу cуmo cayу al suelo y cуmo golpeу la puerta. Se adentrу en la oscuridad y mirу a su alrededor.

Era un leсero. Allн no habнa gasolina.

 

 

Sentado junto a la mesa de la cocina, Alexander Zalachenko levantу la vista al oнr el ruido del travesano. Apartу la cortina y, entornando los ojos, dirigiу la mirada hacia la oscuridad exterior. Tardу unos segundos en habituarse a ella. El viento habнa empezado a soplar cada vez con mбs fuerza. El pronуstico del tiempo habнa prometido un tormentoso fin de semana. Al final, vio que la puerta de la caseta estaba entreabierta.

Esa misma tarde se habнa acercado hasta allн con Niedermann para coger un poco de leсa. El paseo no habнa tenido mбs objeto que confirmar a Lisbeth Salander que no se habнa equivocado de casa y provocar, asн, la salida de su escondite.

їSe habнa olvidado Niedermann de poner el travesaсo? Lo cierto era que podнa ser muy torpe. De reojo, dirigiу la mirada hacia la puerta del salуn en cuyo sofб se habнa adormilado Niedermann. Pensу en despertarlo, pero creyу que era mejor dejarle dormir. Se levantу de la silla.

 

 

Para encontrar gasolina, Lisbeth tendrнa que ir al establo donde estaban aparcados los coches. Se apoyу contra un tajo y respirу con dificultad. Necesitaba descansar. Apenas llevaba allн un par de minutos, cuando oyу los pasos arrastrados de la prуtesis de Zalachenko delante de la caseta.

 

 

Debido a la oscuridad, Mikael se equivocу de camino en Mellby, al norte de Sollebrunn. En vez de tomar el desvнo hacia Nossebro, continuу hacia el norte y no se dio cuenta de su error hasta que llegу a Trцkцrna. Parу y consultу el mapa de carreteras.

Soltу una maldiciуn y girу hacia el sur en direcciуn a Nossebro.

 

 

Con la mano derecha, Lisbeth se hizo con el hacha que estaba colgada de un clavo en el tajo un segundo antes de que Alexander Zalachenko entrara. No tenнa fuerzas para levantarla por encima de su cabeza, de modo que, cogiйndola con una mano, tomу impulso y, de abajo arriba, describiу con ella una curva mientras que, apoyбndose sobre la cadera ilesa, giraba el'cuerpo.

Justo cuando Zalachenko le dio al interruptor de la luz, el filo del hacha se adentrу diagonalmente en la parte derecha de su cara, destrozбndole el hueso maxilar y penetrando unos milнmetros en el frontal. No le dio tiempo a comprender lo que estaba ocurriendo. Un segundo despues su cerebro registrу el dolor y se puso a aullar como un poseso.

 

 

Ronald Niedermann se despertу de un sobresalto y se incorporу desconcertado. Escuchу un aullido que, en un principio, no le pareciу humano. Procedнa de fuera. Luego se dio cuenta de que era Zalachenko. Se puso de pie a toda prisa.

 

 

Lisbeth Salander cogiу impulso y quiso asestarle un nuevo hachazo. Su cuerpo no obedeciу las уrdenes. Su intenciуn era levantar el hacha y hundнrsela a su padre en la cabeza, pero habнa agotado todas sus fuerzas y le alcanzу por debajo de la rodilla, muy lejos de su objetivo. Sin embargo, la fuerza del impacto clavу el filo con tal profundidad que el hacha se quedу incrustada y se le escapу de las manos cuando Zalachenko cayу de bruces sin parar de gritar.

Se agachу para recuperar el hacha. La tierra se moviу bajo sus pies cuando el dolor estallу en su cabeza. Tuvo que sentarse. Alargу la mano y buscу a tientas en los bolsillos de la cazadora de Zalachenko. Seguнa llevando la pistola en el bolsillo derecho. Lisbeth intentу enfocar la mirada mientras la tierra se tambaleaba.

Una Browning del calibre veintidуs.

«Una puta pistola de boyscout.»

Por eso continuaba con vida. Si le hubiese disparado una bala de la Sig Sauer de Niedermann, o de una pistola con municiуn de mayor calibre, tendrнa un agujero enorme en la cabeza.

