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Capнtulo 25 Martes, 5 de abril - Miйrcoles, 6 de abril



Capнtulo 25 Martes, 5 de abril - Miйrcoles, 6 de abril

Paolo Roberto no se habнa quedado dormido, pero estaba tan absorto en sus pensamientos que tardу un rato en descubrir a la mujer que llegу paseando desde la iglesia de Hцgalid a eso de las once de la noche. La vio por el retrovisor. Hasta que ella no pasу bajo una farola, a unos setenta metros a sus espaldas, йl no volviу bruscamente la cabeza. Reconociу de inmediato a Miriam Wu.

Se incorporу en el asiento. Su primer impulso fue bajar del coche. Luego se dio cuenta de que de esa manera la podrнa asustar y de que era mejor esperar hasta que ella llegara al portal.

En el mismo instante en que tomу esa decisiуn, vio una furgoneta oscura acercarse desde abajo y frenar a la altura de Miriam Wu. Paolo Roberto contemplу, estupefacto, cуmo un hombre —una bestia rubia de un descomunal tamaсo— saliу de un salto de entre las puertas corredizas y agarrу a Miriam Wu. Como era lуgico, la cogiу desprevenida. Ella intentу soltarse alejбndose unos cuantos pasos, pero el gigante rubio la tenнa bien agarrada de la muсeca.

Paolo Roberto observу, boquiabierto, cуmo la pierna de Miriam Wu se elevaba en el aire trazando un rбpido arco. «Es verdad, hace kick-boxing.» Una patada impactу en la cabeza del gigante rubio. El golpe no pareciу afectarle lo mбs mнnimo. Levantу la mano como si nada y le dio un tortazo a Miriam Wu. Paolo Roberto lo oyу a sesenta metros de distancia. Miriam Wu cayу fulminada, como si hubiese sido alcanzada por un rayo. El gigante rubio se agachу, la recogiу del suelo con una mano y, prбcticamente, la lanzу al interior del vehнculo. Fue entonces cuando Paolo Roberto cerrу la boca y reaccionу. De un tirуn, abriу la puerta del coche y echу a correr en direcciуn a la furgoneta.

Al cabo de unos metros, comprendiу que era inъtil. El vehнculo en el que habнan metido a Miriam Wu como si se tratara de un saco de patatas arrancу con suavidad, hizo un giro de ciento ochenta grados y, antes de que Paolo Roberto ni siquiera tuviera tiempo de coger velocidad, ya estaba en medio de la calzada. Desapareciу en direcciуn a la iglesia de Hцgalid. Paolo Roberto se detuvo en seco, dio media vuelta, volviу tan rбpido como pudo a su coche y entrу abalanzбndose sobre el volante. Arrancу derrapando e imitу el giro de ciento ochenta grados. La furgoneta ya habнa desaparecido cuando йl llegу a la intersecciуn. Frenу, mirу hacia Hцgalidsgatan, y luego se arriesgу girando a la izquierda, en direcciуn a Hornsgatan.

Al llegar a Hornsgatan, el semбforo estaba en rojo, pero como no habнa trбfico aprovechу para colocarse en medio del cruce y mirar a su alrededor. Las ъnicas luces traseras que divisу acababan de torcer a la izquierda por Lеngholmsgatan y subir por el puente de Liljeholmen. No pudo ver si se trataba de la furgoneta, pero era el ъnico vehнculo que habнa a la vista, asн que Paolo Roberto pisу a fondo. Lo detuvo un semбforo en Lеngholmsgatan, donde hubo de esperar a que el trбfico de Kungsholmen pasara mientras los segundos avanzaban. Cuando no habнa nadie en el cruce pisу de nuevo el acelerador a fondo y se saltу el disco. Rezу para que ningъn coche patrulla lo parara en ese momento.

Conducнa muy por encima del lнmite de velocidad permitido en el puente y acelerу al pasar Liljeholmen. Seguнa sin saber si se trataba de la misma furgoneta que habнa vislumbrado o si se habrнa desviado ya hacia Grondai o Еrsta. Volviу a arriesgarse y acelerу a fondo. Iba a mбs de ciento cincuenta kilуmetros por hora y adelantу como un rayo a los pocos conductores que habнa y respetaban la ley, dando por descontado que alguno que otro apuntarнa su matrнcula.

A la altura de Bredдng volviу a ver la furgoneta. Le fue ganando terreno y, cuando estuvo a unos cincuenta metros, constatу que se trataba del vehнculo correcto. Redujo la velocidad a noventa por hora y se mantuvo tras йl a unos doscientos metros. Fue entonces cuando volviу a respirar.

 

 

Miriam Wu notу cуmo le corrнa la sangre por el cuello en el mismo instante que aterrizу en el suelo de la furgoneta. Sangraba por la nariz. Tenнa el labio inferior partido y, probablemente, el tabique nasal roto. El ataque habнa llegado como un relбmpago en medio de un cielo claro. Su resistencia fue neutralizada en menos de un segundo. Sintiу cуmo arrancaron antes de que ni siquiera se hubiesen cerrado las puertas corredizas. Por un momento, cuando el vehнculo dio media vuelta, el gigante rubio perdiу el equilibrio.

Miriam Wu se puso de costado y, apoyando una cadera en el suelo, tomу impulso. Cuando el gigante rubio se volviу hacia ella, le pegу una patada. Le dio en un lado de la cabeza; vio la marca de su tacуn. Deberнa haberle hecho daсo.

Йl se quedу mirбndola desconcertado. Luego sonriу.

«Dios mнo, їquiйn es este puto monstruo?»

Volviу a asestarle otra patada, pero йl le agarrу la pierna y le girу el pie con tanta violencia que ella lanzу un grito de dolor y se vio obligada a ponerse boca abajo.

Luego se inclinу sobre ella y le pegу un manotazo en un lado de la cabeza. Miriam Wu vio las estrellas. Era como si le hubiesen golpeado con un mazo. El gigante se sentу sobre la espalda de Wu. Ella intentт quitбrselo de encima pero era tan pesado que no fue capaz de moverlo ni un solo milнmetro. Йl le puso las manos a la espalda y se las inmovilizу con unas esposas. Estaba indefensa. De repente, Miriam Wu sintiу un paralizante terror.

