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Capнtulo 1 Jueves, 16 de diciembre - Viernes, 17 de diciembre



Capнtulo 1 Jueves, 16 de diciembre - Viernes, 17 de diciembre

Lisbeth Salander desplazу las gafas de sol hasta la punta de la nariz y entornу los ojos bajo el ala del sombrero de playa. Vio a la mujer de la habitaciуn 32 salir por la entrada lateral del hotel y dirigirse a una de las tumbonas a rayas verdes y blancas que se hallaban junto a la piscina. Su mirada se concentraba en el suelo y sus piernas parecнan inestables.

Hasta ese momento, Salander sуlo la habнa visto de lejos. Le echaba unos treinta y cinco aсos, pero por su aspecto podнa estar en cualquier edad comprendida entre los veinticinco y los cincuenta. Tenнa una media melena castaсa, un rostro alargado y un cuerpo maduro, como sacado de un catбlogo de venta por correo de ropa interior femenina. Calzaba chanclas y lucнa un biquini negro y unas gafas de sol con cristales violetas. Era norteamericana y hablaba con acento del sur. Llevaba un sombrero de playa amarillo que dejу caer al suelo, junto a la hamaca, justo antes de hacerle una seсal al camarero del bar de Ella Carmichael.

Lisbeth Salander se puso el libro en el regazo y bebiу un sorbo de cafй antes de alargar la mano para coger el paquete de tabaco. Sin girar la cabeza desplazу la mirada hacia el horizonte. Desde el sitio en el que se encontraba, en la terraza de la piscina, podнa ver un pedazo del mar Caribe a travйs de un grupo de palmeras y rododendros que habнa junto a la muralla de delante del hotel. A lo lejos, un barco de vela navegaba hacia el norte, rumbo a Santa Lucнa o Dominica. Algo mбs allб pudo apreciar la silueta de un carguero gris que se dirigнa hacia el sur, de camino a Guyana o algъn paнs vecino. Una leve brisa luchaba contra las altas temperaturas de la maсana, pero Lisbeth sintiу que una gota de sudor le resbalaba lentamente hacia la ceja. A Lisbeth Salander no le gustaba achicharrarse al sol. En la medida de lo posible, pasaba los dнas a la sombra, de modo que ahora se encontraba cуmodamente instalada bajo un toldo. Aun asн, estaba mбs tostada que una almendra. Llevaba unos pantalones cortos color caqui y una camiseta negra de tirantes.

Escuchaba los extraсos sonidos de los steel pans que salнan de los altavoces colocados junto a la barra. La mъsica nunca le habнa interesado lo mбs mнnimo, y no sabнa diferenciar a Sven-Ingvars de Nick Cave, pero los steel pans la fascinaban. Le parecнa increнble que alguien fuera capaz de afinar un barril de petrуleo y aъn mбs increнble que ese barril pudiera emitir sonidos controlables que no se parecнan a nada. Se le antojaban mбgicos.

De repente, se sintiу irritada y desplazу nuevamente la mirada a la mujer a la que acababan de ponerle en la mano una copa de una bebida de color naranja.

No era su problema, pero Lisbeth Salander no entendнa por quй la mujer seguнa todavнa allн. Durante cuatro noches, desde que la pareja llegara, Lisbeth Salander habнa oнdo esa especie de terror de baja intensidad que se producнa en la habitaciуn contigua. Habнa percibido llantos, indignadas voces bajas y, en alguna ocasiуn, el sonido de unas bofetadas. El autor de los golpes —Lisbeth suponнa que se trataba del marido— rondaba los cuarenta aсos. Tenнa el pelo oscuro y liso, peinado a la antigua, con la raya en el medio, y parecнa hallarse en Granada por razones profesionales. Lisbeth Salander desconocнa la naturaleza de sus actividades profesionales, pero todas las maсanas el hombre aparecнa pulcramente vestido con corbata y americana, y tomaba cafй en el bar del hotel para luego coger su maletнn e introducirse en un taxi.

Regresaba por la tarde, y entonces se baсaba y se quedaba con su mujer en la piscina. Solнan cenar juntos en lo que podrнa considerarse una convivencia sumamente apacible y llena de cariсo. Puede que la mujer se tomara una o dos copas de mбs, pero su ebriedad no molestaba ni llamaba la atenciуn.

Las peleas de la habitaciуn contigua empezaban rutinariamente entre las diez y las once de la noche, mбs o menos a la misma hora en la que Lisbeth se metнa en la cama con un libro que versaba sobre los misterios de las matemбticas. Pero aquello no podнa definirse como malos tratos graves. Por lo que Lisbeth pudo percibir a travйs de la pared, no hacнan mбs que retomar diariamente la misma interminable y machacona discusiуn. La noche anterior Lisbeth no habнa podido resistir la tentaciуn y se asomу para averiguar, a travйs de la puerta abierta del balcуn de la pareja, de quй iba todo aquello. Durante mбs de una hora, el hombre deambulу por la habitaciуn reconociendo que era un cabrуn que no la merecнa y repitiendo sin parar que ella seguramente pensaba que йl era un falso. En todas las ocasiones ella le respondнa que no e intentaba tranquilizarlo. El hombre siguiу insistiendo, de manera cada vez mбs intensa, hasta que la zarandeу. Al final, ella le contestу lo que йl querнa oнr: «sн, eres un falso». Aquella provocada confesiуn le sirviу como pretexto para atacarla y meterse con su vida y su forma de ser. La llamу puta, una palabra en contra de la cual Lisbeth Salander, sin dudarlo ni un momento, habrнa tomado medidas si la acusaciуn se hubiera dirigido a ella. Sin embargo, йse no era el caso; no era su problema, de modo que le costу decidir si deberнa actuar o no.

Asombrada, Lisbeth se quedу escuchando las insistentes y obstinadas palabras del hombre que, de repente, se transformaron en algo que sonу como una bofetada. Ya se habнa decidido a salir al pasillo del hotel para derribar la puerta vecina con una patada cuando se hizo el silencio en la habitaciуn.

Ahora, al contemplar a la mujer junto a la piscina, notу un ligero moratуn en el hombro y un araсazo en la cadera, pero ningъn daсo llamativo.

 

 

Nueve meses antes, Lisbeth habнa leнdo un artнculo en la revista Popular Science que alguien habнa dejado olvidada en el aeropuerto Leonardo da Vinci de Roma. Y, desde ese momento, se sintiу extraсamente fascinada por un tema tan raro y desconocido como la astronomнa esfйrica. De manera completamente impulsiva visitу la librerнa universitaria de Roma y comprу algunos de los mбs importantes tratados sobre el tema. Para comprender la astronomнa esfйrica, sin embargo, se habнa visto obligada a adentrarse en los mбs intrincados misterios de las matemбticas. En los viajes realizados en los ъltimos meses, a menudo habнa visitado librerнas universitarias buscando mбs libros sobre la materia.

Los libros estuvieron metidos en su maleta la mayorнa del tiempo, y los estudios fueron asistemбticos y desprovistos de objetivos concretos hasta el momento en el que entrу en la librerнa universitaria de Miami y saliу con Dimensions in Mathematics, del doctor L. C. Parnault (Harvard University, 1999). Dio con el tomo poco antes de bajar a los cayos de Florida para empezar a viajar por las islas del Caribe.