En el mismo instante en que formulaba ese pensamiento, oyу los pasos de Niedermann, reciйn levantado, que ya habнa alcanzado el vano de la puerta. Se detuvo en seco y, con los ojos abiertos de par en par, mirу sin parpadear la escena que tenнa ante sн. Zalachenko bramaba como un poseso. Su cara era una mбscara de sangre. Tenнa un hacha clavada en la rodilla. Lisbeth Salander, ensangrentada y sucia, estaba sentada en el suelo junto a йl. Era como algo sacado de una pelнcula de terror, de esas que Niedermann habнa visto en exceso.

 

 

A Ronald Niedermann, insensible al dolor y construido como un robot antitanques, nunca le habнa gustado la oscuridad. Hasta donde йl recordaba, siempre habнa estado asociada a una amenaza.

Habнa visto figuras en la oscuridad con sus propios ojos, de modo que un terror indescriptible le acechaba constantemente. Y, ahora, ese terror se habнa materializado.

La chica del suelo estaba muerta. De eso no cabнa duda.

El mismo la habнa enterrado.

Por lo tanto, la criatura que ahora se hallaba ante йl no era una chica, sino un ser que habнa vuelto desde el mбs allб y al que no podнa vencer ni fuerza humana ni arma alguna.

La metamorfosis de ser humano a muerto viviente ya se habнa iniciado. Su piel se habнa convertido en una coraza como la de los lagartos. Sus dientes al descubierto eran puntiagudos pinchos preparados para arrancar la carne de su presa. Sacу su lengua de reptil y se lamiу la boca. Sus manos abiertas de sangre tenнan unas garras afiladas como cuchillas de afeitar de unos diez centнmetros de largo. Vio cуmo le ardнan los ojos. Podнa oнr sus gruсidos apagados y la vio tensar los mъsculos para tomar impulso y saltar sobre su yugular.

De repente, descubriу que ella tenнa una cola que se curvaba y que empezaba a golpear el suelo de modo amenazador.

Luego, ella alzу la pistola y le disparу. La bala pasу tan cerca de la oreja de Niedermann que sintiу el latigazo del aire. Йl lo viviу como si la boca de la criatura le hubiera lanzado una llama de fuego.

Fue demasiado para йl.

Dejу de pensar.

Dio media vuelta y saliу corriendo para salvar la vida. Ella disparу otro tiro que errу por completo, pero que a йl pareciу darle alas. Dando una zancada de alce saltу unas vallas, en direcciуn a la carretera, y se lo tragу la oscuridad del campo. Se fue corriendo preso del terror mбs irracional.

Perpleja, Lisbeth Salander lo siguiу con la mirada hasta que desapareciу de su vista.

Se arrastrу hasta la puerta y mirу hacia fuera; no consiguiу divisarlo. Al cabo de un rato, Zalachenko, tumbado y en estado de shock, dejу de gritar, pero siguiу quejбndose. Lisbeth abriу el cargador de la pistola y, al constatar que le quedaba una bala, sopesу la idea de pegarle un tiro en la cabeza a Zalachenko. Despuйs, se acordу de que Niedermann rondaba por allн fuera y que mбs le valнa guardar esa ъltima bala. Si йl la atacara, probablemente le harнa falta algo mбs que una bala del calibre veintidуs. No obstante, era mejor que nada.

 

 

Lisbeth se levantу como pudo, saliу cojeando de la caseta y cerrу la puerta. Tardу cinco minutos en poner el travesaсo. Cruzу el patio tambaleбndose, entrу en la casa y encontrу el telйfono sobre un mueble de la cocina. Marcу un nъmero que hacнa mбs de dos aсos que no usaba. No respondiу. Saltу el contestador.

«Hola, soy Mikael Blomkvist. En estos momentos no me puedo poner. Deja el nombre y el nъmero de telйfono y te devolverй la llamada cuanto antes.»

Piiip.

—Mir-g-kral —dijo y se dio cuenta de que su voz sonaba pastosa. Tragу saliva—. Mikael, soy Salander.

Luego no supo quй decir. Colgу el auricular despacio.