 

 

De camino a casa desde Tyresц, Mikael Blomkvist pasу por el Globen. Habнa dedicado toda la tarde a visitar a tres puteros de la lista. No le aportaron nada. Se encontrу con individuos aterrorizados que ya habнan sido entrevistados por Dag Svensson y que sabнan que el mundo no tardarнa en caйrseles encima. Suplicaron e imploraron. Los borrу a todos de su lista particular de sospechosos.

Mientras cruzaba el puente de Skanstull, cogiу el mуvil y llamу a Erika Berger. No contestу. Llamу a Malin Eriksson. Tampoco respondiу. Joder. Era tarde. Querнa hablar con alguien.

Se preguntу si Paolo Roberto habrнa tenido algъn йxito con Miriam Wu y marcу su nъmero. Oyу cinco tonos antes de que le contestara.

—Sн.

—Hola, soy Blomkvist. Me preguntaba cуmo te ha...

—Blomkvist, estoy... ssssccraaaap furgoneta scrrraaaap Miriam.

—No te oigo.

—Scrp scrrrraaap scrraaaap.

—Te pierdo. No te oigo.

Luego se cortу la llamada.

 

 

Paolo Roberto soltу unos cuantos tacos. La baterнa del mуvil acababa de morir en el mismo instante en que pasу Fittja. Pulsу el botуn ON y consiguiу reanimarlo. Marcу el nъmero de emergencia, pero nada mбs contestarle el telйfono volviу a apagarse. «Mierda.»

Tenнa un cargador que iba con el encendedor del coche. El cargador estaba encima de la cуmoda de su casa. Tirу el mуvil sobre el asiento del copiloto y se concentrу en no perder de vista las luces traseras de la furgoneta. Estaba conduciendo un BMW con el depуsito lleno; no habнa ni una puta posibilidad de que se le escaparan. Pero no querнa llamar la atenciуn, asн que mantuvo una distancia prudencial de doscientos metros.

«Un maldito monstruo atiborrado de esteroides le da una paliza a una chica delante de mis narices. Con ese cabrуn quiero hablar yo.»

Si Erika Berger hubiese estado presente, habrнa tildado a Paolo de macho cowboy. Йl lo llamaba simplemente cabreo.

 

 

Mikael Blomkvist pasу por Lundagatan; comprobу que el edificio de Miriam Wu estaba a oscuras. Hizo un nuevo intento de llamar a Paolo Roberto, pero le saltу el mensaje de que el abonado no se encontraba disponible. Murmurу una maldiciуn, se fue a casa y preparу cafй y sбndwiches.

 

 

La persecuciуn durу mбs de lo que Paolo Roberto se habнa imaginado. Pasaron por Sцdertдlje y luego enfilaron la E20 en direcciуn a Strдngnдs. Poco despuйs de Nykvarn, la furgoneta se desviу a la izquierda y, metiйndose por carreteras secundarias de la provincia de Sцdermanland, se adentraron en pleno campo. Ahora el riesgo de llamar la atenciуn y de que lo descubrieran era mayor. Paolo Roberto levantу el pie del acelerador y dejу aъn mбs distancia entre йl y la furgoneta.

La geografнa no era el fuerte de Paolo, pero, hasta donde su conocimiento alcanzaba, suponнa que se encontraban en la parte occidental del lago Yngern. Al no ver el vehнculo aumentу la velocidad. Saliу a una extensa recta y frenу.

Ni rastro. Habнa muchos desvнos sin seсalizar por la zona. Los habнa perdido.

 

 

A Miriam Wu le dolнan el cuello y la cara, pero habнa podido controlar su pбnico y, con ello, la angustia de sentirse indefensa. Йl no le habнa vuelto a pegar y la habнa dejado sentarse apoyando la espalda contra la parte trasera del respaldo del asiento del conductor. Miriam tenнa las manos esposadas y una cinta adhesiva cubriйndole la boca. Una de las fosas nasales estaba obstruida a causa de la sangre; le costaba respirar.

Estudiу al gigante rubio. Desde que le tapara la boca, no habнa pronunciado ni una palabra y la habia ignorado por completo. Reparу en la marca que tenнa donde ella le habнa dado la patada. Deberнa haberle causado un daсo mayor, pero йl apenas pareciу percatarse del golpe. No era normal.

Era grande, tenнa una impresionante constituciуn fнsica. Sus enormes mъsculos inducнan a pensar que pasaba en el gimnasio muchas horas por semana. Pero no era un culturista; sus mъsculos parecнan naturales. Sus manos tenнan el tamaсo de una sartйn. Ahora entendнa por quй tuvo la impresiуn de que le pegaban con un mazo cuando йl la abofeteу.

La furgoneta avanzaba dando botes por un camino lleno de baches.

No tenнa ni la mбs remota idea de dуnde se encontraba, pero le dio la sensaciуn de que habнan ido por la E4 con direcciуn sur durante bastante tiempo antes de meterse por las carreteras comarcales.

Sabнa que aunque hubiese tenido las manos libres no habrнa podido hacer nada contra el gigante rubio. Se sentнa absolutamente desamparada.

 

 

Malin Eriksson llamу a Mikael Blomkvist poco despuйs de las once. Йl acababa de llegar a casa y poner la cafetera y estaba en la cocina cortando una rebanada de pan.

—Disculpa que te llame tan tarde. Llevo horas intentando hablar contigo, pero no coges el mуvil.

—Perdуname. Lo he tenido apagado durante todo el dнa. He estado entrevistando a unos cuantos puteros.

—Tengo algo que puede ser de interйs —dijo Malin.

—A ver.

—Bjurman. Me habнas pedido que hurgara en su pasado.

—Sн.

—Naciу en 1950 y empezу a estudiar Derecho en 1970. Terminу la carrera en 1976. Comenzу a trabajar en el bufete de Klang y Reine en 1978 y, en 1989, abriу uno propio.