Habнa recorrido Guadalupe (dos dнas en un agujero inmundo), Dominica (agradable y relajada, cinco dнas), Barbados (un dнa en un hotel norteamericano donde no se sintiу muy bien recibida) y Santa Lucнa (nueve dнas). En este ъltimo lugar podrнa haberse quedado mбs tiempo si no se hubiese enemistado con un joven y tonto gamberro que rondaba por el bar de su hotel, situado en un callejуn. Un dнa, Lisbeth perdio la paciencia y le dio en la cabeza con un ladrillo, pagу, se marchу del hotel y cogiу un ferry rumbo a Saint George's, la capital de Granada, un pais del que no habнa oнdo hablar antes de subir a bordo.

Desembarcу hacia las diez de la maсana un dнa de noviembre, en medio de una torrencial lluvia tropical. Gracias a The Caribbean Traveller pudo saber que Granada era conocida como la Spice Island, la isla de las especias, y que era uno de los productores de nuez moscada mбs importantes del mundo. Contaba con ciento veinte mil habitantes, pero unos doscientos mil granadinos mбs residнan en Estados Unidos, Canadб o Inglaterra, lo cual daba una idea de las posibilidades de trabajo que habнa en casa. El paisaje era montaсoso, dispuesto en torno a un volcбn apagado: el Grand Etang.

 

 

Histуricamente, Granada era una de las muchas e insignificantes antiguas colonias britбnicas. En 1795 el paнs llamу la atenciуn, polнticamente hablando, cuando un esclavo liberado llamado Julian Fedon, inspirado por la Revoluciуn francesa, iniciу una revuelta que provocу que la Corona britбnica mandara tropas para descuartizar, acribillar a tiros, colgar y mutilar a una gran cantidad de rebeldes. Lo que conmocionу al gobierno colonial fue que tambiйn muchos blancos pobres, sin el menor respeto por las tradiciones o la segregaciуn racial, se habнan unido a la rebeliуn. La revuelta fue aplastada pero nunca consiguieron atrapar a Fedon, quien desapareciу en el macizo montaсoso del Grand Etang, donde su leyenda creciу hasta adquirir dimensiones propias de un Robin Hood.

Casi doscientos aсos despuйs, en 1979, el abogado Maurice Bishop iniciу una nueva revoluciуn que, segъn el guнa, estaba inspirada en the communist dictatorships in Cuba and Nicaragua, pero de la cual Lisbeth Salander se habнa formado una imagen completamente distinta gracias a Philip Campbell —profesor, bibliotecario y predicador baptista—, a quien le alquilу la casa de invitados durante los primeros dнas. La historia se podrнa resumir de la siguiente manera: Bishop fue un lнder genuinamente popular que derrocу a un loco dictador —entusiasta, para mбs inri, de los ovnis— y que dedicу parte del pobre presupuesto nacional a capturar platillos volantes. Bishop abogaba por una democracia econуmica e introdujo, antes de ser asesinado en 1983, la primera legislaciуn del paнs a favor de la igualdad de sexos.

Tras el asesinato —una masacre de unas ciento veinte personas, incluido el ministro de Asuntos Exteriores, la ministra de Asuntos Femeninos y algunos importantes lнderes sindicales— Estados Unidos invadiу el paнs e instaurу la democracia. Para Granada eso significу que el nivel de paro aumentara de un seis a casi un cincuenta por ciento y que el negocio de la cocaнna volviera a ser la principal fuente de ingresos. Philip Campbell negу con la cabeza al oнr la descripciуn de la guнa de Lisbeth y le dio buenos consejos sobre las personas y los barrios que habнa que evitar de noche.

Para Lisbeth Salander ese tipo de advertencias resultaba bastante inъtil. No obstante, se habнa mantenido al margen de la delincuencia de Granada enamorбndose de Grand Anse Beach, una playa poco frecuentada, de diez kilуmetros de largo, justo al sur de Saint George's, donde podнa caminar durante horas sin ver a ninguna persona ni tener que hablar con nadie. Se habнa mudado al Keys, uno de los pocos hoteles norteamericanos de Grand Anse y llevaba siete semanas allн sin haber hecho mucho mбs que caminar por la playa y comer chinups, la fruta local, cuyo sabor le recordaba a las amargas grosellas espinosas suecas y a la que se habнa aficionado mucho.

Era temporada baja y apenas una tercera parte de las habitaciones del hotel Keys se hallaba ocupada. El ъnico problema fue que tanto su paz como el estudio de las matemбticas se vieron repentinamente interrumpidos por el discreto terror de la habitaciуn vecina.

 

 

Mikael Blomkvist llamу al timbre de la puerta del piso de Lisbeth Salander, en Lundagatan. No esperaba que abriera, pero habнa adquirido la costumbre de pasar por su casa un par de veces al mes para ver si habнa alguna novedad. Al empujar con los dedos la trampilla del buzуn pudo entrever un montуn de publicidad. Eran mбs de las diez de la noche y estaba demasiado oscuro para precisar cuбnto habнa aumentado el nъmero de folletos desde la ъltima vez.

Se quedу indeciso un instante en el rellano de la escalera antes de dar la vuelta, algo frustrado, y abandonar el inmueble. Volviу a su casa de Bellmansgatan caminando a paso lento, puso la cafetera elйctrica y abriу los periуdicos vespertinos mientras le echaba un vistazo a la ediciуn nocturna de Rapport. Se sentнa ligeramente preocupado y, por enйsima vez, se preguntу quй habrнa ocurrido en realidad.

Un aсo antes, durante las fiestas de Navidad, habнa invitado a Lisbeth Salander a su casita de Sandhamn. Allн dieron largos paseos hablando tranquilamente sobre las consecuencias de aquellos dramбticos acontecimientos en los que ambos acababan de verse implicados y que Mikael, a posteriori, considerarнa una crisis vital. Condenado por difamaciуn, habнa pasado un par de meses en la cбrcel, su carrera profesional como periodista se habнa hundido en el lodo y habнa abandonado el puesto de editor de la revista Millennium con el rabo entre las piernas. Pero de la noche a la maсana todo cambiу. El encargo de redactar la autobiografнa del industrial Henrik Vanger, cosa que constituyу una terapia descabelladamente bien pagada, se convirtiу de pronto en la desesperada bъsqueda de un astuto y desconocido asesino mъltiple.

Durante esa persecuciуn conociу a Lisbeth Salander. Distraнdamente, Mikael se puso a toquetear la leve cicatriz que la soga habнa dejado por debajo de su oreja izquierda. Lisbeth no sуlo le habнa ayudado a dar con el asesino, le habнa salvado la vida, literalmente.

Una vez tras otra lo sorprendiу con sus curiosas habilidades: una memoria fotogrбfica y extraordinarios conocimientos de informбtica. Mikael Blomkvist se consideraba relativamente competente en la materia, pero Lisbeth Salander manejaba los ordenadores como si estuviera aliada con el mismнsimo diablo. Poco a poco se habнa ido dando cuenta de que ella era una hacker de categorнa mundial y de que, dentro de aquel exclusivo club internacional que se dedicaba a actividades delictivas en la informбtica de mбs alto nivel, ella era una leyenda, aunque sуlo fuera conocida con el pseudуnimo de Wasp.