La Sig Sauer de Niedermann, desmontada para la limpieza, estaba sobre la mesa de la cocina, junto a la P-83 Wanad de Sonny Nieminen. Dejу caer la Browning de Zalachenko al suelo y se acercу a trompicones hasta la mesa, de donde cogiу la Wanad para comprobar el cargador. Tambiйn encontrу su Palm y se la metiу en el bolsillo. Cojeando, avanzу hasta el fregadero y llenу una taza sin fregar de agua muy frнa. Se bebiу cuatro. Al levantar la vista, se encontrу, de sъbito, con su propia cara en un viejo espejo de afeitar que estaba colgado en la pared. Casi pegу un tiro de puro terror.

Lo que vio se parecнa mбs a un animal que a un ser humano; una loca con la cara contraнda y la boca entreabierta. Estaba cubierta de suciedad. Su cara y su cuello eran una papilla coagulada de sangre y lodo. Se hizo una idea de lo que habнa visto Niedermann en la caseta.

Se acercу al espejo y, sъbitamente, adquiriу conciencia del peso de su pierna izquierda. Tenнa un intenso dolor en la cadera, donde le habнa impactado la primera bala de Zalachenko. La segunda le habнa dado en el hombro y le habнa dejado paralizado el brazo izquierdo. Le dolнa.

Pero era el dolor de la cabeza el que le resultaba tan agudo que la hacнa tambalearse. Con cuidado, levantу la mano derecha y se palpу la parte posterior de la cabeza. De repente, sus dedos notaron el crбter del orificio de entrada.

Se toqueteу el agujero del crбneo y se dio cuenta, horrorizada, de que estaba tocando su propio cerebro, de que sus lesiones eran tan graves que iba a morir, o tal vez ya estaba muerta. No entendнa cуmo podнa mantenerse en pie.

De pronto, la invadiу un cansancio paralizante. No sabнa si estaba a punto de desmayarse o de dormirse, asн que se acercу al banco de la cocina, donde se tumbу poco a poco y apoyу la parte derecha de la cabeza —la buena— sobre un cojнn.

Necesitaba acostarse y recuperar fuerzas, aunque sabнa que no se podнa dormir con Niedermann rondando por allн fuera. Tarde o temprano volverнa. Tarde o temprano, Zalachenko, conseguirнa salir de la caseta y, arrastrбndose, entrarнa en la casa, pero a ella ya no le quedaban fuerzas ni para mantenerse en pie. Tenнa frнo. Quitу el seguro de la pistola.

 

 

Ronald Niedermann permanecнa indeciso en la carretera que iba de Sollebrunn a Nossebro. Estaba solo. A oscuras. Habнa vuelto a pensar de manera racional, y se avergonzaba de su huida. No entendнa cуmo habнa sido posible, pero llegу a la conclusiуn lуgica de que ella habнa sobrevivido. «Habrб conseguido salir de la fosa de una u otra manera.»

Zalachenko lo necesitaba. Por lo tanto, debнa regresar a la casa y partirle el cuello a esa Lisbeth Salander.

Al mismo tiempo, Ronald Niedermann tenнa la sensaciуn de que todo habнa acabado. Hacнa ya tiempo que la albergaba. Las cosas habнan empezado a ir mal desde el momento en que Bjurman se puso en contacto con ellos. Zalachenko se convirtiу en otra persona en cuanto oyу el nombre de Lisbeth Salander. Todas las reglas de prudencia y moderaciуn que Zalachenko llevaba predicando durante tantos aсos dejaron de existir de golpe.

Niedermann dudу.

Zalachenko necesitaba atenciуn mйdica.

Si es que ella no lo habнa matado ya.

Eso conllevarнa una serie de preguntas.

Se mordiу el labio inferior.

Llevaba mucho tiempo siendo el socio de su padre. Habнan sido aсos de йxitos continuos. Tenнa un dinero escondido y, ademбs, sabнa dуnde ocultaba Zalachenko su fortuna. Contaba con los recursos y la competencia que se requerнan para seguir llevando el negocio. Lo racional serнa marcharse de allн sin mirar atrбs. Si algo habнa conseguido inculcarle Zalachenko era que siempre debнa mantener la capacidad de salir, sin sentimentalismos, de una situaciуn que se hubiera vuelto ingobernable. Esa era la regla fundamental de la supervivencia. «No muevas ni un dedo por una causa perdida.»