—Muy bien.

—En 1976 —durante un breve perнodo de unas cuantas semanas— hizo prбcticas en el Tribunal de Primera Instancia. Nada mбs licenciarse, ese mismo aсo, y hasta 1978, fue jurista de la Direcciуn Nacional de la Policнa.

—Vale.

—He indagado en lo que hacнa. Ha sido difнcil de encontrar, pero trabajу en la Sдpo con asuntos jurнdicos. Concretamente, en el Departamento de Extranjerнa.

—їQuй coсo estбs diciendo?

—Que debiу de coincidir con ese Bjцrck.

—ЎSerб hijo de puta! No me ha dicho ni palabra de que hubiera trabajado con Bjurman.

 

 

La furgoneta tenнa que estar cerca. Paolo Roberto se habнa mantenido a tanta distancia que, a ratos, perdiу de vista al vehнculo, pero lo habнa vislumbrado justo unos minutos antes de que desapareciera. Dio marcha atrбs invadiendo el arcйn y tomу rumbo norte. Condujo despacio buscando algъn desvнo.

Cuando apenas habнa recorrido ciento cincuenta metros, de repente, vio a travйs de una estrecha abertura en el espesor del bosque el destello de un haz de luz. Al otro lado de la carretera descubriу un pequeсo camino forestal y girу el volante. Se adentrу una decena de metros y aparcу. No se molestу en cerrar con llave. Cruzу la carretera corriendo y saltу la cuneta. Cuando se abriу camino entre la maleza y los бrboles, deseу haber llevado encima una linterna.

El bosque no era tal, se trataba sуlo de una hilera de бrboles que se extendнa paralelamente a la carretera. De pronto, fue a dar a un patio de grava. Divisу unos edificios bajos y oscuros. Se estaba acercando, cuando la iluminaciуn del portуn de carga de uno de ellos se encendiу inesperadamente.

Paolo se arrodillу y se quedу quieto. Un segundo mбs tarde, se encendiу la luz en el interior del edificio. Tenнa pinta de ser un almacйn; medirнa unos treinta metros de largo. En la parte superior de la fachada, muy arriba, distinguiу una estrecha fila de ventanas. El patio estaba lleno de contenedores y a la derecha habнa una carretilla de carga de color amarillo. Al lado, estaba aparcado un Volvo blanco. Gracias a la iluminaciуn exterior, descubriу la furgoneta, a sуlo veinticinco metros de йl.

Entonces, justo delante de sus narices, se abriу la puerta del portуn de carga. Un hombre rubio con una tripa cervecera saliу del almacйn y encendiу un cigarrillo. Cuando girу la cabeza, Paolo vio cуmo la silueta de una coleta se perfilу contra la luz de la entrada.

Paolo siguiу inmуvil con una rodilla apoyada en el suelo. Estaba delante del hombre, a menos de veinte metros, totalmente a la vista, pero la llama del mechero eliminу por un momento su visiуn nocturna. Acto seguido, tanto Paolo como el hombre de la coleta oyeron un grito medio apagado en el interior de la furgoneta. Cuando la coleta empezу a moverse en direcciуn al vehнculo, Paolo echу cuerpo a tierra muy despacio.

Oyу cуmo se abrнan las puertas corredizas de la furgoneta y vio cуmo el gigante rubio saliу de allн dando un salto. A continuaciуn, metiу medio cuerpo en el interior para sacar a Miriam Wu a rastras. La cogiу por la axila, la levantу y la mantuvo asн, sin ningъn problema, mientras ella pataleaba. Los dos hombres parecieron intercambiar unas palabras, pero Paolo no pudo oнr lo que decнan. Luego, el de la coleta abriу la puerta del conductor y subiу. Arrancу y atravesу el patio dibujando una cerrada curva. El haz de luz de los faros pasу a escasos metros de Paolo. La furgoneta desapareciу por un camino y Paolo oyу alejarse el ruido del motor.

Con Miriam Wu en los brazos, el gigante rubio entrу por la puerta del portуn de carga. Paolo vislumbrу una sombra a travйs de las ventanas situadas en la parte superior. Le dio la impresiуn de que se desplazaba hacia el fondo del edificio.

Se incorporу en estado de alerta. Tenнa la ropa mojada. Se sentнa aliviado y a la vez preocupado. Aliviado por el hecho de haber localizado la furgoneta y tener cerca a Miriam Wu. Y preocupado, a la vez que lleno de respeto, por ese gigante rubio que la manejaba como si fuese la bolsa de la compra de Konsum. Paolo habнa constatado que se trataba de un hombre muy grande y que aparentaba poseer una fuerza descomunal.

Lo razonable serнa retirarse y llamar a la policнa, pero su mуvil estaba completamente muerto. Ademбs, no sabнa a ciencia cierta dуnde se hallaba y no podнa describir con precisiуn cуmo llegar. Tampoco tenнa ni idea de lo que estarнa ocurriendo con Miriam Wu dentro del almacйn.

Se desplazу con sigilo, bordeу el edificio describiendo un semicнrculo y advirtiу que al parecer sуlo existнa un ъnico acceso. Dos minutos despuйs, ya se encontraba de nuevo en la entrada. Tuvo que tomar una decisiуn. Paolo no dudaba de que el gigante rubio fuera uno de los malos; habнa maltratado y raptado a Miriam Wu. Sin embargo, Paolo no estaba particularmente asustado. Tenнa mucha confianza en sн mismo y sabнa que podнa hacer mucho daсo si la cosa llegara a las manos. La cuestiуn, no obstante, era si el hombre del almacйn irнa armado y si allн dentro habrнa mбs personas. Lo dudaba. No debнa de haber nadie mбs aparte de Miriam Wu y el gigante rubio.

El portуn tenнa la anchura suficiente para que la carretilla pasara sin problemas. En el centro estaba la puerta de entrada. Paolo se acercу, puso la mano en el picaporte y la abriу. Entrу en un almacйn grande e iluminado, lleno de trastos, cajas de cartуn rotas y otros objetos inservibles tirados por el suelo.