Fue la capacidad de Lisbeth para entrar y salir de los ordenadores ajenos lo que le dio a Mikael el material que necesitaba para convertir su fracaso periodнstico en el caso Wennerstrцm: un scoop mediбtico que todavнa, un aсo mбs tarde, era objeto de investigaciones policiales internacionales sobre la delincuencia econуmica y le brindaba la oportunidad de visitar regularmente los estudios de televisiуn.

Un aсo antes ese scoop le habнa dado una enorme satisfacciуn: supuso una venganza personal y la manera de salir de esa marginaciуn profesional en la que se encontraba. Pero aquel sentimiento desapareciу en seguida. Antes de que pasaran un par de semanas ya estaba harto de contestar a las mismas preguntas de los periodistas y de los policнas de la Brigada de Delitos Econуmicos. «Lo siento, pero no puedo revelar mis fuentes.» Un dнa, un periodista del Azerbajdzjan Times, publicado en inglйs, se tomу la molestia de ir a Estocolmo sуlo para hacerle las mismas preguntas tontas. Fue la gota que colmу el vaso. Mikael habнa reducido al mнnimo el nъmero de entrevistas, y durante los ъltimos meses, con escasas excepciones, sуlo aceptaba entrevistas cuando «la de TV4» llamaba y lo convencнa. Pero eso ъnicamente sucedнa si la investigaciуn entraba en una nueva fase.

La colaboraciуn de Mikael con «la de TV4» respondнa, ademбs, a otras razones. Ella habнa sido la primera periodista en apostar por la noticia. Sin su labor la noche del mismo dнa en que Millennium publicу el scoop, resultaba dudoso que la historia hubiese tenido tanto impacto. Algъn tiempo despuйs, Mikael se enterarнa de que ella se habнa visto obligada a luchar con uсas y dientes para convencer a la redacciуn de que le hicieran un hueco a la noticia. Hubo muchas resistencias a darle publicidad a ese sinvergьenza de Millennium, y, hasta el mismo momento de la emisiуn, no estaba claro que el ejйrcito de abogados de la cadena le permitiera contar el caso. Varios de sus compaсeros de mбs edad habнan votado en contra y le advirtieron que, si se equivocaba, su carrera profesional se habrнa acabado. Ella insistiу y aquello se convirtiу en la noticia del aсo.

La primera semana cubriу personalmente la informaciуn —era, de hecho, la ъnica periodista bien informada sobre el tema— pero unos dнas antes de Navidad, Mikael se dio cuenta de que tanto los comentarios como los nuevos enfoques de la historia les habнan sido encargados a sus colegas masculinos. Durante el fin de aсo, Mikael se enterу de que ella habнa sido apartada a codazos del tema con la excusa de que una historia tan importante debнa ser tratada por los periodistas serios de economнa y no por una niсata de Gotland, de Bergslagen o de donde cono fuera. La siguiente vez que los de TV4 lo llamaron para pedirle unas declaraciones, Mikael se limitу a decir que sуlo aceptarнa si ella hacнa las preguntas. Transcurrieron unos dнas de contrariado silencio antes de que los chicos de TV4 claudicaran.

El decreciente interйs de Mikael por el caso Wennerstrцm coincidiу con la desapariciуn de Lisbeth Salander de su vida. Seguнa sin entender quй habнa sucedido.

Se despidieron el dнa despuйs de Navidad y no la vio durante los dнas anteriores a la Nochevieja. Una noche antes la telefoneу, pero ella no contestу.

En Nochevieja, Mikael acudiу a su casa en dos ocasiones y llamу a la puerta. La primera vez habнa luz en su piso, pero ella no abriу. La segunda, el piso se encontraba a oscuras. El dнa de Aсo Nuevo volviу a llamarla, sin ningъn йxito. A partir de entonces lo ъnico que escuchу fue que el abonado no estaba disponible.

Durante los dнas sucesivos la vio dos veces. Como no habнa podido contactar con ella por telйfono, una tarde, a principios de enero, fue a su casa y se sentу a esperarla en la escalera, ante su misma puerta, con un libro en la mano. Permaneciу allн pacientemente durante cuatro horas, hasta que ella apareciу, poco antes de las once de la noche. Llevaba una caja de cartуn y se parу en seco al verlo.

—Hola, Lisbeth —saludу, y cerrу el libro.

Ella lo contemplу con rostro inexpresivo, sin el menor atisbo de dulzura o amistad en la mirada. Luego pasу por delante de йl e introdujo la llave en la puerta.

—їMe invitas a un cafй? —preguntу Mikael.

Ella se volviу y le dijo en voz baja:

—Vete. No quiero volver a verte.

Luego le dio con la puerta en las narices a un perplejo y desconcertado Mikael Blomkvist. La oyу echar la llave por dentro.

La segunda vez que la vio fue sуlo tres dнas mбs tarde. Iba en el metro, desde Slussen hasta T-Centralen y, al detenerse el tren en Gamia Stan, mirу por la ventana y la vio en el andйn, a menos de dos metros. La descubriу exactamente en el mismo momento en el que las puertas se cerraban. Durante cinco segundos, ella lo atravesу con la mirada como si fuese transparente. Acto seguido, se dio la vuelta, echу a andar y desapareciу de su campo de visiуn justo cuando el tren se puso en marcha.

El mensaje no daba lugar a malentendidos: Lisbeth Salander no querнa tener ninguna relaciуn con Mikael Blomkvist. Lo habнa eliminado de su vida con la misma eficacia con la que suprimнa archivos de su ordenador, sin mбs explicaciones. Habнa cambiado el nъmero de su mуvil y no contestaba al correo electrуnico.

Mikael suspirу, apagу el televisor, se acercу a la ventana y se puso a contemplar el Ayuntamiento.

Se preguntaba si obstinбndose en pasar por su casa con regularidad estaba actuando correctamente. La actitud de Mikael siempre habнa sido quitarse del medio cuando una mujer daba seсales tan claras de que no querнa saber nada de йl. A su modo de ver, no respetar eso serнa una falta de consideraciуn.

Mikael y Lisbeth se habнan acostado. Pero fue ella quien tomу la iniciativa, y la relaciуn durу seis meses. Que ella hubiera decidido acabar la historia tan sorprendentemente como la empezу no suponнa ningъn problema para Mikael; eso era asunto suyo. Mikael no tenнa inconveniente alguno en aceptar el papel de ex novio —en el supuesto caso de que lo fuese—, pero ese total rechazo por parte de Lisbeth Salander lo desconcertaba.

No estaba enamorado de ella —eran mбs o menos tan incompatibles como podrнan serlo dos personas cualesquiera—, pero la querнa mucho y echaba de menos a esa maldita y complicada mujer. Habнa creнdo que la amistad era mutua. En resumen, se sentнa como un idiota.

Permaneciу junto a la ventana un buen rato.

Al final se decidiу.

Si Lisbeth Salander lo odiaba tanto como para ni siquiera saludarlo cuando se veнan en el metro, entonces su amistad tal vez se hubiera acabado y el daсo era ya irreparable. A partir de ahora no intentarнa volver a contactar con ella.

 

 

Lisbeth Salander consultу su reloj y constatу que, a pesar de hallarse sentada a la sombra, estaba empapada de sudor. Eran las diez y media de la maсana. Memorizу una fуrmula matemбtica de tres lнneas de largo y cerrу el libro Dimensions in Mathematics. Acto seguido cogiу de la mesa la llave de la habitaciуn y el paquete de tabaco.