Ella no era sobrenatural. Pero sн bad news. Era su hermanastra.

La habнa subestimado.

Ronald Niedermann se encontraba aprisionado entre dos voluntades que tiraban de йl.

Por una parte, querнa volver y romperle el cuello a Lisbeth. Por la otra, deseaba seguir huyendo a travйs de la noche.

Llevaba el pasaporte y la cartera en el bolsillo trasero del pantalуn. No querнa volver. En la granja, no habнa nada que йl quisiera.

A excepciуn, tal vez, de un coche.

Seguнa dudando cuando vio el brillo de los faros de un coche acercarse tras una elevaciуn del terreno. Volviу la cabeza. Tal vez pudiera conseguir un transporte de otra manera. Lo ъnico que necesitaba era un coche para llegar a Gotemburgo.

 

 

Por primera vez en su vida —por lo menos, desde que abandonara su mбs tierna infancia—, Lisbeth era incapaz de tomar las riendas de la situaciуn. A lo largo de los aсos, se habнa visto implicada en peleas, habнa sido vнctima de malos tratos y objeto tanto de internamiento forzado por parte del Estado como de abusos de partнculares. Su cuerpo y su alma habнan encajado muchos mбs golpes que los que un ser humano deberнa sufrir.

Pero, en cada ocasiуn, habнa sabido reaccionar. Se habнa negado a contestar a las preguntas de Teleborian y cada vez que fue sometida a algъn tipo de violencia fнsica, logrу apartarse de ella y escapar.

Con una nariz rota se podнa vivir.

Con un agujero en la cabeza, no.

Esta vez no podнa arrastrarse hasta la cama de su casa, taparse con el edredуn, dormir dos dнas y, luego, levantarse y retomar las rutinas diarias como si nada hubiese ocurrido.

Se hallaba tan gravemente herida que era incapaz de arreglar la situaciуn por sн misma. Y tan cansada que el cuerpo no obedecнa sus уrdenes.

«Tengo que dormir un rato», pensу. Y, de repente, tuvo la certeza de que si ahora se rendнa y cerraba los ojos, la probabilidad de no abrirlos nunca mбs era muy alta. Analizу esa consecuencia y constatу que no le importaba. Mбs bien al contrario, incluso le atraнa. «Descansar. No tener que despertar.»

Sus ъltimos pensamientos fueron para Miriam Wu.

«Perdуname, Mimmi.»

Seguнa teniendo en la mano la pistola de Sonny Nieminen, con el seguro quitado, cuando cerrу los ojos.

 

 

Mikael Blomkvist descubriу a Ronald Niedermann a la luz de los faros desde una buena distancia. Lo reconociу en seguida; era difнcil confundir a un gigante rubio de unos dos metros y cinco centнmetros, construido como un robot antitanques. Niedermann moviу los brazos. Mikael quitу las largas y frenу. Metiу la mano en el compartimento exterior del maletнn de su ordenador y sacу la Colt 1911 Government que habнa encontrado en la mesa de trabajo de Lisbeth Salander. Parу a unos cinco metros de Niedermann y, antes de abrir la puerta del coche, apagу el motor.

—Gracias por detenerte —dijo Niedermann, jadeando. Habнa ido corriendo—. He tenido una... averнa. їMe podrнas llevar a la ciudad?

Su voz era extraсamente aguda.

—Por supuesto que te puedo llevar a la ciudad —dijo Mikael Blomkvist, apuntбndole con el arma—. Tъmbate en el suelo.

Las pruebas a las que se estaba enfrentando Niedermann esa noche parecнan no tener fin. Le lanzу una escйptica mirada a Mikael.

Niedermann no sintiу el mбs mнnimo miedo ni por la pistola ni por el hombre que la portaba. Sin embargo, las armas le infundнan respeto. Habнa pasado toda su vida rodeado de armas y violencia. Daba por descontado que si alguien le apuntaba con una pistola, era porque esa persona estaba desesperada y dispuesta a usarla. Entornу los ojos e intentу identificar al hombre que se hallaba tras la pistola, pero los faros lo convertнan en una oscura silueta. їPolicнa? No hablaba como un policнa. Y, ademбs, los policнas solнan identificarse. Por lo menos en las pelнculas.