 

 

Miriam Wu sintiу cуmo las lбgrimas rodaban por sus mejillas. Eran mбs de impotencia que de dolor. Durante el trayecto, el gigante la habнa ignorado por completo. En cuanto la furgoneta se detuvo, le quitу la cinta de la boca. Luego la levantу, la llevу dentro y la depositу en el suelo de cemento haciendo oнdos sordos a sus sъplicas y protestas. La contemplу con una gйlida mirada.

Entonces, Miriam Wu comprendiу que iba a morir allн dentro.

Йl le dio la espalda y se acercу a una mesa, en la que abriу una botella de agua mineral, que se bebiу a grandes tragos. No le habнa inmovilizado las piernas, de modo que Miriam Wu hizo un ademбn de levantarse.

Йl se girу y le sonriу. Se encontraba mбs cerca de la puerta que ella; no tendrнa ninguna oportunidad. Resignada, se dejу caer de rodillas y se enfureciу consigo misma. «Me cago en... No voy a tirar la toalla sin luchar. —Se volviу a levantar y apretу los dientes—. Ven aquн, gordo de mierda.»

Con las manos esposadas en la espalda, se sentнa torpe y falta de equilibrio, pero cuando йl se acercу, ella comenzу a dar vueltas a su alrededor buscando un hueco. Le pegу una patada en las costillas, se volviу y le dio otra, esta vez dirigida a la entrepierna. Le alcanzу la cadera, de modo que retrocediу un metro y cambiу de pierna para prepararse para la siguiente. Al tener las manos en la espalda no contaba con el suficiente equilibrio para acertarle en la cabeza; sin embargo, le propinу un potente puntapiй en el pecho.

Йl extendiу una mano, la agarrу del hombro y le dio media vuelta como si fuera de papel. Le pegу un solo puсetazo, no muy fuerte, en los riсones. Miriam Wu gritу como una posesa cuando el paralizante dolor le atravesу el diafragma. Cayу nuevamente de rodillas. Йl la abofeteу y la tirу al suelo. Despuйs, levantу el pie y le dio una patada en el costado. Miriam se quedу sin aire y oyу cуmo se le rompнan las costillas.

 

 

Paolo Roberto no vio ni un golpe de la paliza, pero, de pronto, oyу a Miriam Wu aullar de dolor, un alarido agudo y estridente, que cesу al instante. Volviу la cabeza en direcciуn al grito y apretу los dientes. Detrбs de un tabique habнa otra estancia. Cruzу el interior del almacйn sin hacer ruido y, con sumo cuidado, se asomу por la puerta justo cuando el gigante rubio tumbaba a Miriam Wu de espaldas. El gigante desapareciу de su campo de visiуn durante unos segundos para regresar de inmediato con una motosierra que dejу en el suelo delante de ella. Paolo Roberto arqueу las cejas.

—Quiero que me contestes a una sencilla pregunta.

Tenнa una voz extraсamente aguda, casi como si aъn no le hubiese cambiado. Paolo advirtiу un leve acento extranjero.

—їDуnde estб Lisbeth Salander?

—No lo sй —murmurу Miriam Wu.

—Respuesta incorrecta. Te doy otra oportunidad antes de arrancar esto.

Se puso de cuclillas y le dio varias palmadas a la motosierra.

—їDуnde se esconde Lisbeth Salander?

Miriam Wu negу con la cabeza.

Paolo dudу, pero cuando el gigante rubio alargу la mano para coger la motosierra, Paolo Roberto entrу en la habitaciуn dando tres decididos pasos y le metiу un fuerte derechazo en los riсones.

Paolo Roberto no se habнa convertido en un boxeador de fama mundial por ser un blandengue en el cuadrilбtero. De las treinta y tres peleas de su carrera profesional habнa ganado veintiocho. Cuando endosaba un puсetazo esperaba algъn tipo de reacciуn. Por ejemplo, que la persona golpeada se tambaleara y se quejara de dolor. Y ahora era como si hubiera introducido la mano con todas sus fuerzas en una pared de hormigуn. En todos los aсos que llevaba en el mundo del boxeo, nunca habнa sentido nada parecido. Perplejo, contemplу al coloso que tenнa ante йl.

El gigante rubio se volviу y observу con igual sorpresa al boxeador.

—їPor quй no te metes con alguien de tu misma categorнa de peso? —preguntу Paolo Roberto.

Le propinу en el diafragma una serie de derecha-izquierda-derecha a la que imprimiу mucha fuerza. Unos puсetazos verdaderamente contundentes. Fue como golpear una pared. Tan sуlo consiguiу que el gigante retrocediera medio paso, mбs por asombro que por los golpes. De repente, sonriу.

—Eres Paolo Roberto —dijo el gigante rubio.

Desconcertado, Paolo se detuvo. Acababa de encajarle cuatro golpes que, segъn todas las leyes del boxeo, deberнan tener como consecuencia que el gigante rubio estuviera en el suelo y йl de camino a su rincуn del cuadrilбtero, mientras el arbitro empezaba a contar. Ni uno solo de sus golpes pareciу tener el mбs mнnimo efecto.

«Dios mнo. Esto no es normal.»

Luego vio, casi a cбmara lenta, cуmo el gancho derecho del rubio surcaba los aires. El tipo era lento y dejaba adivinar el golpe con antelaciуn. Paolo lo esquivу y lo parу parcialmente con el hombro izquierdo. Era como si le hubiesen dado con un tubo de hierro.

Lleno de un renovado respeto por su adversario, Paolo Roberto retrocediу dos pasos.

«Pasa algo con este tipo. Nadie pega asн de fuerte.»

Parу automбticamente un gancho izquierdo con el antebrazo y, de inmediato, sintiу un fuerte dolor. No tuvo tiempo de esquivar el gancho derecho que surgiу de la nada y le impactу en la frente.

Paolo Roberto saliу despedido como un guante y dio unas cuantas vueltas hacia atrбs. Aterrizу, provocando un estruendo, contra una pila de palйs de madera y se sacudiу la cabeza. Sintiу enseguida cуmo la sangre le baсaba la cara. «Me ha abierto la ceja. Tendrбn que darme puntos. Otra vez.»