Su habitaciуn se encontraba en la segunda planta, que era, ademбs, el ъltimo piso del hotel. Se quitу la ropa y se metiу en la ducha.

Una lagartija verde de veinte centнmetros la mirу fijamente desde la pared, a poca distancia del techo. Lisbeth Salander le devolviу la mirada pero no hizo ningъn amago de espantarla. Las lagartijas estaban por toda la isla y se colaban en las habitaciones a travйs de las persianas venecianas de las ventanas abiertas, por debajo de las puertas o a travйs del ventilador del sistema de refrigeraciуn. Se sentнa a gusto con esa compaснa que, sobre todo, la dejaba en paz. El agua estaba frнa pero no gйlida, de modo que permaneciу bajo la ducha durante cinco minutos para refrescarse.

Cuando volviу a salir a la habitaciуn se detuvo desnuda delante del espejo del armario y, extraсada, examinу su cuerpo. Seguнa pesando solamente unos cuarenta kilos y medнa poco mбs de un metro y cincuenta centнmetros. Quй le iba a hacer. Sus miembros eran delgados como los de una muсeca; sus manos, pequeсas. Y apenas tenнa caderas.

Pero ahora tenнa pechos.

Siempre habнa tenido el pecho plano, como si todavнa no hubiese entrado en la pubertad. Dicho llanamente: siempre le pareciу desagradable mostrarse desnuda porque se veнa ridнcula.

De repente, tenнa pechos. No eran dos melones (cosa que no deseaba y que, con su flaco cuerpo, habrнa sido ridнculo), sino dos pechos firmes y redondos de tamaсo medio. El cambio se habнa efectuado con cuidado y las proporciones eran razonables. Pero la diferencia resultaba radical, tanto para su aspecto como para su bienestar personal.

Habнa pasado cinco semanas en una clнnica de las afueras de Gйnova para hacerse con los implantes que constituirнan la base de sus futuros pechos. Habнa elegido la clнnica y los mйdicos de mejor reputaciуn de Europa. La doctora, una mujer encantadora y dura de pelar, llamada Alessandra Perrini, habнa concluido que sus pechos no se habнan desarrollado bien y que, por lo tanto, se podrнa realizar un aumento atendiendo a razones mйdicas.

La intervenciуn no habнa estado exenta de dolor pero ahora los pechos ofrecнan un aspecto completamente natural, y las cicatrices apenas si eran perceptibles. No se habнa arrepentido de su decisiуn ni un solo segundo. Estaba contenta. Aun seis meses despuйs, cada vez que pasaba ante un espejo, desnuda de cintura para arriba, no podнa evitar asombrarse y constatar con alegrнa que su calidad de vida habнa aumentado.

Durante el tiempo que permaneciу en esa clнnica de Gйnova tambiйn se borrу uno de sus nueve tatuajes, el de la avispa de dos centнmetros del lado derecho del cuello. Apreciaba sus tatuajes, sobre todo el del dragуn grande, que le descendнa desde el omoplato hasta la nalga, pero, aun asн, habнa tomado la decisiуn de deshacerse del de la avispa. La razуn se debнa a que resultaba tan evidente y llamativo que la convertнa en alguien fбcil de recordar e identificar. Lisbeth Salander no querнa ser recordada ni identificada. El tatuaje se habнa eliminado mediante lбser, de modo que cuando pasaba su dedo нndice por el cuello podнa notar una leve cicatriz. Una mirada algo mбs de cerca revelaba que su bronceada piel presentaba un aspecto ligeramente mбs claro en el lugar donde habнa estado el tatuaje, pero a simple vista no se apreciaba nada. En total, su estancia en Gйnova le habнa costado ciento noventa mil coronas.

Pero ella se lo podнa permitir.

Dejу de soсar delante del espejo y se puso unas bragas y un sujetador. Dos dнas despuйs de abandonar la clнnica, por primera vez en sus veinticinco aсos de vida, visitу una tienda de lencerнa нntima y comprу esa prenda de la que nunca antes habнa tenido necesidad. Ahora habнa cumplido veintisйis y llevaba el sujetador con cierta satisfacciуn.

Se vistiу con unos vaqueros y una camiseta negra con el texto Consider this a fair warning. Encontrу las sandalias y su sombrero de playa y se colgу del hombro una bolsa negra de nailon.

De camino a la salida reparу en el murmullo de un pequeсo grupo de clientes que se hallaba junto a la recepciуn. Aminorу el paso y aguzу el oнdo.

—Just how dangerous is she? —preguntу en voz alta una mujer negra con acento europeo.

Lisbeth la reconociу como miembro del grupo del charter de Londres que habнa llegado hacнa diez dнas.

Freddie McBain, el canoso recepcionista que siempre solнa saludar a Lisbeth Salander con una amable sonrisa, parecнa preocupado. Explicу que iban a dar instrucciones a todos los clientes del hotel y que, si todos las seguнan al pie de la letra, no habнa razуn alguna para alarmarse. Su respuesta ocasionу un aluviуn de preguntas.

Lisbeth Salander frunciу el ceсo y se dirigiу al bar de fuera, donde encontrу a Ella Carmichael tras la barra.

—їQuй pasa? —preguntу, seсalando con el pulgar al grupo reunido junto a la recepciуn.

—Mathilda amenaza con visitarnos.

—їMathilda?

—Mathilda es un huracбn que se formу ante la costa brasileсa hace un par de semanas y que esta maсana ha pasado por Paramaribo, la capital de Surinam. No estб claro el rumbo que va a tomar; probablemente irб hacia el norte, hacia Estados Unidos. Pero si continъa por la costa con direcciуn oeste, Trinidad y Granada se encuentran en su camino. Vamos, que harб algo de viento.

—Pensй que la temporada de huracanes habнa acabado.

—Asн es. Solemos tener avisos de huracanes en septiembre y octubre. Pero hoy en dнa hay tanto lнo con el clima, el efecto invernadero y todo eso que uno no puede saber muy bien quй va a pasar.

—Vale. їY cuбndo se espera que llegue?

—Pronto.

—їHay algo que deba hacer?

—Lisbeth, con los huracanes no se juega. Tuvimos uno en los aсos setenta que provocу una enorme destrucciуn. Yo tenнa once aсos y vivнa en un pueblo allн arriba, en Grand Etang, camino a Grenville. Jamбs se me olvidarб aquella noche.

—Mmm.

—Pero no te preocupes. Mantente cerca del hotel el sбbado. Haz una maleta con las cosas que no desees perder (por ejemplo ese ordenador con el que sueles jugar) y cуgela si recibimos уrdenes de bajar al refugio. Eso es todo.

—De acuerdo.

—їQuieres beber algo?

—No.

Lisbeth Salander se fue sin decirle adiуs. Ella Carmichael sonriу resignada. Le habнa llevado un par de semanas acostumbrarse a las rarezas de esa curiosa chica, y habнa llegado a entender que Lisbeth Salander no era borde, sуlo diferente. Pagaba sus copas sin protestar, se mantenнa razonablemente sobria, iba a lo suyo y nunca montaba broncas.

 

 

El transporte pъblico de Granada estaba compuesto fundamentalmente por unos minibuses decorados con gran imaginaciуn, que salнan sin ninguna consideraciуn por horarios u otras formalidades. Y aunque durante el dнa iban y venнan sin parar, de noche resultaba prбcticamente imposible desplazarse si no se disponнa de un coche propio.