Considerу sus posibilidades. Sabнa que si se lanzaba sobre йl, podrнa coger el arma. Por otra parte, el hombre de la pistola parecнa controlar la situaciуn y se protegнa tras la puerta del coche. Le alcanzarнa con una o dos balas. Si se movнa rбpido, tal vez el hombre fallara el tiro —o al menos no le darнa en ningъn уrgano vital— pero, aun en el caso de que sobreviviera, las balas dificultarнan, o incluso imposibilitarнan, su huida. Era preferible esperar una oportunidad mejor.

—ЎTЪMBATE AHORA MISMO! —gritу Mikael.

Desplazу el arma unos centнmetros y disparу a la cuneta.

—El prуximo irб a parar a tu rodilla —dijo Mikael con una alta y clara voz de mando.

Ronald Niedermann se puso de rodillas, cegado por los faros del coche.

—їQuiйn eres? —preguntу.

Mikael extendiу la mano hasta el compartimento de la puerta y sacу la linterna que comprу en la gasolinera. Dirigiу el haz de luz a la cara de Niedermann.

—Las manos en la espalda —ordenу Mikael—. Separa las piernas.

Esperу hasta que Niedermann obedeciу, a regaсadientes, la orden.

—Sй quiйn eres. Si haces alguna tonterнa, te dispararй sin previo aviso. Apuntarй al pulmуn, por debajo del omoplato. Es muy probable que me cojas, pero te va a costar.

Dejу la linterna en el suelo, se quitу el cinturуn e hizo una lazada tal y como le enseсaron en la Escuela de Infanterнa de Kiruna donde, dos dйcadas antes, hizo el servicio militar. Se colocу entre las piernas del gigante rubio —tumbado en el suelo— introdujo sus brazos por la lazada y apretу por encima de los codos. De esa manera, el inmenso Niedermann quedaba casi indefenso.

Y, luego, quй.

Mikael mirу a su alrededor. Se encontraban completamente solos en la oscuridad de la carretera. Paolo Roberto no habнa exagerado al describir a Niedermann. Era una bestia. La cuestiуn era, sin embargo, por quй un monstruo asн venнa corriendo en plena noche como si lo persiguiera el mismнsimo diablo.

—Busco a Lisbeth Salander. Supongo que la has visto.

Niedermann no contestу.

—їDуnde estб Lisbeth Salander? —preguntу Mikael.

Niedermann le echу una mirada rara. No entendнa quй estaba pasando esa extraсa noche en la que todo parecнa ir mal.

Mikael se encogiу de hombros. Volviу al coche, abriу el maletero y encontrу una cuerda de remolque. No podнa abandonar a Niedermann en medio de la carretera y con las manos atadas. Recorriу los alrededores con la mirada. Treinta metros mбs arriba, una seсal de trбfico resplandecнa a la luz de los faros. Peligro de alces.

—Levбntate.

Puso la boca del arma en la nuca de Niedermann, lo condujo hasta la seсal de trбfico y le obligу a sentarse en la cuneta y apoyar la espalda en el poste. Niedermann dudу.

—Todo esto es muy sencillo —dijo Mikael—. Tъ asesinaste a Dag Svensson y Mia Bergman. Eran mis amigos. No pienso soltarte en medio de la carretera, asн que o te ato aquн o te pego un tiro en la rodilla. Tъ eliges.

Niedermann se sentу. Mikael le puso la cuerda de remolque alrededor del cuello y le inmovilizу la cabeza. Luego usу dieciocho metros de cuerda para atar al gigante por el torso y la cintura. Dejу un poco para poder atarle los antebrazos al poste y lo rematу todo con unos sуlidos nudos marineros.

Cuando terminу, Mikael volviу a preguntarle dуnde se hallaba Lisbeth Salander. No recibiу respuesta alguna, asн que hizo un gesto de indiferencia y abandonу a Niedermann. Hasta que no volviу al coche, no sintiу la subida de adrenalina y no tomу conciencia de lo que acababa de hacer. La imagen de la cara de Mia Bergman centelleу un instante ante sus ojos.