A continuaciуn, el gigante entrу en su campo de visiуn y, por puro instinto, Paolo Roberto se echу a un lado. Faltу un pelo para que sus enormes puсos le dieran otro mazazo. Retrocediу rбpidamente tres o cuatro pasos y levantу los brazos en posiciуn de defensa. Paolo Roberto estaba tocado.

El gigante rubio lo contemplу con unos ojos que expresaban curiosidad y casi diversiуn. Luego adoptу la misma posiciуn de defensa que Paolo Roberto. «Es un boxeador.» Tanteбndose, empezaron a dar vueltas uno alrededor del otro.

 

 

Los siguientes ciento ochenta segundos conformaron el combate mбs extraсo en el que Paolo Roberto habнa participado jamбs. No habнa cuerdas ni guantes. Tampoco segundos ni arbitros. Faltaba la campana que interrumpнa la pelea y mandaba a cada una de las partes a su rincуn para hacer una breve pausa con agua, sales y una toalla para limpiarse la sangre de los ojos.

De repente, Paolo Roberto comprendiу que estaba combatiendo a vida o muerte. Todo el entrenamiento, todos esos aсos machacando sacos de arena, todas sus horas de sparring y todas las experiencias vividas en cada asalto se concentraban ahora en una ъnica energнa que le brotу de repente, cuando la adrenalina le subiу como nunca antes le habнa sucedido.

Ahora ya no contenнa sus puсetazos. Se abalanzaron uno contra otro en un intercambio de golpes en el que Paolo puso toda su fuerza y todos sus mъsculos. Izquierda, derecha, izquierda, izquierda de nuevo y un jab con la derecha en plena cara, esquivar el gancho de la izquierda, retroceder un paso, atacar con la derecha. Cada golpe de Paolo Roberto alcanzaba su objetivo.

Se hallaba ante el combate mбs importante de su vida. Peleaba casi tanto con el cerebro como con las manos. Consiguiу bajar la cabeza y evitar todos los golpes que el gigante le mandaba.

Con la derecha, le endosу un gancho tan limpio en la mandнbula, que deberнa haber enviado a su contrincante a la lona, como un miserable saco. Le dio la sensaciуn de haberse roto un hueso de la mano en el intento. Se mirу los nudillos y advirtiу que sangraban. Vio la cara enrojecida e hinchada del gigante rubio. Sin embargo, el adversario de Paolo no parecнa ni siquiera notar los golpes.

Paolo retrocediу unos pasos e hizo una pausa mientras examinaba a su oponente. «No es un boxeador. Se mueve como un boxeador, pero estб a aсos luz de saber boxear de verdad. Sуlo estб fingiendo. No sabe esquivar los golpes. Anuncia sus puсetazos. Y es muy lento.»

Despuйs, el gigante, con el puсo izquierdo, le encajу un gancho en el costado de la caja torбcica. Fue el segundo golpe que acertу de pleno. Paolo sintiу cуmo el dolor le recorriу el cuerpo cuando las costillas crujieron. Intentу dar un paso atrбs, pero tropezу con algъn trasto del suelo y cayу de espaldas. Durante un segundo, vio al gigante cernirse sobre йl. Tuvo el tiempo justo de echarse a un lado y consiguiу, atolondrado, levantarse de nuevo.

Retrocediу e intentу reunir fuerzas.

El gigante volviу a abalanzarse sobre йl. Paolo estaba a la defensiva. Esquivу, volviу a esquivar y retrocediу unos pasos. Sintiу dolor cada vez que parу un golpe con el hombro.

Luego llegу ese momento que todo boxeador ha experimentado alguna vez con autйntico terror. Una sensaciуn que podнa invadirte en pleno combate, la de no dar la talla. La constataciуn de «mierda, estoy a punto de perder».

Es el momento decisivo de casi cualquier combate.

Es el momento en el que las fuerzas salen inesperadamente del cuerpo y la adrenalina sube con tanta intensidad que se convierte en una carga paralizadora, y una resignada capitulaciуn se materializa como un fantasma en el ringside. Es el momento que separa al aficionado del profesional, al ganador del perdedor. Muy pocos de los boxeadores que se hallan de sъbito al borde de ese abismo consiguen reunir las fuerzas necesarias para darle la vuelta al combate y convertir una derrota segura en una victoria.

A Paolo Roberto le invadiу esa sensaciуn. Notу un pitido en la cabeza que lo dejу atolondrado y viviу ese instante como si observara la escena desde fuera, como si mirara al gigante rubio a travйs del objetivo de una cбmara. Era el momento en el que se trataba de ganar o morir.

Paolo Roberto se echу atrбs y se abriу trazando un amplio semicнrculo para reunir fuerzas y ganar tiempo. El gigante lo seguнa con determinaciуn a la par que con lentitud, como si ya supiera que la pelea estaba ganada y quisiera alargar el asalto. «Boxea, aunque no sabe boxear. Sabe quiйn soy. Es un wannabe. Pero tiene tanta contundencia en el golpe que resulta casi inconcebible. Parece insensible al sufrimiento.»

Las ideas daban tumbos en la cabeza de Paolo mientras intentaba juzgar la situaciуn y decidir quй hacer.

De repente, reviviу aquella noche en Mariehamn de dos aсos atrбs. Su carrera como boxeador profesional terminу de la manera mбs brutal cuando se encontrу con el argentino Sebastiбn Lujan o, mejor dicho, cuando el puсo de Sebastiбn Lujan se encontrу con la mandнbula de Paolo. Fue el primer KO de su vida y estuvo inconsciente durante quince segundos.

Habнa pensado muchas veces en quй se equivocу. Se hallaba en una forma estupenda. Estaba concentrado. Sebastiбn Lujan no era mejor que йl. Pero el argentino le endosу un golpe limpio y, de repente, el cuadrilбtero se convirtiу en un barco en plena tempestad.