Lisbeth Salander sуlo tuvo que esperar un par de minutos junto a la carretera de Saint George's antes de que uno de los autobuses parara delante de ella. El conductor era un rasta y en el sound system del autocar sonaba a todo volumen No Woman, No Cry. Lisbeth cerrу los oнdos, pagу su dуlar y entrу abriйndose camino entre una corpulenta seсora de pelo cano y dos chicos con uniforme colegial.

Saint George's estaba ubicado en una bahнa con forma de «U» que conformaba The Carenage, el puerto interior. En torno a йl se alzaban empinadas colinas con viviendas, viejos edificios coloniales y una fortificaciуn, Fort Rupert, asentada en la punta de una escarpada roca.

Saint George's era una ciudad que se habнa construido de manera extremadamente compacta y densa, con calles estrechas y muchos callejones. Las casas trepaban por las colinas y casi no habнa mбs superficie horizontal que la de una cancha de criquet, en la parte norte de la ciudad, que tambiйn hacнa las veces de pista de carrera de caballos.

Lisbeth se bajу en pleno puerto y caminу hasta Mac-Intyre's Electronics, que estaba en lo alto de una breve cuesta muy pronunciada. Con raras excepciones, todos los productos que se vendнan en Granada venнan directamente de Estados Unidos o Inglaterra, de modo que costaban el doble que en otros lugares. Pero, a cambio, en la tienda habнa aire acondicionado.

Por fin habнan llegado las baterнas de repuesto que habнa pedido para su Apple PowerBook, un G4 de titanio con una pantalla de 17 pulgadas. En Miami se habнa hecho con un ordenador de mano Palm, con teclado plegable, que le permitнa leer el correo electrуnico y que resultaba mбs fбcil de transportar en su bolsa de nailon que su PowerBook, pero era un pйsimo sustituto de la pantalla de 17 pulgadas. Sin embargo, el rendimiento de las baterнas originales de йste habнa ido mermando: sуlo duraban poco mбs de media hora, cosa que le resultaba muy engorrosa cuando querнa sentarse en la terraza de la piscina. Por si fuera poco, el suministro elйctrico de Granada dejaba bastante que desear. Durante las semanas que llevaba en la isla habнan sufrido dos apagones. Pagу con una tarjeta de crйdito de Wasp Enterprises, metiу las baterнas en la bolsa de nailon y volviу a salir al calor del mediodнa.

Pasу por la oficina de Barclays Bank, sacу trescientos dуlares en efectivo y luego bajу al mercado y comprу un manojo de zanahorias, media docena de mangos y una botella de litro y medio de agua mineral. La bolsa de nailon se hizo considerablemente mбs pesada, y cuando regresу al puerto tenнa hambre y sed. Al principio pensу en ir al The Nutmeg, pero la entrada al restaurante parecнa estar completamente taponada por los clientes. Continuу hasta The Turtleback, mбs tranquilo, en el otro extremo del puerto, donde se sentу en la terraza y pidiу un plato de calamares con patatas salteadas y una botella de Carib, la cerveza del lugar. Cogiу un ejemplar del Grenadian Voice, el periуdico local, y lo ojeу durante un par de minutos. El ъnico artнculo interesante era una dramбtica advertencia ante la posible llegada de Mathilda. El texto estaba ilustrado con una foto en la que se veнa una casa destrozada, un recuerdo de los estragos causados por el ъltimo huracбn que azotу el paнs.

Doblу el periуdico, tomу un trago de Carib directamente de la botella y cuando se reclinу en la silla vio al hombre de la habitaciуn 32, quien, desde el interior del bar, salнa a la terraza. Llevaba un maletнn marrуn en una mano y un vaso grande de Coca-Cola en la otra. Sus ojos barrieron el lugar y pasaron por encima de ella sin reconocerla. Se sentу en el extremo opuesto y se puso a contemplar el mar.

Lisbeth Salander examinу al hombre que ahora tenнa de perfil. Parecнa completamente ausente y permaneciу inmуvil durante siete minutos antes de levantar el vaso y darle tres largos tragos. Dejу a un lado la bebida y continuу con la mirada fija en el mar. Al cabo de unos instantes, Lisbeth abriу su bolsa y sacу su Dimensions in Mathematics.

 

 

A Lisbeth siempre la habнan entretenido los rompecabezas y los enigmas. A la edad de nueve aсos, su madre le regalу un cubo de Rubik. Puso a prueba su capacidad lуgica durante casi cuarenta frustrantes minutos antes de darse cuenta, por fin, de cуmo funcionaba. Luego no le costу nada colocarlo correctamente. Jamбs habнa fallado en los test de inteligencia de los periуdicos: cinco figuras con formas raras y a continuaciуn la pregunta sobre la forma que tendrнa la sexta. La soluciуn siempre le resultaba obvia.

En primaria habнa aprendido a sumar y restar. La multiplicaciуn, la divisiуn y la geometrнa se le antojaban una prolongaciуn natural de esas operaciones. Podнa hacer la cuenta en un restaurante, emitir una factura y calcular la trayectoria de una granada de artillerнa lanzada a cierta velocidad y con un determinado бngulo. Eran obviedades. Antes de leer aquel artнculo en Popular Science, nunca, ni por un momento, le habнan fascinado las matemбticas, ni siquiera habнa reflexionado sobre el hecho de que las tablas de multiplicar fueran matemбticas. Para ella era una cosa que memorizу en el colegio en tan sуlo una tarde, por lo que no entendiу el motivo de que el profesor se pasara un aсo entero dбndoles la lata con lo mismo.

De repente intuyу la inexorable lуgica que sin duda debнa de ocultarse tras aquellas fуrmulas y razonamientos, lo cual la condujo a la secciуn de matemбticas de la librerнa universitaria. Pero hasta que no se sumergiу en Dimensions in Mathematics no se abriу ante ella un mundo completamente nuevo. En realidad, las matemбticas eran un lуgico rompecabezas que presentaba infinitas variaciones, enigmas que se podнan resolver. El truco no se hallaba en solucionar problemas de cбlculo. Cinco por cinco siempre eran veinticinco. El truco consistнa en entender la composiciуn de las distintas reglas que permitнan resolver cualquier problema matemбtico.

Dimensions in Mathematics no era estrictamente un manual para aprender matemбticas, sino un tocho de mil doscientas pбginas sobre la historia de las matemбticas, que iba desde los antiguos griegos hasta los actuales intentos por dominar la astronomнa esfйrica. Se le consideraba la Biblia del tema, y era comparable a lo que en su dнa representу (y en la actualidad lo seguнa haciendo) la Arithmetica de Diofantos para los matemбticos serios. Cuando abriу por primera vez Dimensions en la terraza del hotel de Grand Anse Beach se vio transportada de inmediato al mбgico mundo de los nъmeros gracias a un libro escrito por un autor que poseнa no sуlo dotes pedagуgicas sino tambiйn la capacidad de entretener al lector con anйcdotas y problemas sorprendentes. Asн habнa podido seguir la evoluciуn de las matemбticas desde Arquнmedes hasta el actual Jet Propulsion Laboratory de California. Y entendiу los mйtodos que usaban para resolver los problemas.