Encendiу un cigarrillo y bebiу Ramlцsa de la botella. Contemplу la silueta del gigante en la penumbra, junto a la seсal de trбfico. Despuйs, se puso al volante, consultу el mapa de carreteras y constatу que le faltaba mбs de un kilуmetro para alcanzar el desvнo que conducнa hasta la granja de Karl Axel Bodin. Arrancу el motor y pasу ante Niedermann.

 

 

Pasу despacio por el desvнo indicado con el letrero de Gosseberga y aparcу junto a un granero, en un camino forestal, a unos cien metros al norte. Cogiу la pistola y encendiу la linterna. Descubriу marcas recientes de ruedas en el barro y constatу que otro coche habнa estado aparcado antes en ese lugar, pero no le dio mбs importancia. Volviу andando hasta el desvнo de Gosseberga e iluminу el buzуn. «192 — K. A. Bodin.» Continuу caminando.

Era casi medianoche cuando vio las luces de la granja de Bodin. Se detuvo a escuchar. Permaneciу quieto durante varios minutos pero no pudo oнr mбs que los habituales ruidos de la noche. En vez de seguir por el camino de acceso hasta la casa, lo hizo a travйs del prado y se fue acercando por la parte del establo. Se detuvo en el patio, a treinta metros de la casa. Estaba en alerta total. La carrera de Niedermann hasta la carretera daba a entender que algo habнa ocurrido en la granja.

Mikael habнa recorrido mбs o menos la mitad del patio cuando oyу un ruido. Girу y se dejу caer de rodillas levantando el arma. Tardу unos segundos en percatarse de que el ruido procedнa de una caseta. Sonaba como si alguien se quejara. Cruzу rбpidamente el cйsped y se parу junto a la caseta. Al doblar la esquina, mirу por una ventana y vio que en su interior habнa una luz encendida.

Escuchу. Alguien se estaba moviendo allн dentro. Levantу el travesaсo y al abrir la puerta se encontrу con un par de ojos aterrorizados en una cara ensangrentada. Vio el hacha en el suelo.

—Diossantojoder —murmurу.

Luego descubriу la prуtesis.

«Zalachenko.»

Definitivamente, Lisbeth Salander habнa estado de visita.

Le costу imaginarse lo que podнa haber pasado. Volviу a cerrar la puerta a toda prisa y colocу el travesaсo.

 

 

Con Zalachenko en la caseta y Niedermann atado en la carretera de Sollebrunn, Mikael atravesу el patio hasta la casa principal. Tal vez hubiera una desconocida tercera persona que podrнa representar un peligro, pero la casa le pareciу desierta, casi deshabitada. Apuntу al suelo con el arma y, con mucho cuidado, abriу la puerta exterior. Entrу en un vestнbulo oscuro y vio un haz de luz que procedнa de la cocina. Lo ъnico que pudo oнr fue el tictac de un reloj de pared. Al llegar a la puerta, descubriу de inmediato a Lisbeth Salander tumbada encima de un banco.

Por un instante, se quedу como paralizado contemplando su cuerpo maltrecho. Notу que en la mano —que colgaba flбcida— llevaba una pistola. Se acercу y se puso de rodillas. Pensу en cуmo habнa encontrado a Dag y Mia y, por un segundo, creyу que Lisbeth estaba muerta. Luego vio un pequeсo movimiento en su caja torбcica y percibiу una dйbil y bronca respiraciуn.

Alargу la mano y, cuidadosamente, le empezу a quitar el arma. De pronto, Lisbeth la agarrу con mбs fuerza. Sus ojos se abrieron formando dos delgadas lнneas y miraron a Mikael durante unos largos segundos. Su mirada estaba desenfocada. Despuйs, йl la oyу murmurar unas palabras en voz tan baja que apenas pudo percibirlas.

—Kalle Blomkvist de los Cojones.

Cerrу los ojos y soltу la pistola. Mikael puso el arma en el suelo, sacу el mуvil y marcу el nъmero de emergencias.

 

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