En el vнdeo de despuйs pudo ver cуmo daba vueltas indefenso y haciendo eses como el Pato Donald. El KO llegу veintitrйs segundos mбs tarde.

Sebastiбn Lujan no habнa peleado mejor ni habнa estado mбs preparado que йl. El margen fue tan pequeсo que el combate bien podrнa haber acabado con el resultado contrario.

A toro pasado, la ъnica diferencia que se le ocurriу fue que Sebastiбn Lujan habнa tenido mбs hambre que Paolo Roberto. Cuando Paolo subiу al cuadrilбtero en Mariehamn, contaba con ganar, pero no tenнa ganas de boxear. Para йl, ya no era cuestiуn de vida o muerte. Una derrota ya no supondrнa una catбstrofe.

Aсo y medio mбs tarde, seguнa siendo boxeador. Ya no era profesional y sуlo participaba en combates amistosos como sparring. Pero se entrenaba. No habнa subido de peso ni habнa empezado a colgarle nada de la cintura. Naturalmente, no era un instrumento tan bien afinado como cuando combatнa por el tнtulo y se machacaba el cuerpo durante meses, pero era «Paolo Roberto» y eso no era moco de pavo. Y, a diferencia de Mariehamn, la pelea del almacйn situado al sur de Nykvarn significaba, literalmente, la vida o la muerte.

 

 

Paolo Roberto tomу una decisiуn. Se detuvo en seco y dejу que el gigante se le acercara. Lo engaсу con la izquierda y apostу por un gancho de derecha. Le imprimiу toda la fuerza que le quedaba y estallу en un puсetazo que cayу sobre boca y nariz. Lo cogiу desprevenido despuйs de haberse batido en retirada durante tanto tiempo. Por fin oyу que algo cediу. Siguiу con izquierda-derecha-izquierda y se los encajу todos en la cara.

El gigante rubio estaba boxeando a cбmara lenta y devolviу con la derecha. Paolo lo vio venir a mil leguas y esquivу el enorme puсo. Advirtiу que cambiу el peso del cuerpo y supo que el gigante continuarнa con la izquierda. En vez de pararlo, Paolo se echу hacia atrбs y vio cуmo el gancho pasaba por delante de su nariz. Respondiу con un poderoso golpe en el costado, un poco por debajo de las costillas. Cuando el gigante se volviу para contraatacar, Paolo lanzу otra vez su gancho izquierdo y le alcanzу de pleno en la nariz.

De repente, tuvo la sensaciуn de que todo lo que hacнa era perfecto y que dominaba la pelea por completo. Por fin, el enemigo retrocedнa. Sangraba por la nariz. Ya no sonreнa.

Entonces, el gigante le dio una patada.

Su pie apareciу de la nada y cogiу a Paolo Roberto por sorpresa. Por pura costumbre, estaba siguiendo el reglamento del boxeo y no se esperaba una patada. La sintiу como si un mazo le diera en la parte baja del muslo, justo por encima de la rodilla. Un penetrante dolor le atravesу la pierna. «No.» Retrocediу un paso cuando su pierna derecha se doblу, volviу a tropezar con algo y cayу.

El gigante bajу la vista y lo observу. Durante un breve segundo cruzaron las miradas. El mensaje no daba lugar a malentendidos. La pelea habнa terminado.

Luego, los ojos del gigante se abrieron como platos cuando Miriam Wu, por detrбs, le metiу una patada en la entrepierna.

 

 

A Miriam le dolнan todos y cada uno de los mъsculos del cuerpo; aun asн habнa logrado pasarse las manos esposadas por debajo del culo, y ya las tenнa delante. En su estado, era una proeza acrobбtica.

Le dolнan las costillas, el cuello, la espalda y los riсones; le costу incorporarse. Despuйs, fue dando tumbos hasta la puerta y vio, con los ojos abiertos de par en par, cуmo Paolo Roberto —«їde dуnde habrб salido?»— le dio al gigante rubio un buen gancho de derecha y una serie de golpes en la cara antes de ser derribado con la patada.

Miriam Wu se dio cuenta de que no le importaba lo mбs mнnimo cуmo o por quй habнa aparecido allн Paolo Roberto. Era uno de los good guys. Por primera vez en su vida, sintiу un deseo asesino hacia otro ser humano. Avanzу dando unos rбpidos pasos, movilizу cada resquicio de energнa y los mъsculos que seguнan intactos. Se acercу al gigante por detrбs y le dio la patada en la entrepierna. Tal vez no constituyera un buen ejemplo de la elegancia del thaiboxing, pero obtuvo el efecto deseado.

Miriam Wu asintiу para sн misma con aire de entendida. Puede que haya hombres grandes como casas y hechos de granito, pero siempre llevan las bolas en el mismo sitio. La patada le habнa salido tan limpia que deberнa entrar en el libro Guinness de los rйcords.

Por primera vez, el gigante rubio pareciу tocado. Emitiу un gemido, se agarrу la entrepierna y cayу sobre una rodilla.

Miriam permaneciу inmуvil, indecisa, durante unos segundos hasta que se dio cuenta de que debнa continuar e intentar rematarlo. Apostу por atacar con una patada en la cara, pero, para su asombro, йl levantу un brazo. Era imposible que se hubiese recuperado tan rбpido. Parecнa como si le hubiese dado la patada al tronco de un бrbol. De repente, йl sujetу el pie de Miriam, la derribу y empezу a tirar de ella. Miriam lo vio esgrimir un puсo en alto, se revolviу desesperadamente y le metiу una patada con la pierna que le quedaba libre; impactу en la oreja al mismo tiempo que un puсetazo del gigante alcanzaba a Miriam en la sien. Miriam Wu tuvo la impresiуn de haberse empotrado de cabeza contra una pared. Vio destellos de estrellas alternados con una profunda oscuridad.

De nuevo, el gigante rubio empezу a levantarse.

Entonces, Paolo Roberto le pegу en la nuca con la misma tabla de madera con la que habнa tropezado. El gigante rubio aterrizу de bruces, cuan largo era, con un notable estruendo.