El teorema de Pitбgoras (x2+y2=z2), formulado aproximadamente en el aсo 500 antes de Cristo, fue una experiencia reveladora. De repente comprendiу el significado de lo que habнa memorizado en sйptimo curso, en una de las pocas clases a las que habнa asistido. «En un triбngulo rectбngulo, el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos.» Le fascinaba el descubrimiento de Euclides (aсo 300 antes de Cristo) segъn el cual un nъmero perfecto siempre es «un mъltiplo de dos nъmeros, donde uno de los nъmeros es una potencia de 2 y el otro estб compuesto por la diferencia que hay entre la siguiente potencia de 2 y 1.» Se trataba de un refinamiento del teorema de Pitбgoras y ella se dio cuenta de sus infinitas combinaciones.

6 = 21 x (22 – 1)

28 = 22 x(23 – 1)

496 = 24 x(25 – 1)

8l28 = 26 x(27 – 1)

Y asн podнa seguir hasta el infinito sin encontrar ningъn nъmero que incumpliera la regla. Esa lуgica encajaba en la atracciуn que Lisbeth Salander tenнa por la idea de lo absoluto. Arquнmedes, Newton, Martin Gardner y otros matemбticos clбsicos fueron cayendo uno tras otro, pбgina a pбgina.

Luego llegу al capнtulo sobre Pierre de Fermat, cuyo enigma matemбtico, el teorema de Fermat, llevaba siete semanas asombrбndola, tiempo que, de todos modos, era mбs que modesto considerando que Fermat estuvo sacando de quicio a matemбticos durante casi cuatrocientos aсos, hasta que un inglйs llamado Andrew Wiles, en una fecha tan reciente como la de 1993, consiguiу resolver el rompecabezas.

El teorema de Fermat era un problema engaсosamente sencillo.

Pierre de Fermat naciу en 1601 en Beaumont-de-Lomagne, en el suroeste de Francia. Por irуnico que pueda parecer, ni siquiera era matemбtico, sino un funcionario que, en su tiempo libre, se dedicaba a las matemбticas como una especie de extraсo hobby. Aun asн se le consideraba uno de los mбs dotados matemбticos autodidactas de todos los tiempos. Al igual que a Lisbeth Salander, le gustaba resolver rompecabezas y enigmas. Le divertнa especialmente tomar el pelo a otros matemбticos planteбndoles problemas sin darles despuйs la soluciуn. El filуsofo Descartes se referнa a йl con una serie de despectivos epнtetos, mientras que su colega inglйs John Wallis lo llamaba «ese maldito francйs».

En la dйcada de 1630 apareciу una traducciуn francesa del libro Arithmetica de Diofantos, que contenнa una relaciуn completa de las teorнas numйricas formuladas por Pitбgoras, Euclides y otros matemбticos de la Antigьedad. Al estudiar el teorema de Pitбgoras, Fermat, en un arrebato de genialidad, planteу su inmortal problema. Formulу una variante del teorema de Pitбgoras. Fermat transformу el cuadrado (x2 + y2 = z2) en un cubo (x3 + y3 = z3).

El problema residнa en que la nueva ecuaciуn no parecнa poder resolverse con nъmeros enteros. Lo que Fermat habнa hecho, por consiguiente, era convertir, mediante un pequeсo cambio teуrico, una fуrmula que ofrecнa una infinita cantidad de soluciones perfectas en otra que conducнa a un callejуn sin salida del que no se podнa salir. Su teorema era precisamente йse: Fermat afirmaba que en todo el infinito universo de los nъmeros no habнa un nъmero entero donde un cubo pudiera definirse como la suma de dos cubos, y que eso se extendнa a todos los nъmeros cuya potencia fuera mayor de dos. Es decir, justamente el teorema de Pitбgoras.

Los otros matemбticos no tardaron en admitir que, en efecto, asн era. A travйs del trial and error pudieron constatar que resultaba imposible encontrar un nъmero que refutara la afirmaciуn de Fermat. Sin embargo, el problema era que, aunque continuaran contando hasta el fin del mundo, no podrнan probar con todos los nъmeros existentes —pues son infinitos— y por lo tanto, los matemбticos no podrнan estar seguros al cien por cien de que el siguiente nъmero no echara por tierra el teorema de Fermat. Porque, en matemбticas, las afirmaciones han de ser comprobadas matemбticamente y expresadas con una fуrmula universal y cientнficamente correcta. El matemбtico tiene que ser capaz de subirse a un podio y pronunciar las palabras «es asн porque...».

Fermat, fiel a su costumbre, se burlу de sus colegas. El genio emborronу uno de los mбrgenes de su ejemplar de Arithmetica con el planteamiento del problema y terminу escribiendo unas lнneas: «Cuius rei demonstrationem mirabilem sane detexi hanc marginis exiquitas non caperei». Estas palabras pasarнan a convertirse en inmortales en la historia de la matemбtica: «Tengo una prueba verdaderamente maravillosa para esta afirmaciуn, pero el margen es demasiado estrecho para contenerla».

Si su intenciуn habнa sido que sus colegas montaran en cуlera, lo logrу a las mil maravillas. Desde 1637, prбcticamente cualquier matemбtico que se preciara le habнa dedicado tiempo, a veces demasiado, a hallar la prueba de Fermat. Generaciones enteras de pensadores fracasaron, hasta que Andrew Wiles dio con la soluciуn en 1993. Llevaba veinticinco aсos reflexionando sobre el enigma; los diez ъltimos casi a tiempo completo.

Lisbeth Salander estaba perpleja.

En realidad, no le interesaba nada la respuesta. Lo que la fascinaba era la forma de dar con ella. Cuando alguien le planteaba un enigma, ella lo solucionaba. Antes de comprender los principios de los razonamientos, tardaba lo suyo en resolver los misterios matemбticos, pero siempre deducнa la respuesta correcta antes de mirar la soluciуn.

De modo que, una vez leнdo el teorema de Fermat, sacу una hoja y se puso a emborronarla con nъmeros. Pero fracasу en su intento de dar con la prueba.

Se negу a mirar la respuesta y, consecuentemente, se saltу el pasaje donde se presentaba la soluciуn de Andrew Wiles. En su lugar terminу el Dimensions y constatу que ningъn otro problema de los que se presentaban en el libro le habнa supuesto una gran dificultad. Luego, dнa tras dнa, volviу al enigma de Fermat, con una creciente irritaciуn, mientras cavilaba sobre la «maravillosa prueba» a la que podrнa haberse referido Fermat. No hacнa mбs que entrar en un callejуn sin salida tras otro.

Alzу la vista cuando el hombre de la habitaciуn 32 se levantу de improviso y se dirigiу a la salida. Lisbeth consultу de reojo su reloj y comprobу que llevaba mбs de dos horas y diez minutos sentado en el mismo sitio.

 

 

Ella Carmichael le puso la bebida en la barra y verificу que esas cursiladas de cуcteles color rosa con ridiculas sombrillitas no iban con Lisbeth Salander. Ella siempre pedнa lo mismo: ron con Coca-Cola. Excepto una sola noche en la que Salander estaba algo rara y cogiу tal borrachera que Ella tuvo que pedirle a un ayudante que la llevara en brazos a la habitaciуn, su consumiciуn habitual consistнa en caffи latte, alguna que otra copa, o Carib, la cerveza local. Como ya venнa siendo habitual, se sentу en el extremo derecho de la barra, apartada de los demбs, y abriу un libro con peculiares fуrmulas matemбticas, cosa que, a ojos de Ella Carmichael, constituнa una extraсa elecciуn literaria para una chica de su edad.