 

 

Con una sensaciуn de irrealidad, Paolo Roberto examinу el entorno con la mirada. El gigante rubio se retorcнa en el suelo. Miriam Wu tenнa la mirada vidriosa y parecнa completamente noqueada. La uniуn de sus fuerzas les habнa provisto de un breve respiro.

Paolo Roberto apenas podнa apoyarse en su pierna daсada; sospechу que se habнa desgarrado el mъsculo que pasaba justo por encima de la rodilla. Se acercу cojeando a Miriam Wu y la levantу. Ella comenzу a moverse, pero su mirada estaba ausente. Sin mediar palabra, se la echу a los hombros y empezу a cojear hacia la salida. El dolor de la rodilla derecha era tan agudo que, a ratos, se veнa obligado a saltar sobre una pierna.

Salir a la oscuridad y el frнo de la noche fue una liberaciуn. Aunque no se podнa permitir el lujo de detenerse. Atravesу el patio de grava y la hilera de бrboles deshaciendo el camino por donde habнa entrado. Nada mбs internarse en el bosque, tropezу con un бrbol caнdo y se cayу. Miriam Wu gimiу y йl oyу cуmo la puerta del almacйn se abrнa estrepitosamente.

La monumental silueta del gigante rubio apareciу a la luz del vano de la puerta. Paolo puso una mano sobre la boca de Miriam Wu. Se inclinу y le susurrу al oнdo que permaneciera inmуvil y no hiciera el menor ruido.

Despuйs, buscу a tientas una piedra en el suelo y encontrу una bajo el бrbol caнdo que era mбs grande que su puсo. Se persignу. Por primera vez en su pecaminosa vida, Paolo Roberto estaba dispuesto a matar a una persona si fuera necesario. Estaba tan apaleado y maltrecho que sabнa que no aguantarнa otro asalto. Pero nadie, ni siquiera un monstruo rubio que era un error de la naturaleza, podнa luchar con la cabeza abierta. Acariciу la piedra y se percatу de que era ovalada y tenнa un borde afilado.

El gigante rubio llegу hasta la esquina del edificio y barriу con la mirada el patio de grava. Se detuvo a menos de diez pasos del lugar donde Paolo contenнa la respiraciуn. El gigante aguzу el oнdo y escudriсу el terreno. Habнan desaparecido en la noche. Era imposible saber en quй direcciуn. Al cabo de unos minutos, pareciу darse cuenta de lo inъtil de la bъsqueda. Con determinaciуn y premura, entrу en el almacйn, donde no estuvo mбs de un minuto. Apagу las luces, saliу con una bolsa y se acercу al Volvo blanco. Arrancу, derrapу y desapareciу por el camino de acceso. Paolo escuchу en silencio hasta que el ruido del motor se perdiу en la lejanнa. Cuando bajу la mirada, vio los ojos de Miriam brillando en la oscuridad.

—Hola, Miriam —dijo—. Me llamo Paolo y no tienes por quй temerme.

—Ya lo sй.

Su voz era dйbil. Exhausto, se inclinу apoyбndose en el бrbol caнdo y sintiу cуmo la adrenalina le bajaba a cero.

—No sй cуmo levantarme —dijo Paolo Roberto—. Pero tengo un coche aparcado al otro lado de la carretera. A unos ciento cincuenta metros.

 

 

El gigante rubio frenу, girу y aparcу en un бrea de descanso al este de Nykvarn. Estaba trastornado y aturdido; tenнa una sensaciуn rara en la cabeza.

Le habнan tumbado en una pelea por primera vez en la vida. Y el que lo habнa castigado era Paolo Roberto, el boxeador. Le pareciу una pesadilla absurda, de esas que sуlo tenнan lugar en sus noches mбs inquietas. No lograba entender de dуnde habнa salido. Simple y llanamente, estaba allн, dentro del almacйn. Habнa aparecido sin mбs, de repente.

Una autйntica locura.

No habнa sentido los puсetazos de Paolo Roberto. No le extraсaba. La patada en la entrepierna, sн. Y ese contundente golpe en la cabeza le habнa nublado la vista. Se palpу la nuca y descubriу que tenнa un chichуn enorme. Se lo apretу con los dedos, pero no experimentу ningъn dolor. Aun asн, se sentнa atontado y mareado. Con la lengua notу que, para su sorpresa, habнa perdido un diente en el lado izquierdo de la mandнbula superior. La boca le sabнa a sangre. Se agarrу la nariz con el pulgar y el нndice y, con delicadeza, tirу hacia arriba. Oyу un chasquido y constatу que estaba rota.

Habнa hecho lo correcto al ir a por su bolsa y abandonar el almacйn antes de que llegara la policнa. No obstante, habнa cometido un error garrafal. En el Discovery Channel, habнa visto cуmo los tйcnicos forenses de la policнa siempre acababan encontrando algъn tipo de prueba forense. Sangre. Pelos. ADN.

No le apetecнa en absoluto volver al almacйn, pero no le quedaba otra elecciуn. Debнa limpiar aquello. Hizo un giro de ciento ochenta grados y regresу. Poco antes de Nykvarn se cruzу con un coche al que no le prestу atenciуn.

 

 

El viaje de vuelta a Estocolmo fue una pesadilla. Paolo Roberto tenнa sangre por todas partes; estaba en tan mal estado que le dolнa todo el cuerpo. Conducнa como un principiante hasta que se dio cuenta de que iba haciendo eses de un lado a otro de la carretera. Con una mano, se frotу los ojos y, con cuidado, se tocу la nariz. Le dolнa considerablemente y sуlo podнa respirar por la boca. Buscaba sin descanso un Volvo blanco y le pareciу cruzarse con uno cerca de Nykvarn.

Cuando enfilу la E20 empezу a conducir con un poco mбs de soltura. Pensу parar en Sцdertдlje, pero no tenнa ni idea de adonde ir. Le echу un vistazo a Miriam Wu —todavнa esposada—; estaba desplomada en el asiento de atrбs sin cinturуn de seguridad. Habнa tenido que llevarla hasta el coche y tan pronto como la dejу en el asiento trasero se desvaneciу. No sabнa si se habнa desmayado por sus lesiones o si se habнa quedado sin baterнa de puro agotamiento. Dudу. Al final, tomу la E4 rumbo a Estocolmo.

 

 

Mikael Blomkvist sуlo llevaba una hora durmiendo cuando el sonido del telйfono irrumpiу la quietud de la noche. Abriу un poco los ojos y comprobу que eran algo mбs de las cuatro. Adormilado, estirу la mano y levantу el auricular. Era Erika Berger. Al principio no entendiу lo que decнa.

—їQue Paolo Roberto estб dуnde?

—En el Sцdersjukhuset, con Miriam Wu. No tiene tu nъmero fijo, dice que te ha llamado al mуvil, pero que no ha conseguido hablar contigo.

—Lo tengo apagado. їY quй hace en el hospital?

La voz de Erika Berger sonу paciente, aunque firme.

—Mikael, coge un taxi, vete hasta allн y averigъalo. Parecнa muy confundido y hablaba de una motosierra, de una casa en el bosque y de un monstruo que no sabнa boxear.

Mikael parpadeу sin comprender nada. Luego sacudiу la cabeza y alargу la mano para coger sus pantalones.

 

 

Tumbado en calzoncillos en aquella camilla, Paolo Roberto ofrecнa un aspecto penoso. Mikael tuvo que esperar mбs de una hora para que le permitieran pasar a verlo. Su nariz estaba oculta tras unas tiritas de sujeciуn. Tenнa el ojo izquierdo hinchado y la ceja, donde le habнan dado cinco puntos, tapada con puntos de aproximaciуn. Le habнan vendado las costillas, y presentaba hematomas y magulladuras por todo el cuerpo. En la rodilla izquierda le habнan hecho un aparatoso vendaje de compresiуn.

Mikael Blomkvist le trajo cafй en un vaso de papel de la mбquina Selecta del pasillo y examinу con ojo crнtico su cara.

—Es como si te hubiera atropellado un coche —dijo—. їQuй te ha ocurrido?

Paolo Roberto moviу la cabeza de un lado a otro y cruzу su mirada con la de Mikael.

—Un maldito monstruo —contestу.

—їQuй ha pasado?

Paolo Roberto volviу a mover la cabeza y examinу sus puсos. Tenнa los nudillos tan destrozados que le costaba sostener el vaso de cafй. Tambiйn le habнan puesto tiritas de sujeciуn. Su mujer, que mantenнa una actitud mбs bien frнa con el boxeo, se pondrнa furiosa.

—Soy boxeador —respondiу—. Quiero decir que mientras estuve en activo nunca me rajй, siempre subн al cuadrilбtero con la persona que fuera. He encajado algъn que otro golpe en mi vida y sй dar y recibir. Cuando yo le pego un puсetazo a alguien, la idea es sentarlos de culo en el suelo y que les duela.

—No es lo que pasу con ese tнo.

Paolo Roberto negу con la cabeza por tercera vez. Relatу con serenidad y detalle lo ocurrido durante la noche.

—Le di por lo menos treinta puсetazos. Catorce o quince en la cabeza. Le alcancй la mandнbula cuatro veces. Al principio me contuve; no lo querнa matar, sуlo defenderme. Pero al final echй el resto. Uno de esos golpes deberнa haberle roto el hueso de la mandнbula. Y ese puto monstruo no hizo mбs que sacudirse un poco y volver a atacar. Joder, no era una persona normal.

—їQuй aspecto tenнa?

—Era como un robot anticarro. No estoy exagerando. Medнa mбs de dos metros y pesarнa unos ciento treinta o ciento cuarenta kilos. Un esqueleto de hormigуn armado lleno de mъsculos. No estoy bromeando. Un maldito gigante rubio que, simplemente, no sentнa dolor.

—їLo habнas visto antes?

—Nunca. No era boxeador. Aunque, en cierto modo, sн lo era.

—їQuй quieres decir?

Paolo Roberto meditу un instante.

—No sabнa boxear. Amagбndolo pude hacer que bajara la guardia y no tenнa ni puta idea de cуmo moverse para evitar que lo alcanzara. Ni pajolera idea. Pero al mismo tiempo intentaba moverse como un boxeador. Levantaba bien las manos y siempre adoptaba la posiciуn de partida, igual que un boxeador. Era como si hubiese aprendido a boxear sin escuchar nada de lo que le decнa el entrenador.

—Vale.

—Lo que nos salvу la vida a mн y a la chica fue que se moviera tan lentamente. Daba puсetazos sin ton ni son anunciados con un mes de antelaciуn, de modo que podнa esquivarlos o pararlos. Me encajу dos golpes; el primero, en la cara, y ya ves el resultado, y el segundo, en el cuerpo, me rompiу una costilla. Y sуlo acertу a medias; si me hubiese dado de lleno, me habrнa arrancado la cabeza.

De repente Paolo Roberto se riу. A carcajadas.

—їQuй te pasa?

—Ganй. Ese loco intentу matarme y le ganй. Conseguн tumbarlo. Pero tuve que usar una maldita tabla para que besara la lona.

Luego se puso serio.

—Si Miriam no le hubiera cascado en la entrepierna en aquel preciso instante, sabe Dios lo que habrнa ocurrido.

—Paolo, estoy muy contento, pero que muy muy contento, de que hayas ganado. Y Miriam Wu va a decir lo mismo en cuanto se despierte. їSabes algo de su estado?

—Mбs o menos como yo. Tiene una conmociуn cerebral, varias costillas rotas, el hueso de la nariz roto y algunos golpes en los riсones.

Mikael se inclinу hacia delante y puso la mano en la rodilla de Paolo Roberto.

—Si alguna vez necesitas que te haga un favor... —dijo Mikael.

Paolo Roberto asintiу con la cabeza y mostrу una apacible sonrisa.

—Blomkvist, si necesitas que te hagan otro favor...

—їSн?

—... envнa a Sebastiбn Lujan.



  

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