Tambiйn se percatу de que Lisbeth Salander no tenнa el mбs mнnimo interйs por ligar. Los pocos hombres que se le habнan acercado con esa intenciуn habнan sido rechazados amablemente pero con determinaciуn, aunque en una ocasiуn despachу a uno de forma poco educada. Sucediу con Chris McAllen, quien, a decir verdad, no era mбs que un gamberro que se merecнa que alguien le diera una buena paliza. De modo que Ella no se mostrу demasiado indignada por el hecho de que, de alguna misteriosa manera, hubiera tropezado y se cayera a la piscina despuйs de haberse pasado la noche entera incordiando a Lisbeth Salander. En favor de MacAllen habнa que aсadir, no obstante, que no era rencoroso. Regresу la noche siguiente, sobrio, e invitу a Lisbeth Salander a una cerveza que ella, tras una breve vacilaciуn, aceptу. A partir de entonces, se saludaban educadamente cuando se cruzaban en el bar.

—їTodo bien? —preguntу Ella.

Lisbeth Salander asintiу con la cabeza y cogiу su copa.

—їAlguna novedad sobre Mathilda? —inquiriу Lisbeth.

—Viene hacia aquн. Tal vez pasemos un fin de semana desagradable.

—їCuбndo lo sabremos?

—Hasta que haya pasado no hay forma de saberlo. Puede dirigirse hacia Granada y girar hacia el norte justo al llegar.

—їTenйis huracanes a menudo?

—Van y vienen. En general, pasan de largo. Si no, la isla no existirнa. Pero no tienes de quй preocuparte.

—No estoy preocupada.

De repente oyeron una risa algo alta y volvieron la cabeza hacia la seсora de la habitaciуn 32, que parecнa divertirse con lo que su marido le contaba.

—їQuiйnes son йsos?

—їEl doctor Forbes y su mujer? Son unos norteamericanos de Austin, Tejas.

Ella Carmichael pronunciу la palabra «norteamericanos» con cierto desprecio.

—Ya sй que son norteamericanos. Pero їquй hacen aquн? їЙl es mйdico?

—No, no es de esa clase de doctores. Estб aquн por la Fundaciуn Santa Marнa.

—їY eso quй es?

—Financian la educaciуn de niсos superdotados. Es un hombre bueno. Estб negociando con el Ministerio de Educaciуn la construcciуn de un nuevo colegio en Saint George's.

—Es un hombre bueno que pega a su mujer —dijo Lisbeth Salander.

Ella Carmichael se callу y le echу a Lisbeth una incisiva mirada antes de acercarse al otro extremo de la barra para servirles unas Carib a unos clientes.

Lisbeth se quedу en el bar durante diez minutos inmersa en Dimensions. Ya antes de entrar en la pubertad, se habнa dado cuenta de que tenнa memoria fotogrбfica y de que con ello se diferenciaba notablemente de sus compaсeros. Nunca le habнa revelado a nadie esa caracterнstica personal, salvo a Mikael Blomkvist, en un momento de debilidad. Ya se sabнa de memoria el texto de Dimensions, pero lo llevaba consigo porque representaba un contacto visual con Fermat, como un talismбn.

Pero esa noche no era capaz de concentrarse ni en Fermat ni en su teorema. En su lugar vio ante sн la imagen del doctor Forbes sentado inmуvil en The Carenage con la mirada fija en el mar.

No podнa explicar por quй sintiу de repente que habнa algo que no encajaba.

Al final cerrу el libro y volviу a su habitaciуn, donde encendiу su PowerBook. Ni pensar en navegar por Internet. El hotel no disponнa de banda ancha, pero ella tenнa un mуdem integrado que podнa conectar con su mуvil Panasonic y que le permitнa enviar y recibir correo electrуnico. Le redactу rбpidamente uno a <plague_xyz666@hotmail.com>:

No tengo banda ancha. Necesito informaciуn sobre un tal doctor Forbes, de la Fundaciуn Santa Marнa, y su esposa, residentes ambos en Austin, Tejas. Pago 500 dуlares al que investigue. Wasp.

Adjuntу su clave PGP oficial, encriptу el correo con la clave PGP de Plague y pulsу la tecla de enviar. Luego mirу el reloj y constatу que eran poco mбs de las siete y media de la tarde.

Apagу el ordenador, cerrу la habitaciуn con llave y bajу hasta la playa, donde caminу unos cuatrocientos metros. Cruzу la carretera que iba hasta Saint George's y llamу a la puerta de un cobertizo que habнa detrбs de The Coconut. George Bland tenнa diecisйis aсos y era estudiante. Pensaba hacerse mйdico o abogado, o posiblemente astronauta, y era, mбs o menos, tan flaco y casi tan bajo como Lisbeth Salander.

Lisbeth lo conociу en la playa durante la primera semana, un dнa despuйs de haberse instalado en Grand Anse. Habнa estado paseando y se sentу a la sombra de unas palmeras, donde se puso a mirar a unos niсos que jugaban al fъtbol en la orilla. Habнa abierto Dimensions y estaba absorta en el libro cuando llegу йl y se sentу a tan sуlo unos metros delante de ella, sin reparar, aparentemente, en su presencia. Ella lo observaba en silencio. Un chico delgado con sandalias, pantalones negros y camisa blanca.

Al igual que ella, abriу un libro en el que se enfrascу. Y lo mismo que en su caso, se trataba de un libro de matemбticas: Basics 4. Leнa concentradamente y empezу a escribir en un cuaderno. Pasaron unos cinco minutos antes de que Lisbeth carraspeara y йl advirtiera su presencia y, presa del pбnico, se levantara a toda prisa. Pidiу disculpas por haberla molestado. Ya se estaba alejando de allн cuando Lisbeth le preguntу si el libro planteaba unos problemas muy complicados.

Algebra. Dos minutos mбs tarde, ella le habнa seсalado un error fundamental en sus cбlculos. Al cabo de treinta minutos ya habнan hecho los deberes. Una hora despuйs ya habнan repasado el siguiente capнtulo del libro y ella le habнa explicado pedagуgicamente los trucos que se escondнan tras las operaciones matemбticas. Йl la contemplaba con un respeto reverencial. Al cabo de dos horas ya le habнa contado que su madre vivнa en Toronto, Canadб, que su padre vivнa en Grenville, en la otra punta de la isla, y que йl vivнa en un cobertizo al final de la playa. Era el pequeсo de la familia; tenнa tres hermanas mayores que йl.

Lisbeth Salander hallу su compaснa extraсamente relajante. La situaciуn era poco habitual. Ella casi nunca solнa iniciar un diбlogo por el simple hecho de hablar. No se trataba de timidez. Para ella la conversaciуn tenнa una funciуn prбctica: «їcуmo voy a la farmacia?», o, «їcuбnto cuesta la habitaciуn?». Aunque tambiйn una funciуn profesional. Cuando trabajу para Dragan Armanskij como investigadora en Milton Security, no tuvo problema alguno en mantener largas entrevistas para obtener informaciуn.

En cambio, odiaba esas charlas personales que siempre pretendнan hurgar en lo que ella consideraba asuntos privados. «їCuбntos aсos tienes?» «Adivina.» «їTe gusta Britney Spears?» «їQuiйn?» «їTe gustan los cuadros de Carl Larsson?» «Nunca me lo he planteado.» «їEres lesbiana?» «No es asunto tuyo.»

George Bland resultу ser torpe y con un alto concepto de sн mismo, pero era educado e intentaba mantener una conversaciуn inteligente sin competir con ella y sin meterse en su vida privada. Al igual que Lisbeth, parecнa encontrarse solo. Por curioso que pueda resultar, daba la impresiуn de que aceptaba que una diosa de las matemбticas hubiera bajado a Grand Anse Beach, y se mostraba contento con el hecho de que ella quisiera estar con йl. Tras pasar varias horas en la playa, se levantaron cuando el sol alcanzу el horizonte. De camino al hotel de Lisbeth, йl le seсalу el cobertizo donde vivнa durante el curso y, no sin cierta vergьenza, le preguntу si podнa invitarla a tomar un tй. Ella aceptу, lo cual pareciу sorprenderlo.

La vivienda era muy sencilla; un cobertizo con una desvencijada mesa, dos sillas, una cama y un armario para su ropa y la de cama. La ъnica iluminaciуn provenнa de una pequeсa lбmpara de escritorio conectada a un cable empalmado a la instalaciуn de The Coconut. La cocina consistнa en un hornillo de gas. La invitу a una cena a base de arroz y verduras que sirviу en platos de plбstico. Incluso se atreviу a ofrecerle fumar la prohibida sustancia local, cosa que ella tambiйn aceptу.

Lisbeth se percatу sin ninguna dificultad de que a йl le afectaba su presencia y de que no sabнa muy bien cуmo comportarse. Ella tuvo el impulso de dejarse seducir. Eso se convirtiу en un proceso dolorosamente complicado para йl, que, sin duda, habнa entendido las seсales emitidas por Lisbeth, pero no tenнa ni idea de cуmo debнa actuar. Empezу a andarse con tantos rodeos que ella perdiу la paciencia, lo tirу sobre la cama y, decidida, se quitу la ropa.

Era la primera vez que se mostraba desnuda ante alguien desde la operaciуn que se hizo en Genova. Habнa abandonado la clнnica con una leve sensaciуn de pбnico. Le llevу un buen rato darse cuenta de que ni una sola persona la estaba mirando. Normalmente, a Lisbeth Salander le importaba un bledo lo que los demбs opinaran de ella, de modo que se quedу pensando por quй de repente se sentнa tan insegura.

George Bland habнa sido un estreno perfecto para su nuevo yo. Cuando йl (despuйs de ciertas dosis de бnimo por parte de Lisbeth) consiguiу finalmente quitarle el sujetador, apagу inmediatamente la lбmpara de la mesilla antes de empezar a desvestirse. Lisbeth habнa comprendido su timidez pero encendiу de nuevo la lбmpara. Ella observу detenidamente sus reacciones cuando empezу a tocarla torpemente. No se relajу hasta bien entrada la noche, en cuanto constatу que йl veнa sus pechos como completamente naturales. No obstante, no parecнa muy ducho en la materia.

Ella no habнa venido a Granada con la idea de encontrar un amante adolescente. Aquello no fue mбs que un simple capricho y cuando esa noche lo abandonу ya tenнa decidido no volver. Pero al dнa siguiente se encontraron de nuevo en la playa y lo cierto es que sintiу que el torpe muchacho era una compaснa agradable. Durante las siete semanas que llevaba en Granada, George Bland se habнa convertido en un punto fijo de su existencia. Durante el dнa no se veнan, pero йl siempre pasaba las tardes en la playa, hasta que el sol se ponнa. Y por las noches estaba solo en su cobertizo.

Ella constatу que cuando paseaban juntos parecнan dos adolescentes. Sweet sixteen.

El probablemente considerara que la vida se habнa vuelto mбs interesante. Habнa conocido a una mujer que le daba lecciones de matemбticas y erotismo.

Abriу la puerta y le mostrу una encantadora sonrisa.

—їQuieres compaснa? —preguntу ella.

 

 

Lisbeth Salander dejу a George Bland poco despuйs de las dos de la madrugada. Tenнa una agradable sensaciуn en el cuerpo y decidiу pasear por la playa en vez de regresar al hotel Keys por el camino. Andaba sola en la oscuridad, consciente de que, a unos cien metros, George Bland la estaba siguiendo.

Siempre lo hacнa. Lisbeth nunca se quedaba a dormir y йl a menudo protestaba enйrgicamente por el hecho de que una mujer fuera hasta su hotel en plena noche completamente sola, e insistнa en que su deber era acompaсarla. En especial porque a menudo se les hacнa muy tarde. Lisbeth Salander solнa escuchar sus explicaciones para luego zanjar la discusiуn con un simple no. «Yo voy por donde quiero cuando quiero. End of discussion. Y no, no quiero escolta.» La primera vez que se dio cuenta de que йl la seguнa, Lisbeth se irritу muchнsimo. Pero ahora pensaba que su instinto de protecciуn tenнa cierto encanto; por eso hacнa como si no supiera que iba detrбs de ella y que no se darнa la vuelta hasta que no la viera entrar por la puerta del hotel.

Lisbeth se preguntaba quй harнa йl si, de repente, una noche la atacaran.

Ella, por su parte, pensaba hacer uso del martillo que habнa comprado en MacIntyre's y que guardaba en el bolsillo exterior de su bolso. Habнa pocas amenazas que el uso de un martillo en condiciones no pudiera solucionar.

Era una noche de luna llena y rutilantes estrellas. Lisbeth levantу la vista e identificу a Regulus en la constelaciуn de Leo, cerca del horizonte. Casi habнa llegado al hotel cuando se parу en seco. De pronto, algo mбs abajo, en la playa, divisу a una persona cerca de la orilla. Era la primera vez que veнa un alma en la playa despuйs de la caнda de la noche. Aunque habнa unos cien metros de distancia, Lisbeth no tuvo ninguna dificultad en identificar al hombre a la luz de la luna.

Era el honorable doctor Forbes, de la habitaciуn 32.

Se hizo rбpidamente a un lado y permaneciу quieta, oculta tras una fila de бrboles. Cuando mirу hacia atrбs, no vio a George Bland. La silueta junto a la orilla deambulaba lentamente de un lado para otro. Estaba fumando un cigarrillo. A intervalos regulares se detenнa y se inclinaba como si inspeccionara la arena. La pantomima continuу durante veinte minutos antes de que, de improviso, cambiara de direcciуn y, con pasos apresurados, se dirigiera a la entrada del hotel que daba a la playa para, acto seguido, desaparecer.

Lisbeth esperу un par de minutos antes de bajar al lugar donde el doctor Forbes habнa estado caminando. Examinу el suelo describiendo lentamente un semicнrculo. Lo ъnico que pudo ver fue arena, piedras y conchas. Dos minutos despuйs abandonу su inspecciуn y subiу al hotel.

Saliу al balcуn, asomу el cuerpo por encima de la barandilla y mirу de reojo el balcуn de al lado. Todo estaba en silencio. Por lo visto, la pelea de esa noche ya habнa acabado. Al cabo de un rato fue por su bolso, buscу un papel y se preparу un porro con las provisiones que George Bland le habнa suministrado. Se sentу en una silla del balcуn y dirigiу la mirada hacia las oscuras aguas del mar Caribe mientras fumaba y reflexionaba.

Se sentнa como un radar en estado de mбxima alerta.



  

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